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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 9
Los efectos de una alimentación desacertada pueden acompañar al individuo a través de varias encarnaciones
Lo más difícil para el seguidor de la forma tradicional de alimentación de tipo estimulante será la transformación de su capacidad gustativa; la superación de ese deseo tan desarrollado de saborear la comida que para él se ha transformado en una especie de entretenimiento y, además, en un vicio. Éste debe acostumbrarse al hecho de que una comida que está de acuerdo con las leyes divinas, es decir, una comida que fomenta la salud y es preventiva con respecto a la enfermedad, no puede en ningún modo constar, tal como es costumbre, de tantos tipos diversos de componentes cada uno de los cuales, en muchos casos, supone una serie de combinaciones químicas anticientíficas y altamente perjudiciales para el organismo; ni de una serie de bebidas más o menos alcohólicas o que contienen productos tóxicos. Este adepto de la antigua forma de alimentación debe darse cuenta de que una mesa «bien puesta», según la más refinada moda actual, es en realidad un camino que, oculto bajo la plata, el cristal y las flores, conduce hacia el hospital; un atajo que adornado de fiesta, conduce hacia la muerte. Ésta es la causa desencadenante de dolencias orgánicas y calcificación, y mientras las dolencias influyen de modo negativo en el humor y la mente, la calcificación dificulta toda función de tipo intelectual.
      Las citadas mesas «bien puestas» fomentan, además, la obesidad. La línea esbelta – artísticamente bella – que ha sido fijada por la naturaleza como el contorno de la forma del cuerpo humano, ha sido, en un grado demasiado elevado, arrojada por la borda. Esta delgadez es una rareza entre los individuos que han alcanzado los cuarenta, su línea corporal es tan altamente antinatural como «la mesa bien puesta» que es su causa.
      El hecho de que la gente, y especialmente «el bello sexo», intente reconquistar la línea natural perdida con la ayuda de medicamentos adelgazantes que, presentados como una panacea, son tan altamente antinaturales como la obesidad, no soluciona el problema. Los órganos del metabolismo que están deteriorados no se dejan, en un abrir y cerrar de ojos y por medio de una «palabra mágica» en forma de «pastillas» o «polvos», conducir instantáneamente y como por milagro a su función normal originaria.
      El hecho de que una capacidad metabólica destrozada puede, en el peor de los casos, acompañar al individuo a lo largo de varias encarnaciones es evidente para la visión cósmica. En estas encarnaciones, el individuo tiene una función metabólica anormal desde el nacimiento y muestra, desde su más tierna infancia, tendencia hacia una obesidad muy acentuada. En este caso, se pretenderá que dichas tendencias se heredan de los padres. Pero, ¿por qué nace un individuo precisamente de unos padres semejantes y no en el seno de una familia donde estas penosas tendencias no existen? Un nacimiento que supone una existencia antinatural para el espíritu del individuo, es más, un aprisionamiento directo en la grasa, sería expresión del más alto grado de injusticia y ofuscación si, precisamente, en este mismo individuo no hubiese algo que justificase dicho nacimiento. Y este algo es lo que para el observador oculto se muestra como semejante a la capacidad creadora del propio individuo; capacidad que procede de una encarnación anterior y se halla en su cuerpo eterno. Este cuerpo eterno forma un cuerpo espiritual en el que el yo del individuo se manifiesta, al margen de que se halle o no encarnado en un cuerpo físico o material. Los excesos, la habituación a inclinaciones erróneas o antinaturales en una existencia material o terrena, hacen que el individuo reduzca o destruya, en un grado proporcional, esta capacidad creadora.
      Una alimentación desacertada puede, por consiguiente, influir sobre la facultad creadora del individuo de modo que éste, entre otras cosas, cuando se halla ante una nueva encarnación es incapaz de formar en su cuerpo físico órganos adecuados para un metabolismo normal. La consecuencia de ello es que este cuerpo, desde su concepción, es objeto de una excesiva acumulación de grasa. El hecho de que un individuo tal nazca preferentemente de padres con tendencias semejantes o, si ha deteriorado su capacidad creadora por medio de la bebida nazca de padres propensos a la bebida, o de algún otro modo nazca de padres que tienen las mismas inclinaciones, ya sean buenas o malas, se debe naturalmente a la ley de atracción y repulsión. Pero para comprenderlo, debemos retroceder al estado desencarnado del individuo, es decir, a su existencia espiritual antes de su actual nacimiento en la cual, además de tener ciertos cuerpos espirituales secundarios, aparece también con un cuerpo común o principal, que es descrito en «Livets Bog» como «el cuerpo eterno» del individuo o «X2». «El cuerpo eterno» constituye la sede principal de la facultad creadora del individuo y es lo que le hace posible manifestarse y ser capaz de nacer de nuevo. Este cuerpo se transforma, por consiguiente, en la principal causa desencadenadora de la creación de un nuevo cuerpo físico por parte del individuo. Por medio de este cuerpo espiritual, que representa la séptima energía básica, se desencadenan las correspondencias del individuo con las otras seis energías básicas de la existencia, que equivalen a su vida cotidiana y su modo de obrar, su construcción y descomposición de la materia, su juventud y su vejez, su existencia física y espiritual. Este cuerpo, dado que aparece de este modo como el punto donde tiene lugar una combinación de las energías básicas, combinación que se realiza bajo un proceso de cambio constante, manifiesta en todo momento una forma de irradiación correspondiente a dicho proceso. Esta irradiación puede definirse como «la aureola espiritual» del individuo, que está formada por energía espiritual. Pero como la energía espiritual, según «Livets Bog», forma parte de lo que llamamos «electricidad», esta aureola manifestará cierto tipo de electricidad. Una cantidad de energía eléctrica que aparece en una forma determinada y limitada es calificada de «longitud de onda»; y una «longitud de onda» sólo puede ser dirigida en virtud de la atracción y la repulsión. Atracción y repulsión, por su parte, solamente pueden ser desencadenadas por medio de «aparatos». Por lo que respecta al ser espiritual o todavía no nacido, estos aparatos están formados, hasta un cierto punto, por los seres encarnados en cuerpos físicos. Cuando un ser masculino y un ser femenino establecen una unión sexual por medio de sus cuerpos físicos, y esta relación es perfecta, es decir, tiene lugar la fecundación, estos seres han desencadenado, aunque inconscientemente, la atracción de la aureola espiritual de un ser desencarnado. Con su unión sexual, estos dos seres han actuado como «aparato receptor» de la aureola o «longitud de onda» de un ser no nacido. Esta «longitud de onda» es retenida, por su parte, por «el condensador» del «aparato receptor», es decir, por los órganos reproductores del ser femenino. Tras haber tenido lugar esta unión, la energía del ser no nacido o desencarnado puede, por medio de los citados órganos, comenzar a vibrar en una materia física; y el resultado de esto constituye lo que llamamos «la formación del embrión». El ser femenino asume aquí la función de intermediario directo o instrumento del individuo desencarnado o ser espiritual que ahora se está materializando; es decir, que se está creando un nuevo cuerpo físico. Cuando este cuerpo ha alcanzado una madurez suficiente, es expulsado del cuerpo físico del intermediario mediante ese proceso que llamamos «nacimiento», después de lo cual aparece en el plano físico como «recién nacido» y ciudadano del mundo. El ser femenino es su «madre» y el ser masculino su «padre».
      Aquí no puedo, evidentemente, entrar en detalles al respecto pues se trata de un asunto muy amplio, y debo de nuevo remitir a «Livets Bog». Si insinúo esta cuestión de un modo muy vago, es simplemente para mostrar que ninguna tendencia congénita se origina de un modo injusto, sino que éstas, en todos los casos, son el resultado de la propia conducta del individuo en vidas o existencias anteriores. Porque cada individuo desencarnado constituye una «onda de una determinada longitud», y el carácter de ésta está formado por todas las costumbres e inclinaciones, las construcciones y deterioros de la capacidad creadora que el individuo ha desarrollado en sus últimas encarnaciones físicas; y esta limitación especial de «la longitud de onda» condiciona de modo equivalente el ajuste de «los aparatos» para su «recepción». Ninguna «aureola espiritual» de un individuo desencarnado puede ser atraída por un «aparato», es decir, por unos padres o intermediarios que en alguna forma no se hallen en la misma «zona de onda».
      Esta disposición divina es la que condiciona el hecho de que las vacas no engendren osos, que los osos no engendren elefantes y que los elefantes no engendren hombres, etc., etc.; sino que cada especie de seres vivos dé lugar a los individuos especialmente adecuados a la suya. Pero del mismo modo que las leyes eternas condicionan el nacimiento correcto de las especies, estas leyes también condicionan el que los individuos defectuosos y los perfectos tengan, cada uno según lo que le corresponde, un nacimiento adecuado de modo que a ningún individuo, por medio de la herencia, se le adjudiquen tendencias, ya sean buenas o malas, de las que éste, originalmente, no sea la causa. La ley de la atracción y la repulsión condiciona, de este modo, el hecho de que cada individuo tenga siempre la dirección de su propio destino en sus manos y constantemente pueda trabajar para su propia divinización. Lo más importante para dicho individuo es llegar a un claro conocimiento de su supremo poder divino, para usarlo en la dirección de su propio destino hacia las cúspides más elevadas.


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