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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 8
Cuando la facultad natural del gusto se usa de modo incorrecto
Tras haber llamado la atención en los capítulos anteriores sobre la falta de armonía que el consumo de sangre, grasa y carne produce en el organismo humano, tanto en el organismo espiritual como en el corporal, una pregunta capital surgirá en todo lector que busque seriamente la verdad: ¿Cuál es la alimentación ideal?
      Para que la respuesta correspondiente no sea demasiado desalentadora, es necesario dar, de antemano, una corta visión de conjunto de la actitud que tienen quienes comen carne con respecto a la alimentación que es absolutamente natural para los hombres. Lo que sucede es que ésta es tan sencilla, tan poco refinada y sin ningún tipo de especias o condimentos estimulantes, que para los habituados a comer carne será tan sosa e imposible como el agua o la leche lo son para el alcohólico o el borracho. Del mismo modo que éste ha desarrollado un deseo totalmente antinatural con respecto a las bebidas, el partidario de los productos alimenticios de tipo animal también ha desarrollado, aunque de un modo inconsciente y dentro de un horizonte de tiempo mucho más largo, un deseo antinatural y dominante con respecto a los alimentos. La humanidad, a través de múltiples generaciones, se ha habituado hasta tal punto a los productos cárnicos, que éstos, en vez de despertarle una aversión natural, le despiertan una voluptuosidad antinatural. Del mismo modo que su organismo pierde la facultad natural de reacción al tabaco, al alcohol y a otros estimulantes no naturales – porque se ha habituado a estas materias tóxicas que, de este modo, se transforman en «estimulantes» – así también pierde su facultad natural de reacción con respecto a las materias tóxicas, que se presentan en forma de alimentación animal, porque se ha habituado a los productos cárnicos que, del mismo modo que el tabaco y el alcohol, despiertan en él deseos no naturales. Pero aunque el hábito endurece el organismo contra el efecto de las materias tóxicas, no puede negarse que este organismo a la larga llega a estar totalmente destruido. Esta destrucción es sobre todo visible por medio de la visión oculta que puede seguir al individuo a través de varias encarnaciones.
      Dado que la función de la facultad del gusto es crear en la conciencia del individuo aversión o repulsión con respecto a los alimentos antinaturales y crear deseo o apetito con respecto a los naturales, es por ello evidente el hecho de que la facultad del gusto de quienes comen carne ha sido usada incorrectamente, ya que no produce aversión hacia los productos que son fruto de la sangre sino que, al contrario y tal como se ha comentado anteriormente, hace que el probarlos les produzca un gran placer. Pero sentir placer por cosas que son demoledoras para el organismo y contra la naturaleza de las cuales el individuo, ayudado por el gusto, debería estar en contra, equivale a un vicio. Quitarse la costumbre de devorar los cuerpos de los animales o algunos de sus órganos es lo mismo que quitarse la costumbre de un vicio. Pero quitarse esta costumbre cuesta a veces un gran trabajo y una gran fuerza de voluntad. Librarse de este vicio consiste, precisamente, en regenerar esa desbaratada facultad del gusto, de modo que recupere su facultad natural de reacción con respecto a los estimulantes perjudiciales. Pero la regeneración de la facultad del gusto solamente puede tener lugar si se produce una habituación a los productos naturales. Lo que hace esta habituación tan difícil es precisamente el hecho de que los productos naturales, a causa de esa facultad errónea del gusto, tienen un sabor, si no repelente, por lo menos soso o menos satisfactorio para el individuo mal acostumbrado. Del mismo modo que el tabaco, el alcohol y otros estimulantes antinaturales, antes de haberse habituado a ellos no ejercían en el individuo ningún tipo de atracción o le resultaban directamente desagradables, pero paulatinamente fueron produciéndole placer; así también los alimentos naturales, tras un proceso de habituación y de acuerdo con su función original, podrán estimular de nuevo el placer o deleite auténticos y normales del individuo en cuestión y cumplirán la función para la que han sido creados por la naturaleza. Pero esto exige entrenamiento.
      El hecho de que este vicio sea tan común que incluso los propios padres y hermanos, abuelos y bisabuelos, amigos y conocidos sean, generalmente, sus víctimas, no cambia sus reglas ni anula sus consecuencias, sino que, en muchos casos, ofusca la capacidad razonadora del individuo que no ve claro por lo que respecta a este asunto e, incluso, a veces es precisamente sugestionado, por estas circunstancias, a creer que los errores relacionados con la alimentación no son tales, sino que este tipo de alimentación está totalmente de acuerdo con la naturaleza y, por ello, también de acuerdo con las normas de la salud. Y está claro que esta actitud de la conciencia es algo que mata todo tipo de deseo hacia las cosas naturales. Individuos de este tipo, es decir, individuos que han alcanzado un cierto nivel de depuración, no se librarían jamás de la sugestión ni del vicio que ésta ocasiona si justamente las leyes eternas, en las que se basa la naturaleza, no hiciesen que un vicio jamás pueda existir sin deteriorar el organismo respectivo, bastante al margen del grado de placer que este vicio le produzca al individuo en cuestión. Y es este deterioro el que, bajo la forma de todos los tipos de enfermedades orgánicas existentes, ejerce la mayor influencia sobre la evolución de los hombres y los encamina hacia la alimentación humana ideal. Como las enfermedades aumentan en el mismo grado que los extravíos de los hombres con respecto a la alimentación y, como una existencia totalmente sana es imposible mientras el vicio o la fuente de alimentación animal se mantenga, todos los hombres serán conducidos finalmente, por medio de sus dolencias orgánicas y enfermedades, hacia una fuente de alimentación más verdadera; es decir, hacia la salud total.
      El hecho más importante que conduce a la humanidad hacia la alimentación ideal no es la actividad concienciadora en forma de conferencias y escritos, porque aunque ésta faltase totalmente, la humanidad sería inevitablemente conducida a estar en armonía con la naturaleza. Lo que, en realidad, es decisivo al respecto, son las dolencias y enfermedades. Pero la información, ya sea oral o escrita, es un suplemento inmejorable de estas dolencias y acelera la evolución de los seres que, precisamente por medio de ellas, se hallan en un estado de evolución tan avanzado que se han hecho receptivos para esta forma teórica de influencia, y desean dejarse influir y tienen ánimos para ello. Para los demás seres, cualquier tipo de enseñanza o influencia de tipo teórico carece totalmente de importancia. Para éstos, la fuente de alimentación de tipo animal y narcótico, basado en una capacidad del gusto descarriada y que no sigue las leyes de la naturaleza, es todavía algo que les obstruye el camino, es una especie de trampa de la que no pueden librarse. Las dolencias o enfermedades son para estos seres el único lenguaje elocuente y eficaz. Y a cada cual le incumbe el ser tolerante y comprensivo con ellos, porque todavía no pueden comprender la gravedad de la situación.


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