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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 6
La influencia de la alimentación desacertada en la formación del destino de quien la practica
El infierno no es un establecimiento penal en forma de un horno candente situado en un lugar indeterminado y en el que los seres vivos se abrasan eternamente, sino que se manifiesta como una realidad harto conocida de la vida cotidiana, ya que toda forma de enfermedad, dolor y aflicción es en sí un infierno. Este infierno es el único que existe. Como la enfermedad, el dolor y la aflicción, es decir, todos los tipos de desgracias, son la expresión de actos que han sido desencadenados al margen de las leyes eternas en virtud de las cuales el universo sigue existiendo, el infierno equivale, por ello, al conjunto de todos los desequilibrios de la existencia. Como el hombre de la Tierra no es un hombre perfecto, sino que en muchos aspectos ignora estas leyes eternas, vive en una constante infracción de dichas leyes. Como toda infracción sólo puede tener lugar por medio de una fuerza que emana del individuo, y como toda fuerza o energía, según «Livets Bog», no puede seguir una línea recta, sino que debe seguir una trayectoria circular volviendo necesariamente a su origen, la energía desencadenada en relación con cada infracción vuelve de nuevo a su origen y le causa el desequilibrio correspondiente. Este origen es objeto o víctima del mismo destino que por su parte ha desencadenado en los seres que le rodean. Como toda matanza y todo disfrute de carne y sangre no pueden tener lugar sin significar una muerte y un pánico antinaturales para los seres cuyo organismo debe ser sacrificado, quien come carne y sangre no puede ser dispensado de entrar, más tarde o más temprano, en contacto con los efectos de su mayor o menor complicidad en relación con el destino sombrío ocasionado a los seres citados. En ocasiones, los efectos de las distintas infracciones deben atravesar, desde el momento en que son desencadenados hasta el momento en que vuelven a su origen, un camino inmensamente largo que sigue una trayectoria circular en el espacio. Con frecuencia se hallan en camino varios cientos de años a pesar del hecho de que se mueven a una velocidad que supera en mucho la velocidad de la luz y la de las ondas radiofónicas. Esto significa que las personas que hoy participan en lo que sucede en los mataderos, en la pesca o que matan animales de otro modo, en muchas ocasiones no entran en contacto con los efectos principales de su modo de manifestarse en su vida actual, sino que esto sucede en vidas sucesivas. Es importante recordar al respecto que todos los seres vivos son realidades eternas que han existido siempre, aunque evidentemente en organismos o cuerpos cambiantes por el hecho de que dichos organismos están formados por materia y por ello, al igual que otras realidades materiales tales como máquinas y utensilios, deben constantemente renovarse porque paulatinamente envejecen y se desgastan. Cuando los efectos de las infracciones cometidas por el individuo regresan a él, se entrelazan con su irradiación y con el estado en que se halla en esos momentos y le causan dolor y sufrimiento. De este modo, estos efectos se transforman para el hombre terreno común en la causa invisible o secreta de su anexión a la guerra, la mutilación, el homicidio, el asesinato, etc. La mayor parte de hombres de la Tierra es, de un modo semejante, objeto o víctima, en su encarnación actual, de los efectos principales de su consumo de sangre y carne en existencias precedentes, al mismo tiempo que, naturalmente, también es objeto de los efectos que el conjunto de sus acciones o modos de manifestación en vidas precedentes ha desencadenado. Como consecuencia de esto, podemos decir que ningún ser puede escapar a los efectos de sus actos imperfectos. Pero esto es, de hecho, algo divino porque si sucediese lo contrario, toda evolución se detendría y en el universo, en vez de la vida, dominaría la muerte.
      Es evidente que no puedo entrar en detalles por lo que respecta a la creación del destino en sí y que, para ello, debo remitir al lector a «Livets Bog». Sin embargo, debo llamar la atención sobre el hecho de que lo anteriormente expuesto no se trata en absoluto de especulaciones o teorías, sino que se trata de hechos reales. Las irradiaciones creadoras de destino pueden ser seguidas en su trayectoria circular a través del espacio, en virtud de los sentidos ocultos superiores, y allí ser observadas con la misma facilidad que las realidades físicas pueden ser observadas por medio de los sentidos físicos.
      Además de los efectos primarios, ocasionados por el disfrute de carne y sangre, hay también unos efectos secundarios, y la onda de energía que los impulsa tiene sólo que recorrer caminos muy cortos. Estos efectos secundarios son, por ello, desencadenados inmediatamente, es decir, comienzan al mismo tiempo que la digestión de los citados productos animales, y son tan ínfimos que no se llegan a notar cuando los productos pertenecen al grupo de los llamados «productos frescos». Pero si son ingeridos de un modo constante se transforman en algo que tiene un efecto destructivo para el organismo y son precisamente mucho más peligrosos por cuanto se presentan de un modo oculto o secreto y solamente se hacen visibles cuando alcanzan su culminación bajo la forma de enfermedades orgánicas. Estos efectos son producidos porque la diferencia que existe entre la vibración peculiar de «los productos cadavéricos» y la vibración característica del organismo vivo en el que éstos han sido absorbidos como alimentación es demasiado grande. Cuando esta diferencia es mantenida de un modo permanente, cosa que sucede cuando el disfrute de la carne y la sangre es constante, la vibración peculiar de los productos cadavéricos domina finalmente a la vibración peculiar del organismo y el individuo en cuestión pierde, de un modo proporcional, el dominio de las funciones normales de su organismo. Aquellos organismos en los que la vibración peculiar de los productos cadavéricos se transforma en la más fuerte, carecen de defensas ante toda invasión de cuerpos extraños (bacilos y bacterias) por el hecho de que las vibraciones de éstos están en armonía con la vibración peculiar de los productos cadavéricos y, de este modo estos cuerpos extraños no encuentran ninguna resistencia cuando toman posesión del organismo o de algunas partes de éste. Y el organismo muestra, allí donde ha sido dominado de este modo, una enfermedad orgánica con un peligro de muerte más o menos destacado. Un desgaste tal de las vibraciones normales del organismo, causado en parte por el disfrute de la carne y la sangre y en parte por el disfrute de estupefacientes y por alimentación desacertada, es la causa de todo tipo de enfermedad, ya sea tuberculosis, cáncer, abscesos, reumatismo, cálculos biliares, cálculos renales, obesidad, insuficiencia cardiaca, tensión arterial anormal, anemia, problemas de digestión y de deposición, etc.
      El disfrute de todo tipo de estimulantes de tipo narcótico y la consumición de carne y sangre no pueden tener lugar sin que uno simultáneamente estimule su muerte prematura. Dado que un ser que activa su propia muerte es un «suicida», toda persona que todavía no ha alcanzado un contacto o una armonía con la fuente natural de nutrición participa, de este modo y en virtud de su disfrute de carne y sangre, no solamente en el asesinato de los seres que le rodean, sino también, aunque lentamente, en su propio suicidio. Esta persona es simultáneamente «asesina» y «suicida» y es un máximo exponente de la infracción del quinto mandamiento, o de la destrucción de lo que es fundamento eterno para toda vida que ha alcanzado su perfección: No matarás. Un individuo tal es aún prototipo o representante del paganismo y debe, en un grado correspondiente, estar sometido a las leyes y consecuencias de este paganismo; debe estar sobrecargado con enfermedades y sufrimientos al margen de que sea «sacerdote», «obispo» o «papa», o al margen de que se califique de «cristiano», «santo», «convertido», «bienaventurado», «ortodoxo» y cosas parecidas. El individuo es colmado por «el espíritu santo» de un modo total, es decir, alcanza la forma fundamental del «gran nacimiento» y la existencia iluminada como «hombre divino» que se desprende de este nacimiento, solamente cuando ya no desea la carne y la sangre de otros seres, cuando ya no es ni asesino ni suicida. Este individuo debe por lo tanto, durante este período de tiempo que precede a su iluminación, carecer, en un modo proporcional, de «conciencia cósmica», es decir, de la auténtica facultad de «ver a Dios».


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