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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 5
El quinto mandamiento y el hombre que saborea la carne y la sangre
Como se ha citado en el capítulo anterior, la alimentación animal no es la nutrición correcta para el hombre. Dado que el hombre de la Tierra es un ser de transición entre el reino animal y el reino humano, las naturalezas propias y especiales de estos dos reinos estarán representadas, cada una de ellas en mayor o menor grado, en la manifestación del ser en cuestión. El primero de estos reinos es, naturalmente, el que domina de una manera preponderante porque el cuerpo físico del individuo todavía es un cuerpo animal. El hombre terreno pertenece a «los mamíferos». Todo su sistema de reproducción está sometido totalmente a las leyes del mundo animal. El hombre consumado no está en absoluto sometido a estas leyes, sino que aparece con un sistema de mantenimiento que tiene una libertad e independencia muy distintas; algo que, sin embargo, no puedo explicar aquí. Pero es hacia este hombre cuya evolución ya está terminada, hacia este «hombre divino», hacia donde se dirige la elevada naturaleza que se halla en el hombre de la Tierra. Como la naturaleza animal es la más antigua o aquella con la que el individuo está más compenetrado, su manifestación ha pasado, desde hace mucho tiempo, a formar parte de su conciencia como tendencias o hábitos sólidamente arraigados. Esto significa que no es necesario ningún esfuerzo de la voluntad para que se manifieste. Esta naturaleza animal se manifiesta, o se activa, de un modo automático. Algo muy distinto sucede con la naturaleza humana del individuo. Por el hecho de que ésta es relativamente nueva y todavía no se ha transformado totalmente en un hábito, se activa, en realidad, sólo por medio de un esfuerzo de la voluntad. Por ello, para la mayor parte de hombres es mucho más fácil responder a un agravio, vivir pensando en sí mismos que en sus semejantes, encolerizarse o enojarse en vez de desencadenar una forma de reacción contraria. Esta última forma de reaccionar, que equivale a «ofrecer la mejilla derecha cuando se ha sido abofeteado en la izquierda», es muy poco frecuente como actitud natural y debe ser forzada, en la mayor parte de hombres, por medio de la fuerza de la voluntad. Esta fuerza de voluntad es estimulada por todo lo que se puede agrupar bajo el concepto «amor». Éste ejerce, en forma de religión, idealismo, moral, etc., una influencia sobre los hombres, y ayuda a desarrollar en cada individuo concreto esta fuerza de voluntad por medio de sus sufrimientos, y por medio del incipiente desarrollo del sentimiento que se desprende de ellos y que, paulatinamente, transforma precisamente al individuo de animal en hombre. Esto equivale a decir que el hombre de la Tierra va poco a poco perdiendo la costumbre de vengar, matar y mutilar.
      El hecho de que la mayor parte de religiones y doctrinas morales hayan dado más importancia a los pensamientos del individuo, a su vida anímica y a su actuación con respecto a sus semejantes, que a su cuerpo físico, su alimentación y su relación con los animales; ha provocado que la parte de la conciencia del hombre que tiene relación con estos últimos puntos, se encuentre en un estadio evolutivo muy inferior a su estadio evolutivo general. Esto se plasma en los increíbles excesos, cometidos en esas áreas de conciencia menos desarrolladas ya citadas, en medio de los cuales vive la humanidad de la Tierra y bajo cuyos efectos, que se manifiestan en forma de enfermedades crónicas y sufrimientos profundos, hoy gime y suspira.
      Gracias al nuevo impulso mundial cósmico, o espiritual, que actualmente pasa por la Tierra y del cual – según «Livets Bog», surgirá una ciencia del espíritu perfecta, un idealismo, una moral y una cultura más limpias y elevadas que las actuales, la conciencia de la humanidad terrena, en lo que atañe a la alimentación, también será llevada a su perfeccionamiento. Es por ello que se dará mucha más importancia al quinto mandamiento que en épocas anteriores. La humanidad de la Tierra se halla en un estadio tan avanzado con respecto a su evolución, que sólo puede seguir avanzando si aprende a respetar este mandamiento y a cumplirlo de modo correcto.
      Como los efectos de todo tipo de acción regresan a aquel que la ha originado en un momento más temprano o más tardío de su existencia eterna, y se manifiestan matando y mutilando o acariciando y construyendo en grado proporcional al modo en que esta acción ha sido realizada por el individuo, ningún ser puede, de este modo, tener un destino totalmente perfecto, o ser liberado de todo tipo de energías mutiladoras o mortales mientras él mismo todavía sea origen de ellas y esté, por ello, ligado al sitio de origen o zona de existencia de estas energías sombrías. Es importante que cada cual revise su interpretación del citado mandamiento divino que no dice: «No matarás a los hombres», sino, al contrario, de un modo muy claro: «No matarás». Este mandamiento no da lugar a ninguna excepción posible; pero los hombres no lo han respetado totalmente y han hecho una excepción con los animales debido a su sentimiento todavía no desarrollado y su deseo animal habituado a la sangre y la carne. Los matan, degollan y mutilan de un modo todavía casi más malévolo que el que usan las mismas fieras. Los animales tienen, a pesar de todo, una posibilidad de huir de las fieras, pero suelen ser vencidos, generalmente, debido a su escasa precaución. Con respecto al hombre, los animales no se hallan bajo las mismas condiciones, porque éste ha incrementado sus facultades de fiera con amplias ayudas de tipo técnico como armas de fuego de largo alcance, trampas, etc. Pero la conciencia de fiera todavía se manifiesta de una manera más genial por medio de la crianza artificial de animales. Aquí, los animales ya son prisioneros y están condenados a muerte antes de llegar al mundo; es más, antes de su concepción. Aquí no hay ninguna posibilidad de huida. Los pequeños animalillos se hallan bajo el poder de sus asesinos a partir de su nacimiento y toda su existencia se basa en el hecho de que lleguen a ser los mejores animales de carga, o los mejores asados posibles. Aquí la fiera ha alcanzado poder y capacidad para ocultar su auténtica naturaleza y presentarse casi como un ángel, mostrarse como «amigo» y «protector» del animal para más tarde, cuando la circunstancia apropiada se presente, entregarlo a la esclavitud, la matanza o la mutilación sin ninguna piedad ni misericordia. El hombre le quita a este animal una parte, más o menos larga, de su vida física; en ocasiones le quitará varios años solamente porque su organismo va a constituir un plato de comida. En realidad, esto es una manifestación o forma de existencia que corresponde a la conciencia de los seres que se hallan en el estadio de los animales hambrientos de sangre y carne y que todavía no han sentido en absoluto la llama del amor total a través de sus venas o que, por lo que atañe a su alimentación, no pueden servirse de una manera satisfactoria de esa fuerza divina que llamamos «pensamiento».
      Los hombres devoradores de carne y sangre todavía no han sido capaces de integrar una parte de su naturaleza en la zona de pensamiento y amor en la que en realidad se encuentran, y que hace que puedan adornarse con el nombre de «hombre». Este permanente devorar carne y sangre es lo que ensombrece la existencia del hombre de la Tierra, porque el sol del amor no puede, de ninguna manera, brillar allí donde el hombre carece de todo tipo de respeto al derecho del ser vivo a la vida, y donde ha transformado en un placer el hecho de existir a costa de la muerte y la mutilación de otros seres. Este placer debe, por ello, ser el elemento desencadenante de esa realidad que llamamos «infierno».


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