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Capítulo 33
Cuando no se tiene amor hacia los seres microscópicos que constituyen «la materia» del propio organismo
Sólo me queda por mencionar que el objeto de este libro ha sido especialmente mostrar que si deseamos tener un destino totalmente feliz, no solamente debemos aprender a amar a los hombres y a las otras especies o categorías de seres vivos visibles y conocidas, sino que también debemos aprender a practicar el gran mandamiento del amor en nuestra relación con esas manifestaciones de vida que, en forma de materia, se sustraen a nuestra vista física y constituyen el microcosmos de nuestro propio organismo. Sólo actuando de este modo podremos esperar una actuación semejante, o una existencia transfigurada, por parte de ese gran ser macrocósmico en cuyo organismo nosotros somos microcosmos. Mi deseo ha sido ayudar a mis lectores a comprender que sin la práctica del amor, con respecto a las miríadas de seres microscópicos que legítimamente viven en nuestro organismo, no se observa en absoluto el quinto mandamiento, ni se cumplen las condiciones necesarias para ser un instrumento perfecto del proyecto divino con respecto al mundo, para ser un instrumento de la disposición divina con respecto a los individuos, para ser un instrumento de la conciencia divina. Y el individuo, sin esta identidad, debe necesariamente ser un ser enfermizo e imperfecto, debe estar ligado a formas bajas de existencia y debe contentarse con ser solamente la sombra de la existencia en la que, en realidad, está destinado a ser la luz solar que ilumina la mente.


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