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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 28
El eslabón intermedio entre la alimentación por medio de la carne y la alimentación por medio de la fruta
De acuerdo con lo que hasta ahora hemos tratado, la alimentación ideal del hombre terreno civilizado de hoy no consiste en absoluto en los productos alimenticios de tipo animal, sino que hay que buscarla entre los productos vegetales. De entre ellos, la pulpa de las frutas comestibles es la alimentación más pura y noble, pero dado que esta alimentación se halla a un nivel demasiado elevado y aún no puede constituir el cien por cien de su alimentación, este hombre debe dirigir su mirada hacia otros productos vegetales que deben compensar ese tanto por ciento que falta. Estos productos pueden dividirse en tres categorías: «los productos de los cereales y frutos secos», «los de las raíces» y «los de las hojas». A la primera categoría pertenecen los productos elaborados de granos de plantas, cereales y frutos secos tal como el pan, la harina, los copos de avena y otros cereales, las sémolas y la masa de relleno de nueces así como los distintos guisados de judías sin carne, las sopas de garbanzos, etc. Dentro de la segunda categoría se hallan los productos elaborados de raíces de plantas, es decir, los platos hechos de patatas, zanahorias, chirivías, remolacha, apio y otras raíces comestibles. En cambio, la tercera categoría abarca las comidas compuestas de lechugas, los platos verdes, los distintos platos cocinados con los diversos tipos de col y otros alimentos de características parecidas.
      Los individuos que deseen abandonar la alimentación animal serán remitidos a buscar la alimentación entre los productos o platos aquí citados, que constituyen el eslabón intermedio entre la alimentación por medio de la carne y la alimentación por medio de la fruta. Determinar lo que deben comer o los alimentos, de los aquí citados, que preferentemente deben elegir no es posible ya que esto sólo puede ser decidido por cada individuo. Como una gran parte de los hombres de la Tierra tienen mala salud y en realidad solamente pueden ser considerados como «pacientes», lo que los distintos individuos puedan tolerar será algo muy individual. Lo que uno puede tolerar es, en muchas ocasiones, muy mal aceptado por otro; además, la actitud espiritual tiene una importancia capital. El organismo de los seres con un grado muy alto de iluminación espiritual y con una actitud llena de amor difícilmente podrá, en muchas ocasiones, digerir los fuertes y poco refinados productos de las raíces; lo mismo puede suceder también en ocasiones con los cereales y frutos secos que tampoco son demasiado refinados. Por esto un organismo de este tipo solamente podrá tolerar los géneros de comida más finos y refinados. Por consiguiente, lo único que se le puede proponer al vegetariano incipiente es que vigile detalladamente los efectos de este o aquel alimento elaborado de productos vegetales para, de este modo, comprobar lo que precisamente es adecuado para él o para ella. De esta manera, cada individuo debe tomar solamente los alimentos que no le causan ninguna molestia y cuya digestión no nota. Algunas personas quizá objetarán al respecto que ellas digieren perfectamente los productos animales, pero debo responderles que el hecho de que sigan teniendo esta capacidad es en realidad solamente un asunto de tiempo ya que ésta se debe a la fuerza de la costumbre a través de tradiciones heredadas, y que esta pérdida de fuerza, de la que el individuo es objeto absorbiendo la alimentación animal en su organismo, más tarde o más temprano se manifestará como una reacción en forma de una u otra dolencia orgánica.
      Los productos de los cereales y frutos secos, los productos de las raíces y los de las hojas contienen en cierto grado, y tal como los productos animales, una serie de unidades de vida del tipo A que no pueden ser asimiladas como alimentación por el organismo. Es por ello que, en relación con la asimilación de estos productos por el organismo, habrá que vencer una cierta resistencia, dado que estas unidades de vida primero deben morir y descomponerse para que las importantes unidades de vida del tipo B que se hallan en ellas, se liberen y pasen al organismo como alimentación. Como las unidades de vida A, que se hallan en las sustancias de las plantas, no son tan numerosas ni están tan evolucionadas como las unidades de tipo A de los productos animales, su proceso de descomposición o putrefacción no es tan acentuado ni tan avanzado como el proceso de descomposición de éstas últimas. Esto significa que las materias fecales originadas por los productos vegetales no son tan hediondas ni tóxicas como las de los productos animales. El principio mortífero es de mucha menor amplitud en la alimentación vegetal que en la alimentación animal. La transgresión del quinto mandamiento no es tan grave; es por ello que la alimentación vegetal puede considerarse como perteneciente a un nivel superior de conciencia.


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