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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 24
Por qué se cuece la comida. «Unidades de vida A» y «unidades de vida B»
Tal como ya hemos dicho, la alimentación de tipo animal supone un despliegue demasiado fuerte de vibraciones para el organismo humano que, para transformarla en producto nutritivo, debe desarrollar una cantidad de fuerza o energía tal que, en realidad, a causa de su nivel evolutivo ya no puede desplegar sin que ello tenga consecuencias para su salud. La digestión de los alimentos animales supone para el hombre un sobreesfuerzo constante que, finalmente, se transforma en la causa principal de la mayoría de dolencias orgánicas. Para remediarlo ha inventado la cocción de la comida; pero, ¿qué sucede en realidad con la cocción?
      Para comprenderlo debemos recordar que todas las sustancias están formadas por unidades de vida, y que el nivel evolutivo de las unidades de vida animales está demasiado cercano al nuestro en la escala evolutiva. El hecho de ser asimiladas por el organismo humano como alimentación equivale, para estas unidades, a una muerte no natural; y todas las unidades de vida normales luchan contra la muerte no natural. Ingiriendo las unidades de vida animales como alimento para el organismo, éste debe iniciar una lucha a muerte contra la resistencia de estas unidades de vida; la auténtica digestión comienza solamente cuando esta lucha ha terminado y los pequeños organismos de las unidades de vida han muerto. Pero no debe creerse que esta digestión concierne a los pequeños organismos que han sido matados; muy al contrario, estos organismos se descomponen de un modo muy natural, tal como los otros cadáveres, en un proceso de putrefacción; los cadáveres no pueden «digerirse», pero los organismos citados contienen un cierto porcentaje de esas unidades de vida que están tan atrasadas en su evolución que su vida y bienestar consiste en ser asimiladas como alimento en un organismo. Estas unidades de vida no pueden matarse, sino que en virtud de esto reciben las condiciones de vida. Nos encontramos así con dos tipos de unidades de vida. A las primeras las llamaremos, por razones prácticas, «unidades de vida A» y a las segundas «unidades de vida B». Las unidades de vida A son aquellas cuyo organismo se mata, y las unidades de vida B son aquellas cuyo organismo adquiere vida por el hecho de ser asimilado como alimento por un organismo. Por medio del proceso de putrefacción de los organismos de «las unidades de vida A» se liberan «las unidades de vida B» que están enquistadas en ellas. Éstas son conducidas, en estado vivo, por los órganos de la digestión del ser – en el que han sido absorbidas como alimento – a las distintas zonas y localidades de su organismo, en las que cada una en particular puede encontrar condiciones que le permitan vivir. Los organismos de «las unidades de vida A», que han sido matados, son por el contrario conducidos de nuevo fuera del organismo por los órganos de la digestión. Estos restos de cadáveres – o productos hediondos – son los que conocemos con el nombre de «excrementos».
      En realidad, los productos animales son solamente alimentación indirecta, por el hecho de que sólo las unidades de vida de estas unidades de vida son las que actúan directamente como alimento; y para liberar a estas últimas unidades de vida debe matarse a las primeras. Está claro que una alimentación que se basa en este proceso homicida es mucho más pesada o penosa que una alimentación en la que este proceso no es necesario. En relación con todo esto, se tiene naturalmente que tomar en consideración el nivel evolutivo del individuo. Si, por ejemplo, descendemos hasta la fiera, veremos que el organismo de este animal se basa en la estimulación de este proceso puesto que está creado para ello, pero cuando los seres avanzan en su evolución los organismos paulatinamente se van refinando y pierden de modo proporcional su capacidad de estimular este proceso. En los hombres esta capacidad está degenerando de un modo muy acelerado. Esto significa que, cuanto más evoluciona este hombre, el proceso homicida tiene más y más problemas para consumarse en su organismo, y esto ha sido la causa de que haya encontrado otros procedimientos por medio de los cuales este proceso pueda ser estimulado. El más esencial y amplio de ellos es precisamente el proceso de cocción. Cociendo los alimentos sucede precisamente que «las unidades de vida A» mueren y solamente quedan «las unidades de vida B» que, en su mayor parte, no son afectadas por la cocción. Hoy en día, los hombres cuecen su comida para dispensar a sus organismos del proceso homicida; esto supone un alivio para el organismo. El hombre experimenta el hecho de que le es más fácil «digerir» los productos cocidos que los crudos. El hombre ha descubierto que la cocción «reblandece» los productos, este estado de «reblandecimiento» se debe simplemente al hecho de que «las unidades de vida A» han muerto antes de ser comidas o ser asimiladas por el organismo como alimento. Pero esto no altera el hecho de que, sin embargo, lo que se come sean cadáveres y de que las unidades de vida que están vivas, y que a causa de ello constituyen la auténtica alimentación del organismo, solamente puedan ser activadas o liberadas por medio de la putrefacción o descomposición de estos cadáveres, tal como ya se ha citado. Como este proceso de putrefacción, además de liberar «las unidades de vida B», es – del mismo modo que todos los otros procesos de putrefacción – una combinación de todas las sustancias que son demoledoras o perjudiciales para el organismo, cuando se establece como una situación permanente no podrá, a largo plazo, dejar de tener efectos perjudiciales para un organismo avanzado. El objeto de la evolución es también conducir a los individuos a un estado en el que paulatinamente puedan ingerir «las unidades de vida B» directamente y no indirectamente, por medio de un previo proceso de putrefacción o descomposición de cadáveres; proceso por medio del cual el organismo, simultáneamente y en un grado correspondiente, será fuente permanente de envenenamiento, cloaca o paradero de todas las materias, sustancias o vibraciones mortales o demoledoras de la vida.


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