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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 2
Cuando el individuo no tiene ni el instinto ni la inteligencia suficientes para elegir la alimentación óptima
Los hombres de la Tierra han experimentado, por medio de las religiones, la ciencia y el saber, unidos a los otros acontecimientos de los últimos siglos, un fuerte y creciente proceso de evolución. Esto ha originado, especialmente, un desarrollo muy acentuado de la inteligencia de los individuos que ha ampliado el horizonte de sus sentidos, y les ha dado poder sobre fuerzas y realidades cuya existencia no sospechaban. Como este poder equivale a un incremento de lo que se califica de «libre albedrío», o capacidad de obrar por propia voluntad, este «libre albedrío» del hombre de la Tierra ha alcanzado un nivel considerablemente superior a la conocida forma animal y primitiva de «libre albedrío». Mientras esta última forma es dirigida, en su mayor parte, por disposiciones de tipo instintivo, la primera ha pasado a ser dirigida, en gran parte, por disposiciones con base en la inteligencia. De este modo, el hombre terreno se ha elevado, hasta cierto punto, por encima del reino animal común conquistando nuevos y amplios campos espirituales y psíquicos. Pero en el mismo grado en que se ha adentrado por nuevas zonas espirituales y usa la inteligencia en vez del instinto, degenera este último. Porque existe una ley natural inquebrantable que consiste en el hecho de que las partes de un organismo que no son usadas, como por ejemplo órganos, miembros, sentidos, etc., finalmente se hacen inservibles, degeneran y por último, tras sucesivas encarnaciones, se descomponen y desaparecen. Por consiguiente, sólo pueden conservarse usándolas. Dado que el relevante y evolucionado instinto de los animales está, de este modo, degenerado en los hombres, y este instinto era la base de la facultad de sentir el hambre y la sed absolutamente normales, la facultad del hombre de la Tierra de sentir de esta manera está también, de modo equivalente, degenerada.
      Si el organismo del hombre terreno no se hubiese refinado, al mismo tiempo que su evolución lo encaminaba hacia el abandono del reino animal, y hubiese continuado teniendo la misma robustez para ingerir la habitual y tosca alimentación animal, entonces su conciencia habitual, con respecto a esta alimentación, lo habría protegido y no habría habido ningún cambio en su tipo de vida. Pero el organismo se ha refinado y las sustancias necesarias para su sustento deben tener un grado proporcional de refinamiento. Además, el hombre de la Tierra se ha adentrado en su evolución por zonas en las que su organismo ya no soporta la vieja alimentación animal, sino que exige productos nuevos y refinados, a la vez que su instinto se muestra en un estado de degeneración que ya no puede seguir garantizándole ni el deseo ni la elección de una alimentación correcta, tal como sucedía en las zonas anteriores. A causa de esto, el individuo debe encontrar por medio de su inteligencia los alimentos que pueden ser considerados como los adecuados para el estadio evolutivo actual de su organismo. Pero como en un organismo nada puede nacer en estado adulto, sino que sólo puede estar en condiciones de ser utilizado tras una evolución gradual, una inteligencia tampoco puede nacer en estado adulto, sino que debe desarrollarse. Como la inteligencia, por su parte, solamente puede evolucionar por medio de experiencias, el hombre de la Tierra debe, en aquellas zonas en las que se ha remontado por encima del viejo instinto animal, buscar las realidades auténticas por medio de sus experiencias. Pero la experiencia surge por medio de los errores, y el hombre terreno se encuentra en una zona de evolución donde, precisamente a causa de su instinto deficiente y su inteligencia todavía imperfecta, comete una gran cantidad de desaciertos. Gracias a su avanzada capacidad de obrar según su propia voluntad puede elegir por sí mismo lo que quiere comer y beber, pero no tiene ni instinto ni inteligencia para elegir lo absolutamente perfecto y adecuado para el estadio evolutivo de su organismo. Por ello, y en general, el individuo no sólo elige alimentos, que solamente de un modo amplio pueden considerarse como tales, sino que incluso elige realidades que en ningún modo son alimento. El hecho de absorber alimentos no adecuados a un organismo crea un desequilibrio en dicho organismo. Como el desequilibrio sólo puede manifestarse bajo la forma de enfermedad y dolor, es comprensible que esta situación, por lo que se refiere a la humanidad de la Tierra, haya dado lugar a realidades tales como «hechiceros», «curanderos», «sanadores», «médicos naturistas», «médicos», etc., que reparan, con más o menos suerte, los organismos minados y sobrecargados. Es más, estas mismas circunstancias son las que conducen a la afligida humanidad a aferrarse al sinfín de «medicinas patentadas» que florecen de un modo tan exuberante, o a cualquier tipo de polvos o líquidos con tal de que se les haya pegado la etiqueta de «medicina», prescindiendo de lo peligrosos y desgastadores que sean para el organismo según un análisis cósmico. Asimismo se han descubierto o inventado remedios anestésicos que, ciertamente, calman el dolor de un modo temporal pero, en realidad, destruyen la capacidad que el organismo tiene de registrar la presencia de materias tóxicas y de oponerles resistencia o luchar contra ellas. Es un hecho el que un tipo de vida con alimentos y bebidas no naturales fomenta una acumulación permanente de materias tóxicas en el organismo; y que además, el consumo de «medicinas» fomenta otro tipo de acumulación de materias tóxicas que quizá en ciertas circunstancias pueden remediar los efectos de las primeras, pero que, en muchos casos, producen distintos efectos perjudiciales e incurables, con lo cual se consume la propia y suprema facultad creadora del individuo, (lo que en «Livets Bog» – El libro de la vida – se cita como «X2»). Según las leyes eternas del amor, esta destrucción progresiva culmina en una catástrofe, que por su propia naturaleza es terrible y se manifiesta como la experiencia más extrema o desgarradora que existe. Sin embargo, y precisamente a causa de su modo de actuar tan fuerte, detiene totalmente la descomposición y, de este modo, conduce al individuo de nuevo a lo normal o natural y le da voluntad y fuerza para que jamás, dentro de su actual espiral evolutiva, pueda alejarse del camino normal o divino con respecto a la alimentación.
      Esta catástrofe se produce porque el individuo, durante un cierto tiempo, ha malgastado su facultad creadora y a causa de ello está incapacitado – en el peor de los casos durante varias encarnaciones – para crear un cuerpo físico perfecto o normal, y por ello debe, en los citados períodos, mostrarse en el plano físico como formando parte del grupo de seres que llamamos «débiles mentales». Con respecto a esto es importante recordar que, de acuerdo con «Livets Bog», el modo en que el individuo se muestra en su actual vida física está condicionado por tres componentes hereditarios que se manifiestan en forma de sus aptitudes innatas, es decir, su propia aptitud adquirida en una existencia anterior y las aptitudes o tendencias de su padre y su madre actuales que, hasta un cierto grado, se hallan presentes en su cuerpo físico. En la infancia, las aptitudes o tendencias del padre y de la madre lo dominan, si bien de forma relativa. A medida que vaya acercándose a los treinta años, este dominio irá gradualmente disminuyendo. A partir de esa edad, la propia herencia del individuo, o las tendencias innatas, serán las que dominarán su cuerpo hasta la muerte. Esta herencia adquirida en una existencia anterior es la que es decisiva para la normalidad del individuo en la actual encarnación física. Pero este problema es demasiado amplio para poderlo explicar aquí y, por ello, debo remitir al lector interesado en este tema a mi obra capital «Livets Bog».


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