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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 13
«Las unidades de vida»
La totalidad del universo – todo lo que puede percibirse u observarse – está vivo según el supremo análisis oculto. Pero toda vida tiene dos lados, a saber, «el lado de la materia» y «el lado de la vida». Cuando somos testigos de algo a lo que llamamos «materia» se trata en realidad de algo «vivo» que vemos desde «el lado de la materia». Cuando, al contrario, vemos algo que calificamos de «vivo» se trata de «la materia» que vemos desde «el lado de la vida». De este modo, materia y vida son idénticas, pero pueden percibirse por medio de dos formas de percepción esencialmente distintas.
      Dado que la facultad de percibir la vida desde «el lado de la materia» constituye la forma de percepción más primitiva, ésta es de validez general para los seres que se hallan en los estadios evolutivos primitivos. La facultad de percibir la materia desde «el lado de la vida» es, al contrario, básica en los estados evolutivos superiores en los que los seres han experimentado «el gran nacimiento» citado en «Livets Bog». Para los seres que fundamentalmente no perciben la vida desde «el lado de la vida», sino solamente desde «el lado de la materia», toda vida aparece como «materia» o «sustancia». Esta materia es, por su parte, semejante a energía, fuerza, movimiento o vibración. Las vibraciones muestran, a su vez, un mundo infinito de variaciones que se aparecen a los sentidos como colores, sonidos, rayos, cuerpos, resumiendo, como todo aquello que conocemos con el concepto de «cosas creadas». Como todo lo que puede percibirse desde «el lado de la materia» es movimiento o vibración, nada de esto aparecerá como perpetuo, sino solamente como cambiante. Todo es, por ello, temporal. Si, al contrario, se percibe desde «el lado de la vida», todo se transforma en vida o «seres vivos». Como desde aquí no se percibe la materia, estos «seres vivos» no aparecen bajo el aspecto de formas o cuerpos que pueden mostrar cierta variabilidad, sino que se muestran como realidades eternas; es decir, como realidades que nunca han tenido un comienzo y jamás pueden dejar de existir. Dado que estas realidades eternas constituyen los puntos de los que procede toda vibración o movimiento, éstas se transforman en los únicos y absolutos «puntos estables» de la existencia. Estos «puntos estables» eternos forman el fundamento de todo lo que se puede percibir desde «el lado de la materia». Son el origen de toda creación, el núcleo vivo y eterno de todo organismo y la condición necesaria para que éste tenga la identidad de ser vivo. Un núcleo del ser de este tipo es el que, según «Livets Bog», conocemos como «el yo». Para la percepción oculta, estos «yos» – o «puntos estables» – se transforman en el análisis directo, supremo y último de todo lo que puede percibirse. Como constituyen la misma vida o «lo vivo» en el universo, llamaremos a estos puntos «unidades de vida». Estas «unidades de vida» solamente pueden ser percibidas por los sentidos primitivos como «sustancia», pero, por medio de la percepción superior, esta sustancia se muestra como «unidades de vida».
      Una «unidad de vida» constituye el ser vivo visto desde «el lado de la vida». «Las unidades de vida» sobre las que se tiene mayor conocimiento en la Tierra son, naturalmente, aquellas que constituyen los hombres terrenos, es decir, los seres a los que los mismos individuos pertenecen. En segundo lugar vienen los animales, luego las plantas y, finalmente, los minerales. Mientras la percepción primitiva propia de los seres de la Tierra da lugar, aunque de modo indirecto, a la captación de hombres animales y plantas como «seres vivos» o «unidades de vida», es mucho más difícil experimentar, por medio de esa misma percepción, los minerales como manifestación de «seres vivos» o «unidades de vida». Éstos son, al contrario, más bien percibidos como materia, vibración o movimiento. Pero a medida que el hombre alcanza a percibir por medio de «la conciencia cósmica», o «espíritu santo», los minerales aparecen también, cada vez más, como manifestación de «unidades de vida». Y desde este punto de vista que permite a todo lo existente manifestarse como «unidades de vida», se puede demostrar que no son los productos animales, sino los vegetales los que constituyen la alimentación natural del hombre; del mismo modo que también se puede demostrar, desde esta misma experiencia, que la incineración de los cadáveres, tal como he demostrado en otro libro*, clama contra las leyes de la naturaleza.
 
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* Notas aclaratorias de la traductora: Se refiere al libro Exequias.


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