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Índice de La alimentación ideal   

 

 
Capítulo 1
Los sentidos de la nutrición del hombre de la Tierra están trastornados
La cuestión de la alimentación ideal forma parte de los grandes problemas actuales.
      La creciente evolución de los hombres, desde un estado rudo, primitivo y animal hacia una forma más perfecta o refinada de existencia, es desde ya hace mucho tiempo un hecho consumado para el investigador espiritual avanzado. Asimismo, es un hecho consumado para este mismo investigador el que cuanto más refinado sea un organismo, más refinados deben ser los materiales que tienen que mantenerlo, es decir, su alimentación. Mientras el hombre primitivo puede, casi sin molestias, comer de un basurero o saborear productos echados a perder y malolientes, el refinado hombre civilizado puede solamente saborear los llamados «productos frescos», que sin haber sido «tocados por manos humanas» han sido elaborados bajo los más refinados procesos higiénicos. Sin embargo, es importante subrayar que la evolución de los sentidos de la nutrición de éste último y, en el caso que nos ocupa, especialmente la evolución de sus órganos del gusto, está muy retrasada con respecto al resto de su evolución. La tarea de los sentidos de la alimentación es, precisamente, provocar un hambre y una sed naturales. Por hambre y sed naturales debe entenderse un deseo sano, o conforme a la naturaleza, de las sustancias especiales que el organismo tiene que absorber y asimilar para mantener su salud. El sinfín de enfermedades orgánicas y dolencias graves que azotan a los hombres civilizados de la Tierra son prueba de que sus sentidos de la nutrición no crean directamente hambre y sed naturales, sino que fomentan, de un modo muy amplio, el deseo de alimentos y estimulantes no naturales. Desde un punto de vista cósmico, sólo un tanto por ciento muy reducido de hombres civilizados está absolutamente sano. Pero en relación con esto, también deben ser tenidas en consideración otras circunstancias, tales como su relación con el clima, el ejercicio físico, el sueño, el aire fresco, la luz, la higiene y la ropa. Con respecto a estas realidades, el apetito debe, naturalmente, ser también sano, porque en caso contrario es inútil que los alimentos que el individuo consume sean saludables. Es por ello que es inútil que una persona consuma alimentos sanos si, de un modo permanente, vive en un aire y luz insalubres, o se viste con ropa demasiado delgada; del mismo modo que es inútil que viva en un aire puro, un clima sano, lleve ropa buena y caliente etc., cuando de modo permanente introduce en su organismo productos antinaturales.
      Todo ser vivo está originalmente dotado de unos órganos que desarrollan el hambre y la sed naturales; es decir, que fomentan el deseo normal de la alimentación absolutamente genuina para el organismo, o ansia de satisfacer las condiciones especiales en las que se basa su existencia absolutamente sana. En los animales, por regla general, estos órganos – o esta conciencia de la alimentación – todavía se hallan en su forma auténtica; esto significa que estos órganos los protegen, casi totalmente, contra errores en su modo de vivir o, en grado equivalente, hacen que sólo puedan percibir como agradables los tipos de disfrute y los tipos de vida que son absolutamente normales para el estadio o etapa de evolución en la que se encuentran. El caso de los seres a los que comúnmente llamamos «hombres» es muy distinto; según «Livets Bog»* estos «hombres» aún no han llegado a la culminación de su evolución como tales y, por ello y hasta cierto punto, todavía pertenecen al reino animal. Los sentidos de la nutrición de estos seres están altamente trastornados, degenerados, y son de poca confianza. Esto significa que estos seres en cuestión pueden a veces experimentar un hambre e, incluso, una gula muy fuertes de sustancias más o menos antinaturales; este deseo tiene, en ocasiones, una fuerza tal que hace que estas sustancias aparezcan frecuentemente como alimentos y bebidas cotidianos.
      Sustancias antinaturales son aquellas que en parte carecen de valor alimenticio y en parte son indigestas para el organismo humano; lo cual equivale a decir que se trata de sustancias cuyo contenido alimenticio real exige que el organismo, en su proceso de asimilación, pierda una cantidad de fuerzas demasiado grande. Además, estas sustancias manifiestan, en algunas ocasiones, un vigor tal que hacen reaccionar al organismo de un modo demasiado fuerte y, en consecuencia, lo desequilibran en sus fundamentos. Por todo ello, estas sustancias son puro veneno para el organismo. Es lógico, por tanto, que mientras los sentidos de la alimentación de los hombres de la Tierra – o sentidos del gusto – sigan siendo tan inestables, e incluso puedan llegar a exigir un disfrute diario o permanente de estas sustancias venenosas, su organismo desarrolle, en un grado correspondiente, una conducta enfermiza, anormal o muy mala.
 
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* Notas aclaratorias de la traductora: Martinus ha deseado que el título de su obra capital «Livets Bog», que significa El Libro de la Vida, no se traduzca y que en todos los idiomas se mantenga el nombre original danés.


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