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Martinus responde

Sobre la reencarnación y la justicia, la capitulación de la religión y del materialismo, nadie puede sufrir injusticia

Pregunta
¿Tendrá el conocimiento de la reencarnación importancia para la moral mundial?

Respuesta
Mientras la reencarnación no sea aceptada por la opinión pública o la mayor parte de la humanidad terrena, no podrá imponerse de ninguna manera una moral mundial humana o justa absolutamente perfecta. Mientras no se comprenda la reencarnación, una idea de la verdadera o absoluta imagen del universo será imposible. La imagen del universo materialista moderna no es ninguna imagen verdadera del universo. Sólo es una serie de análisis de las órbitas y del contenido de materia de planetas y galaxias, o sea, un conocimiento que no tiene la más mínima influencia sobre la moral mundial. Y mientras la imagen psíquico-física del universo sea un fenómeno desconocido, su estructura y leyes y también, por consiguiente, sus leyes morales serán desconocidas. Es, precisamente, esta ignorancia la que hoy da lugar a las expresiones siguientes: “No hay ninguna justicia”, “La vida es un resultado de casualidades”, “Que cada cual piense en sí mismo”, etc. Y así se actúa con esta base. No se comprende que pueda haber justicia en un mundo, en el que se ve que algunos niños nacen a la enfermedad, la indigencia y la miseria, tienen padres que no los aman, que directamente los educan para la delincuencia, mientras otros niños nacen a una vida en la riqueza y el bienestar, protegidos por unos padres amorosos, y tienen acceso a los círculos más elevados y respetados de la sociedad. Algunos niños nacen con una inteligencia muy limitada, mientras otros nacen con relevantes facultades y disposiciones intelectuales. Un niño nace como genio, otro nace con debilidad mental. Algunos seres son esclavos, tienen que trabajar con mucho esfuerzo o sudor para que otros pueden vivir muy bien a costa del trabajo de estos seres, puedan llevar una vida lujosa. Algunos seres mueren a causa de la gula y la pereza, otros mueren de hambre y agotamiento. Algunos niños mueren inmediatamente tras el nacimiento, mientras otros llegan a los cien años. Algunos niños nacen con una psique extraordinariamente abierta y amable, y otros nacen con una psique que puede dar lugar a un bandido o un gangster. ¿Cómo puede haber justicia en el mundo, cuando aparentemente todo carece totalmente de sentido, y los bienes de la vida están tan desigualmente repartidos?

Que el cristianismo de iglesia intente remediar esto con dogmas o tradiciones religiosas, que muestran la imagen del universo como una Divinidad todopoderosa, que es el creador y señor de todos los seres vivos, no ha podido hasta el momento remitir a fenómenos que conviertan la imagen del universo en justicia y amor culminante. En su desvalimiento han tenido que capitular con la expresión: “Los caminos de Dios son inescrutables”. Lo que ha llevado a este cristianismo de iglesia a esta capitulación o falta de medios intelectuales, con el consiguiente abandono del cristianismo por muchos, es su enseñanza de un Dios que se dice que es todopoderoso, que ama con amor universal y es omnisapiente, pero que, sin embargo, deja que una cantidad inmensa de los seres que ha creado vayan a parar a un infierno eterno, o sea, a unos gemidos y a un tormento de los que jamás, a lo largo de toda la eternidad, pueden ser liberados. Se dice que este horrible tormento es un castigo por las faltas o desaciertos cometidos en una simple vida terrena. ¿Cómo puede un castigo eterno o infinito ser justo en relación con una falta temporal o finita? ¿Y cómo puede ser que lo creado sea castigado por su propia imperfección? No se ha creado a sí mismo, sino que es un producto de un creador. Este creador, ¿no tiene él mismo que tener la responsabilidad? Si este creador es todopoderoso, ¿por qué crea, entonces, seres sobre los que debido a su omnisapiencia sabe de antemano que irán al infierno? Si no puede crear a sus seres perfectos, no es todopoderoso. Y si no sabe de antemano que irán al infierno, no es omnisapiente, y si sabe de antemano que irán al infierno, pero no desea liberarlos de este gran sufrimiento, es más, manda inclusive a la mayor parte de los seres que ha creado allí, no ama con amor universal. Imagínense lo que pasaría si a una divinidad así le hicieran un reconocimiento mental. ¿Cuál sería el diagnóstico? Un ser creador, cuya producción más importante son seres vivos con una estructura mental o espiritual, a los que, desamparados, condena a una vida sin fin en la culminación del dolor y el sufrimiento, y en este estado tienen que dirigir eternamente sus gemidos de muerte a su creador que carece totalmente de sentimientos y es inhumano y cuya omnipotencia y omnisciencia podría haber impedido todo este panorama diabólico y, en cambio, haber creado una existencia luminosa y resplandeciente para todos, no puede tener ninguna chispa en absoluto de amor en él. Como en el infierno los seres no pueden liberarse jamás de su sufrimiento, su estancia aquí estará totalmente exenta de todo tipo de objetivo útil o provechoso para los propios seres. Cuando la Divinidad todopoderosa, no obstante, mantiene inflexiblemente a estos seres en un sufrimiento eterno, esto sólo puede únicamente ser porque es un placer para ella. Pero un ser, que encuentra placer en ver a seres vivos, que totalmente desamparados están atados a sufrimientos horribles, sólo puede ser anormal. Su diagnóstico sólo puede tener una sola palabra: “sadismo”.   

Este diablo en su forma más pura, oculto en la terminología caduca de los dogmas, este paganismo al cien por cien de las tradiciones religiosas es lo que hace que el cristianismo de iglesia pierda adeptos, a medida que sus seguidores comienzan a pensar por sí mismos. Es comprensible que tuviera que surgir un ser de amor o cristo de carne y sangre para hacer palidecer esta imagen sadista de un señor del universo, hacer que cayera por tierra y se desmoronara. Esta imagen de una divinidad enferma es imposible que le de al investigador evolucionado inspiración y una seguridad fiable de justicia y simultáneamente una base fundamental para la creación de una moral elevada.


Como las otras grandes religiones mundiales también contienen amplios dogmas o ideas de tipo pagano, que no pueden hacer frente a un examen verdaderamente intelectual, estas religiones también perderán adeptos, a medida que las propias facultades mentales de los seres vayan irrumpiendo. Tanto cielos paradisíacos con valkirias sin alma como el temor de convertirse en un cocodrilo, una serpiente, un pulpo o algún otro bicho, si no se cumplen las prescripciones de la religión, desaparecerán como sombras oscuras ante la luz intelectual. Y los hombres tienen que buscar nuevas bases mentales o psíquicas para la formación de moral

Dado que, como ya hemos dicho, la ciencia materialista moderna sólo puede darles a los hombres análisis de la sustancia o materia, le es imposible solucionar el misterio de la vida. La vida está, precisamente, formada no sólo de sustancia o materia, sino también de la vida que dirige la sustancia o materia y se manifiesta a través de ella. Por consiguiente, es imposible que esta ciencia cree la base para una moral. En el dominio de la ciencia materialista hay oscuridad espiritual o mental, ateísmo o negación de que una providencia existente domine la vida cotidiana. Tener el mayor ejército de tierra y mar o una fuerza militar con la mayor capacidad posible de matar, asesinar y destruir debe, por consiguiente, considerarse como la única medida de seguridad efectiva o como el mejor medio de protección. Por consiguiente, aquí todo es más un asunto de poder que de justicia. Y el hombre terreno, altamente dotado de conocimiento y saber materialista, tiene que ponerse aquí en el estadio del animal y ordenar su vida según la moral de la selva: el derecho del más fuerte. Como el hombre difiere del animal por el hecho de constituir un ser ético, es decir, que está determinado a tener que vivir según el principio “la justicia antecede al poder”, no puede vivir según la ley de la selva: “el poder antecede a la justicia” sin minar su verdadera experimentación humana de la vida, que es paz, felicidad y alegría permanentes basadas en la comprensión y el amor hacia todo y todos. La moral de la selva sólo puede darle al hombre terreno una forma animal de experimentar la vida, que es lo mismo que estar permanentemente en guardia contra males, penas y dolores temidos, que en los hombres terrenos están reforzados en el mismo grado que estos seres han reforzado con armas de ataque y defensa artificiales su manera animal de manifestarse. Y esta práctica reforzada de la ley de la selva es hoy la moral mundial. Según ella se decide la relación entre estados y pueblos. Que la vida debe, por lo tanto, de modo correspondiente ser animal en vez de humana, guerra en vez de paz tendría que ser aquí algo evidente.

Tras esta capitulación de la religión y el materialismo, la incipiente ciencia del espíritu, con sus análisis cósmicos del algo vivo en sí tras la materia o sustancia y, por consiguiente, de la verdadera imagen psíquico-física del universo, será ahora el único camino abierto y factible hacia la paz mundial. Aquí la reencarnación o existencia eterna del individuo es interpretada partiendo de unas bases inalterablemente lógicas. Por medio del conocimiento de esta existencia eterna vemos que nosotros somos el primer origen, creador y desencadenante de nuestro propio destino, y que todo y todos los que nos rodean jamás, en ningún caso, pueden ser la causa del lugar donde nacemos, de quienes son nuestros padres, del medio de que formamos parte y de las condiciones en que vivimos, ni de de las penas y sufrimientos u otras formas de malestar que sufrimos. Estos seres y  todo lo que nos rodea nunca será otra cosa que los medios o instrumentos a través de los cuales nosotros, con nuestro propio ser, conscientemente o no originamos y formamos nuestra propia experimentación de la vida, que, claro está, es lo mismo que nuestro destino. Como nuestro destino únicamente puede ser los efectos de causas a las que nosotros mismos hemos dado lugar, en parte en la vida actual y en parte en vidas terrenas anteriores, no hay nadie con el que enojarse justamente, nadie a quien reprocharle este o aquel malestar o este o aquel acontecimiento desdichado en nuestro destino. Vemos que todo lo desagradable son manifestaciones de nuestra propia imperfección con respecto al arte de vivir o modo de ser y, por consiguiente, aprendemos de cada cosa o experiencia desagradable. Los análisis de la ciencia del espíritu sobre la reencarnación y la imagen del mundo eliminan, de este modo, totalmente la gran superstición de que alguien puede hacer injusticia y alguien puede sufrir injusticia. La ciencia del espíritu elimina todo fundamento para el martirio y muestra que toda forma de odio, enojo, envidia o, dicho brevemente, de falta de amor todavía son caídas y errores de los hombres terrenos inacabados o cósmicamente ciegos. Como las caídas y los errores dan experiencias, las experiencias llevan al conocimiento de la vida, y el conocimiento de la vida lleva a la clarividencia cósmica o iniciación cósmica, que crea el fundamento para el hombre humano perfecto o ser a imagen de Dios, todas las caídas y errores son, de este modo, útiles e imprescindibles en el plan divino con el universo y además convierten las palabras divinas: “Todo es muy bueno” en un hecho. Cuando los análisis cósmicos de la reencarnación se conviertan en conocimiento evidente despierto con conciencia diurna en la mayor parte de la humanidad de la Tierra, el amor desplazará la ley de la selva de la moral mundial vigente. Armonía y paz, arte y ciencia, hermosura y alegría serán entonces el nexo luminoso que reinará entre los hombres, naciones, razas e individuos de todo el mundo.

Publicado por primera vez en la Carta de contacto 1950/10, página 24-28 

© Martinus Institut 1981
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