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44. CAPÍTULO

El pensamiento es idéntico con toda fuerza y movimiento tanto en la naturaleza como en el organismo

Que el pensamiento constituye una fuerza que sujeta o sostiene al organismo en un determinado estado se revela, entre otras maneras, en las expresiones faciales del individuo. El solo hecho de que estas expresiones pueden ser distintas muestra, en realidad, que tras la cara existe una fuerza que determina la mímica de la musculatura de la cara. Está claro que una cara puede expresar ira y odio en un momento determinado y dulzura y amor en el siguiente. Que tras la ira hay pensamientos de ira y tras el amor hay pensamientos de amor es un hecho para cualquier hombre normal. Pero, si estos pensamientos no fueran una fuerza, una energía, no podrían influir sobre nada en absoluto y, por consiguiente, tampoco sobre la musculatura de la cara. No podrían, como sucede ahora, hacer que la sangre «ruborizase las mejillas», que el corazón latiese más rápidamente, que el individuo enrojeciese o palideciese. Cada cara sería rígida como una estatua, del mismo modo que sería imposible mover brazos y piernas. Si el pensamiento fuera una «falta de movimiento» absoluta, quietud absoluta, sería imposible que influyera sobre el cerebro y los nervios y, con ello no se podría de ninguna manera percibir ni experimentar, dado que un efecto es imposible que tenga lugar sin ser idéntico a movimiento.
      Sin movimiento no existe, por lo tanto, ningún pensamiento, y sin pensamiento ninguna experimentación de la existencia. En vez de la vida habría una quietud eterna, una muerte eterna. El universo sería una «nada» sin fin. Pero, como esto es lo contrario a los hechos, el pensamiento es, por lo tanto, imperturbablemente idéntico al movimiento. Todo movimiento en la vida, ya se trate de las nubes cruzando el cielo, el oleaje del océano, el ciclo de los planetas, el correr de la sangre en nuestras venas, así como nuestra habla, nuestros actos y nuestro aspecto, es, así, manifestación de pensamiento, ya que «el pensamiento» sólo es la sensación que tiene el yo de la energía o movimiento que lo rodea. Cuando la energía aparece como vibraciones u ondas de una naturaleza tal que atraviesa directamente el cerebro y el sistema nervioso y, de este modo, se percibe como idéntica a la conciencia, se experimenta como «pensamiento». Cuando, al contrario, aparece con otras formas, sólo puede experimentarse indirectamente o como algo que existe fuera de los órganos del pensamiento o separada de la conciencia y aparece entonces para el individuo como «movimiento». «El pensamiento» constituye, por consiguiente, la sensación más interior de movimiento. «El movimiento» constituye la última consecuencia de esta sensación.


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