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187. CAPÍTULO

Lo que la práctica del mal menor puede llevar consigo

Pero el hombre terreno todavía no ha alcanzado este punto. Todavía hay en su existencia una parte considerable del principio mortífero que existe como condición de vida. Aquí debe elegir el menor «mal».
      Pero este «mal», sin embargo, se convierte en una bendición, ya que produce experiencias desagradables, que al final resultan en el desarrollo de inteligencia y sentimiento. Este desarrollo le da al individuo un espíritu y conciencia refinados. Un espíritu y una conciencia refinados engendran a su vez un correspondiente cuerpo físico refinado, que, en menor medida que el cuerpo anterior, requiere el principio mortífero como condición de vida y, así en adelante hasta que las facultades naturales del individuo se hayan convertido en un cumplimiento al cien por cien de amor y sabiduría. Pero entonces el hombre ya no es un ser físico. Es un ser metafísico. Vive en formas de vida metafísicas, apareciendo en continentes de otras dimensiones. Vive en mundos «celestiales». Por lo tanto, el hombre terreno no puede tomar a estos seres como modelo. Por el momento debe adquirir la capacidad del setenta por cien para cumplir la ley del amor, que se puede practicar en la tierra, antes de que piense en aprender a cumplirla en su totalidad o al cien por cien.


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