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184. CAPÍTULO

Un amor que se aplica sólo a los demás seres humanos nunca puede constituir el cumplimiento perfecto de la ley del amor al prójimo

Que esta base, que esto de sólo amar a los demás seres humanos como a sí mismo, no constituye un cumplimiento suficiente del gran mandamiento del amor, que es «la plenitud de toda la ley», está mostrado con suficiente claridad en los hospitales abarrotados, con sus enfermos crónicos, defectuosos y sufrientes. Y especialmente, ya que, entre estos sufrientes, no faltan personas que, de acuerdo con los conceptos comunes, sean «salvadas», sean los cumplidores del gran mandamiento, sean cariñosas y buenas con sus «semejantes». A pesar de eso, estas personas también son martirizadas por el flagelo del sufrimiento, a pesar de que éstas deben considerarse por encima de cualquier sufrimiento. Pero el hecho muestra que no se encuentran en tal sublimidad a pesar de su «amor a los humanos».
      El amor a los humanos no es suficiente. No es suficiente que uno sea bueno y amoroso con su propia especie, con los humanos, cuando, al mismo tiempo, uno persigue y mata a otros tipos de seres vivos, desmembrando y devorando su carne, causando mutilación, sufrimiento e infierno tanto a animales, plantas y microbios. Ningún individuo en absoluto puede cumplir la ley del amor completamente sin reconocer también a estos seres como su «prójimo» y amar a este «prójimo» como a sí mismo. Cualquier desviación de esto es una falta en la capacidad de amor del individuo, es una deficiencia en el cumplimiento del plan universal.
      Como el cumplimiento del plan universal es una condición para la experiencia perfecta de la vida, para la felicidad perfecta y verdadera, tal deficiencia será un obstáculo correspondiente para la experiencia perfecta. Pero un obstáculo para la experiencia perfecta es una falta de armonía en la percepción de la existencia del individuo. Una vez más, esta falta de armonía sólo puede existir como idéntica al sufrimiento. Todo sufrimiento, por lo tanto, proviene del cumplimiento inadecuado del gran mandamiento «amémonos los unos a los otros».


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