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104. CAPÍTULO

Ningún ser puede ser perfecto hasta que no cumpla con las condiciones de vida perfectas para los microorganismos en su organismo

Si no adquirimos conocimiento de nuestros pequeños semejantes en la parte del reino todo-abarcante de Dios, formado por nuestro propio organismo, y por lo tanto no cumplimos con las condiciones de la vida, que son válidas para ellas, entonces no importa cuál de los bellos predicados antes mencionados tuviésemos. Tarde o temprano vamos a llegar a descubrir que no estamos sanos, que tenemos tal o cual trastorno orgánico, enfermedad o impedimento, ya que estos trastornos exclusivamente son idénticos a los efectos de nuestra mala conducta contra el micromundo, contra los microindividuos en nuestro propio cuerpo. Y es a través de esto que en gran medida somos testigos de que los llamados «santos», «salvados», «creyentes» y «benditos» se ven de igual manera lastrados por enfermedades y trastornos como los llamados «irreligiosos», «impíos» y «malos». Esto quiere decir, en otras palabras, que nadie es realmente devoto, realmente salvado, realmente creyente o realmente bendito, siempre y cuando él todavía sea ignorante, «infiel» o imperfecto en la parte de las «muchas moradas en la casa del Padre», que en la forma de su propio organismo forma un hogar para los microindividuos.
      Así se ha hecho visible para nosotros que el cumplimiento justo del gran mandamiento del amor y el consiguiente encuentro consciente, verdaderamente realista con Dios, la experiencia de la más alta clarividencia, la felicidad perfecta, no se puede experimentar excepto a través de la creación de la perfecta armonía en la cooperación entre macrocosmos y microcosmos, entre la propia existencia del individuo y la existencia de los microindividuos en su propio organismo.


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