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103. CAPÍTULO

Para estar en contacto con la vida, también debemos reconocer a los microseres de nuestro organismo como el «prójimo» que debemos amar como a nosotros mismos

A través de este libro ahora hemos avanzado tanto en los análisis que hemos conseguido una visión de la interacción grande e importante que existe entre los macroindividuos y los microindividuos. Si hemos estado lo suficientemente atentos, estos análisis nos han demostrado el gran papel que juega esta interacción en la creación de nuestro propio destino. Nos habrá aclarado que el micromundo es el gran fundamento sobre el que se basa toda nuestra presencia y que, por lo tanto, no es un cumplimiento especialmente completo del gran mandamiento del amor sólo amar aquellos semejantes que pertenecen a la zona visible para nuestra capacidad física, como otras personas, animales y plantas, sino que a fin de ser perfectos, a fin de estar en contacto con la vida, también tenemos que incluir a los microindividuos en el concepto de nuestro «prójimo» al que hay que «amar como a nosotros mismos.» Con sólo amar a los seres que llamamos «hombres», «animales» y «plantas», es cierto que uno puede alcanzar una posición aparente en los ojos de otras personas, es posible ser considerado «santo», «pío», «honrado» y «salvado». Pero ¿qué significan todos estos atributos hermosos cuando uno no tiene un entendimiento sobre el mundo inmensamente poblado de seres vivos que nos ha sido confiado en forma de nuestro propio organismo, el mundo, a través del cual realmente se hace un hecho que aparecemos a «imagen y semejanza de Dios», como una especie de dios en un universo?


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