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Véase el símbolo nº 18 en nueva ventana Índice de La Imagen Eterna del Universo, volumen 2   

 

 
Explicación del símbolo n° 18
18.3  El triángulo blanco con la cruz en forma de estrella a su alrededor simboliza al ser vivo. La parte de color violeta y naranja, que se halla en torno a la cruz y está enmarcada por dos franjas blancas verticales, constituye su vida física terrena actual. Aquí, el color violeta indica, simplemente, la estructura cósmica del ser, mientras que la parte de color naranja indica su estructura física.
      Aproximadamente en medio del símbolo vemos dos franjas blancas horizontales que enmarcan una serie de figuras alargadas de color naranja. Estas figuras simbolizan las vidas físicas terrenas del ser. Los recuadros blancos entre estas figuras representan las vidas espirituales de este ser entre sus vidas físicas. El conjunto de estas figuras y recuadros indica el principio del renacimiento o reencarnación del ser. La vida terrena que está directamente encima de la estrella es la vida actual del ser.
      Vemos que del triángulo blanco de la estrella, es decir, del yo del ser, surgen unos rayos de color naranja y blanco. Los rayos de color naranja simbolizan la vinculación del ser con sus vidas terrenas o encarnaciones, y los rayos blancos simbolizan su vinculación con su vida espiritual entre las vidas terrenas. La parte amarilla del lado izquierdo inferior del símbolo representa el pasado del ser, mientras que la parte verde del lado derecho inferior representa el futuro del ser.
      En la parte superior del símbolo vemos un sistema de semicírculos o arcos de color violeta. Son los mismos arcos o ciclos que ya conocemos del cuerpo eterno del ser (símbolo n° 16). Son formados por la actuación o el modo de ser cotidianos del ser. Constituyen los arcos de destino que han sido emitidos por su modo de ser y que regresan a él. Contienen los resultados del modo en que el ser actúa consigo mismo, su entorno y los seres que le rodean. Son los efectos de su modo de vivir normal o anormal, de su amor o falta de amor, de su perdón o falta de perdón de las injusticias con respecto a su prójimo.
      Estos arcos de destino o ciclos de destino, que regresan a su origen, no son todos igual de grandes ni tienen la misma eficacia. Acciones de poca importancia, originadas por un determinado modo de ser, producen efectos también de poca importancia, del mismo modo que injerencias importantes y profundas en la experimentación de la vida o el modo de ser de otros seres dan lugar, de modo análogo, a ingerencias o efectos muy grandes y profundos en el propio modo de ser o destino del individuo. La actuación o modo de comportarse cotidiano del ser se transforma, pues, en una profusión de arcos o ciclos de destino de distintos tamaños, se transforma en sucesos desagradables de mayor o menor intensidad o bien acontecimientos felices más o menos importantes, según el ser haya manifestado con este comportamiento hacia su prójimo – que significa todos los seres vivos con los que ha tenido contacto – una actuación que produce un destino portador de desgracia o bien una actuación cuyo resultado es un destino portador de felicidad.
      Pero estos arcos de destino no son solamente distintos a causa de su efecto más o menos profundo en la creación de destino del ser, sino que también representan duraciones muy distintas. En el símbolo vemos que algunos arcos o ciclos de destino hacen todo su trayecto dentro de la misma vida terrena. Otros ciclos de destino terminan, al contrario, su camino en la vida siguiente. Los hay que necesitan una vida más, y algunos tienen mayor duración y terminan su trayectoria en la cuarta vida después de la actual, en la que fueron desencadenados por medio del modo de comportarse del ser. En su vida terrena física actual el ser está, de este modo, creando su destino en las vidas futuras más próximas con su modo de ser, su actuación y su relación con otros seres vivos. Su vida terrena presente está así mismo, hasta un cierto grado, formada y marcada por sus inmediatas vidas terrenas pasadas.
      La vida terrena de cada ser se basa, de este modo, en sus arcos de destino de vidas anteriores y en los arcos de destino que origina en su vida actual; algunos de ellos terminan su ciclo en esta misma vida, mientras que otros arcos de destino concluyen su trayectoria en vidas futuras. Esto es lo que hemos representado en la parte superior del símbolo. Aquí vemos como la vida actual del ser (indicada por medio de la parte con el yo y la estrella) está vinculada a los arcos de destino que se extienden a sus vidas futuras. El destino del ser vivo en su vida actual es, pues, algo mucho más complejo que lo que la mayoría opina. Actualmente, además de vivir su vida actual, el ser vive todavia, en mayor o menor grado, en sus vidas pasadas y futuras. La creación de destino del ser es de una envergadura tal que no puede de ningún modo terminarse en una sola vida, sino únicamente a lo largo de varias. No existe, pues, ninguna muerte absoluta entre las vidas físicas terrenas. La presunta "muerte", que da fin a cada vida física terrena, sólo es, por consiguiente, una ilusión. Si existiese verdaderamente como una muerte absoluta, toda vida sería imposible, porque todos los ciclos condicionadores de vida serían paulatinamente destruidos, dejando aparte que no podría surgir jamás ningún movimiento y, como consecuencia de ello, ningún ciclo. Y sin ciclo, no habría ningún tipo de vida en absoluto. Allí donde hoy el río eterno del universo revela la exuberancia resplandeciente de Dios, solamente habría la "nada" absoluta.


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