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Epílogo
El hijo de Dios uno con su Padre
  ¡Padre santo! ¡Tú eres el único uno! Te doy gracias y te alabo porque me has dado un conjunto de sentidos, que me pone en condiciones de oír, entender y comprender todas las manifestaciones de la naturaleza o de la vida como siendo uno con tu omnipotente voz, y me dejas que plenamente consciente pueda vivir y comprender tu voz, educación y bendición paterna dirigida personalmente hacia mi. Gracias porque me has dado la facultad de disfrutar de la poderosa música y el poderoso lenguaje de tu voz celestial. Esta voz maravillosa, que ha resonado surgiendo de seres divinos en torno a las cimas nevadas del Himalaya, que ha construido las pirámides y esfinges y, de este modo, ha llenado durante miles de años la atmósfera espiritual de los reinos tropicales, llenos de sol, de la India y Egipto. Esta misma voz celestial resonó una vez sobre las montañas de Judea encontrando eco en reinos remotos y cimas lejanas. Tronó a través de las aguas de los mares, susurró junto al arroyo en la tranquila soledad del bosque y mandó sus vibraciones de polo a polo: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos encontrarán misericordia. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados...» Alegraos y regocijaos, y bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados, así resonaron estas melodías celestiales interminablemente, y su eco fue el fundamento espiritual de millones de hombres a lo largo de milenios.
 
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¡Padre celestial! Gracias porque, mota de polvo ante tu rostro santo, me has puesto en condiciones de ser receptivo y responder a tu poderosa correspondencia, habla y enseñanza dirigida personalmente a mí, y me has hecho consciente de que no existe otro padre, sacerdote ni maestro para mi yo. Todo lo que sé me lo has dicho tú personalmente. Pero, como todo lo que me has dicho es idéntico a mi conocimiento, y mi conocimiento, a su vez, sólo puede existir como la base generadora de todas mis manifestaciones, estas manifestaciones se convierten, en realidad, en idénticas a tus manifestaciones, y mis pensamientos son, así, tus pensamientos, y mis caminos son tus caminos, y mi voluntad es tu voluntad. Y todo lo que tengo de conciencia y conocimiento me lo has dado tú personalmente. Pero, de esta manera, has descubierto para mí, o me has dejado experimentar por mí mismo, que me has concedido ser tu voz, palabra o habla en todas partes, donde está al alcance de mis manifestaciones.
 
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¡Padre querido! Además de darte las gracias, porque, así, me dejas estar incorporado a tu voz, te doy también las gracias, porque me has puesto en un planeta o mundo tal, que todo lo que me has dado en forma de espíritu es para este mundo idéntico a un futuro idealismo. Dejas, de esta manera, que mis manifestaciones sean idénticas a ideales para mundos futuros. Pero, como en último término, estos ideales no pueden existir sin constituir el factor que genera amor, aquí me has revelado, así, que seré amado por seres futuros de la misma manera que tú, precisamente hoy, como una disposición natural e innata, me has dado amar a los seres. Pero como ser amado por los seres es lo mismo que ser amado por ti, Padre divino, me has dado una promesa irrefutable y garantía de tu amor eterno.
 
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¡Padre maravilloso! Gracias porque por medio de mi experiencia personal de ti me has hecho objeto de una expansión de conciencia que, en forma de la encarnación del futuro idealismo del planeta, me permite de nuevo manifestarme como un canal abierto para tu sabiduría eterna, y por medio de cuyos rayos divinos, luminosos cual sol que todo lo penetra, tú ahora traerás, no sólo bálsamo y curación para todos los desdichados, que yacen atormentados y mutilados tras su cabalgar sangriento por los terrenos de muerte de la guerra o el cataclismo, sino que también darás a todos los pueblos de la Tierra una nueva clarividencia maravillosa sobre las formidables combinaciones de la existencia y, así, les infundirás confianza en la sutil perfección y justicia infinita de tus leyes, los conducirás a la unión con tu naturaleza inmensamente sublime y a su conocimiento y les mostrarás cómo tú, en el resplandor del amor, estás eternamente sonriendo y con los brazos abiertos para abrazar a cada uno de los seres existentes, los dejarás ser testigos de que ningún ser se ha liberado jamás de este abrazo divino, y de que ningún ser se liberará jamás de él, les enseñarás que no se adquiere conocimiento de este magnífico abrazo sin haber aprendido a amar a su entorno de manera que, por medio de este amor, uno es capaz de perdonarles todo, sean cuales sean las molestias que le hayan llegado a causar. Este amor llevará a los hombres a estar llenos de lo único y más grande: «Quiero ser una alegría y bendición para todo lo que entre en contacto, para, con ello, poder estar en contacto con mi Padre celestial y, así, como un ser semejante al sol, encontrarme en este inconmovible fundamento, sólido como una roca, en medio del centro de la vida, la luz, el amor y la bienaventuranza».
 
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¡Gran Divinidad todopoderosa! Gracias porque me condujiste a zonas donde uno ya no se equivoca con respecto a tu naturaleza, y me diste una conciencia que me pone en condiciones de percibirte en todo con lo que entro en contacto. Noto tu cercanía eterna en todas las religiones y comunidades religiosas, y siento lo incansablemente que aquí trabajas para llevar a los hombres a tener conciencia de tu magnífico abrazo, con el que abarcas todas las cosas, para que no sigan viviendo en el temor, sino que, en feliz bienaventuranza, descansen confiados en tu pecho eterno. Noto tu cercanía, que todo lo atraviesa, en el amor de los padres hacia su descendencia, y cuando tú, en el cariño del matrimonio, unes a los dos sexos, el uno con el otro, o cuando creas fieles amistades entre los seres y, por medio de ello, dejas que el amor crezca, madure y se despliegue en ellos, de manera que con la ayuda de esta maravillosa fuente de luz, que todo lo clarifica, vean directamente a través del velo de fino tejido que el mundo denomina «la maldición de la oscuridad», y vean que todo es luz radiante y perfección, basada en un fundamento de amor, con lo cual, finalmente, todos los hombres en unión contigo tienen que exclamar: «Mira, todo es muy bueno».
 
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¡Padre querido! Noto tu maravillosa presencia cuando dirijo mi mirada a la inmensa profundidad del espacio, y tú, a través de la hoguera de miles de estrellas, me muestras cómo has acariciado nuestro planeta con sus destellos, tanto en el pasado como en el presente, y que las estrellas, que hoy con su luz van tan amablemente al encuentro de nuestro pequeño mundo, son las mismas que han lucido sobre pequeños y grandes acontecimientos de la historia de nuestra cultura, sobre su florecimiento y destrucción. Han encontrado la mirada de babilonios, asirios, medas, persas, griegos y romanos, de poderosos faraones, de Abraham, Isaac y Jacob, de José y sus hermanos, de Moisés y Arón, de los profetas de Israel, de los reyes Saúl, David y Salomón, de Jesús y sus discípulos. Han brillado y resplandecido sobre el diluvio, el arca de Noé, el caminar de los israelitas por el desierto y la noche de Navidad en Belén. Pero tú has hecho todavía más a través de la sonrisa de las estrellas. Desde la oscuridad de la noche, te has abierto camino hasta el espíritu receptivo del astrónomo solitario y le has revelado los primeros conceptos elementales de tu sabiduría eterna. Le dejaste presentir tus grandes profundidades, tu espacio inmenso. Le enseñaste que su propio mundo es una estrella en el espacio moviéndose por poderosas órbitas, siguiendo leyes eternas. Le dejaste analizar los rayos del sol y la luz de mundos lejanos, de una multitud tal de soles centellantes, abarcando una zona tan inmensa del horizonte, que todo el panorama se convirtió en una niebla luminosa perdiéndose más allá de los límites del espacio y el tiempo, dejando en él los primeros débiles talentos para pensar tus gigantescos pensamientos o el primer destello de una clarividencia cósmica, de la visión en la que todos los seres vivos un día te verán en tu resplandor, ¡a ti! el único Dios verdadero.
 
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¡Padre amado! Gracias porque me has dejado experimentarte en el poderoso rayo llameante, cuando éste, bajo el estruendo del tremendo trueno atraviesa las nubes. Te noto cuando tú, en la tormenta, pasas por encima de los bosques, llanuras y océanos de los continentes. Te siento cuando tú, en la brisa silenciosa y apacible, llevas a las flores a danzar un baile de elfos en la pradera, o a las copas de los árboles a susurrar cortas melodías adormecedoras. Te noto en las doradas nubes de la aurora matutina y del arrebol vespertino, al igual que veo culminar tu luz, portadora de calor, al mediodía, con la culminación del día, iluminando, así, los océanos y continentes del planeta. Resplandeces e irradias salud y bienestar por la Tierra. Creas energía, calor, alimento y espacio vital para los millones de especies y les das, así, las primeras percepciones vagas de tu existencia luminosa. Veo tu profusión creadora en la magnífica aurora boreal que, en la oscuridad de la noche, vibra sobre las vastas regiones polares con campos nevados, icebergs, mares helados, sol de medianoche y oscuridad invernal. Te veo en el inmenso despliegue de vida y riqueza de colores de los reinos tropicales, en la culminación del reino vegetal y del reino animal y en la transformación de las multitudes de hombres bajo tu mano creadora.
 
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¡Padre estimado, Divinidad todopoderosa del universo! Te siento a través de todas las maravillas técnicas y otras maravillas materiales, para cuya creación, en forma de colosales construcciones: rascacielos, puentes enormes, túneles, ferrocarriles, máquinas, instalaciones eléctricas, fábricas, cine y televisión, arte y literatura, y mucho más, tú has capacitado a los hombres. Te siento a través de la cordial bendición que, por medio de nobles científicos, artistas, escritores, políticos, comerciantes y trabajadores, traes al mundo. Me muestras que cada uno de ellos contribuye a perfeccionar y glorificar el maravilloso templo de la vida que tú, en forma de las esferas de la Tierra, les has dado como vivienda. Aquí me dejas ver tu primer incipiente resultado de la transformación del animal en hombre. Y tan deslumbrante es este resultado, que ya ahora puedo ver que la calidad de tu divina facultad creadora empieza a mostrarse en las manifestaciones de los hombres inacabados, en tal medida que, a pesar del día de juicio final o cataclismo, comienzan a hacer que la Tierra resplandezca, y tu cercanía comienza a sentirse en ellos.
 
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¡Padre querido! Gracias, no sólo porque has hecho que el mundo temporal, material sea uno con el habla personal que tú me diriges, sino porque también me has dado un conjunto de sentidos que, no a través de un trance ni de un estado de éxtasis, sino a través de una conciencia diurna permanente, despierta, clara me permites experimentar todos los mundos cósmicos que se muestran tras el mundo físico, las causas profundas, las leyes eternas y los principios básicos por medio de los cuales te haces visible con todo tu sobrenatural resplandor cósmico y tu naturaleza eterna. Te alabo y te doy las gracias por la maravillosa iniciación, los preciosos bautismos de fuego con los que has abierto mis ojos y me has dejado contemplar en la intimidad de tu amor, omnisciencia, omnipotencia y grandeza que todo lo abarca. Si volase en las alas de la luz miles de leguas por segundo, podría atravesar, siglo tras siglo, tu espacio infinito sin jamás llegar al fondo de tu inmensidad. Con la misma enorme velocidad puedo ascender a lo que es grande y descender a lo que es pequeño, sin jamás llegar a lo mayor ni a lo menor en ti. Te alabo y doy las gracias, porque me has dejado contemplar reinos de existencia cuyos habitantes son tan poderosos, que las sustancias de su manifestación se nos presentan a nosotros como universos enormes con planetas, soles y sistemas de galaxias al infinito, y me has mostrado cómo estos planetas o mundos, además de ser organismos o cuerpos de hermanos gigantescos para con nosotros con respecto a la evolución, simultáneamente constituyen moradas o reinos de existencia para la categoría de seres a la que pertenecemos, y que constituye el reino vegetal, el reino animal, el reino humano y los demás reinos divinos del ciclo mesocósmico de la espiral. Al mismo tiempo me has mostrado cómo los ciclos subyacentes de la espiral están poblados de innumerables multitudes de pequeños universos cuyos habitantes hoy son los embriones que una vez, en tiempos lejanos, aparecerán como seres humanos luminosos como el sol, desde cuya conciencia tu espíritu resplandecerá con tanta fuerza que por medio de él iluminarán planetas y someterán mundos
 
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¡Padre santo, amado! Te alabo y doy gracias, porque me has mostrado cómo todas las formas de vida existentes, plantas y animales de muy distintas formas, razas humanas de distintos colores, de evolución distinta, destino distinto, moral distinta, concepto distinto de ti, Padre celestial, están bajo tu mano creadora y regente. Me has permitido ver que, en tu plan divino, ni un solo ser puede ser abandonado ni puede malograrse. Tu mano dirigente está sobre cada ser, cada hijo de Dios. Tú estás con él en la oscuridad. Estás con él en sus épocas de sufrimiento, aunque él no presiente ni se da cuenta de tu cercanía. Tú eres el fuego en su interior que lo lleva a resucitar victoriosamente de la oscuridad y del frío del primitivismo, para dejar que haga brillar y resplandecer tu sabiduría y amor sobre todo y todos. Así, has conducido, a través de las esferas de la oscuridad del día de juicio final o cataclismo, a todos los seres que hoy pueblan tus supremas regiones de luz. Y así estás ahora conduciendo a todos los hombres fuera de las esferas de oscuridad o sufrimiento de la Tierra, y al interior de la profusión luminosa de tus regiones de luz.
 
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¡Amado Padre todopoderoso! Te alabo y doy gracias, porque me has dejado despertar en un estado de conciencia en el que veo que estoy eternamente ante tu rostro todopoderoso. En una correspondencia paterna, divina me has revelado el misterio de tu inmenso reino, la omnisciencia, el amor universal y la omnipotencia de tu ser gigantesco, y que el universo es una eterna manifestación de amor culminante, que es condición para la experimentación eterna de la vida de todos los seres existentes en la profusión luminosa y cálida de tus rayos. Te doy las gracias, porque de una manera tan amorosa me has mostrado que todos los seres vivos existentes han descansado, eternamente, en tu divino abrazo luminoso y cálido, y que jamás tendrán una morada distinta. Veo que sólo es una cuestión de tiempo cuando los hombres, que hoy ignoran esta magnificencia, despertarán a una conciencia de eternidad y en un bienaventurado entusiasmo contemplarán la fuente de la vida: el Sol de los soles cuya luz y calor deslumbrante es tu espíritu eterno que te revela como la absolutamente única, verdadera Divinidad y Padre eterno de todos los seres vivos. Y, de esta manera, me muestras aquí que todos los seres vivos tienen un parentesco divino, eterno. Y veo que este parentesco sólo puede florecer con luz, felicidad y bienaventuranza en virtud del cumplimiento de tu gran mandamiento de amor: ama a tu Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo, y que esto es el cumplimiento de toda la ley.
 
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¡Amado Padre celestial! Gracias porque, de esta manera, a través de un estado temporal, físico me has permitido despertar a una existencia eterna, transfigurada, bañada en los rayos de tu amor y sólo rodeada eternamente por seres preciosos para mí, sin importar dónde me encuentre, y sin importar con quien entre en contacto, porque me has dado a ver y reconocer el fuego o los rayos de tu rostro centelleante en cada ser vivo.


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