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Lo fundamental en la solución del misterio de la vida  2637. Hemos avanzado tanto en nuestro viaje a través de la solución del misterio de la vida, que ahora hemos llegado a su fin y hemos alcanzado nuestro objetivo, a saber, experimentar esta solución. ¿Por qué nos hemos interesado por esta solución? Hemos realizado este gran viaje de análisis a través del gigantesco ciclo de espiral de experiencias de la vida y manifestaciones para observar allí los principios y leyes eternas más altas de la vida y la existencia, o sea, las leyes y los principios que nunca han sido creados, sino que han existido siempre y continuarán existiendo eternamente, las leyes y principios que, más allá de toda percepción, constituyen en su combinación inseparable «el algo» divino «que es». Hemos visto que este «algo» es la primera causa absoluta de la vida. Esta causa diverge de todas las otras causas existentes en que no es, como éstas, un resultado de otras causas precedentes. No puede, por consiguiente, ser idéntica a la cadena ininterrumpida de causas y efectos que constituye la experimentación y manifestación de la vida. Pero, como no puede serlo, sólo puede únicamente ser el origen absoluto de esta cadena de causas y efectos. Sin embargo, como esta cadena es la experimentación y manifestación de la propia vida, vemos, de esta manera, aquí que esta causa primera de la vida, que, por lo tanto, no tiene una causa precedente y, por ello, constituye por sí misma una «causa sin causa», es inevitablemente «el algo» que experimenta y manifiesta la vida. Y aquí encontramos, así, a este «algo» como «el yo» que experimenta y manifiesta tras los organismos o cuerpos de todos los seres vivos existentes. Pero, no es sólo en los organismos de los seres vivos mesocósmicos que hemos experimentado la existencia de este yo. Como ningún movimiento puede tener lugar sin ser. en su más alto análisis, una parte de una creación, y creación no puede existir sin tener un ser vivo como origen, presenciamos aquí que esta causa sin causa, este «algo» divino «que es» no aparece sólo como el yo de los seres vivos mesocósmicos: plantas, animales y hombres, sino que también aparece tras todos los otros movimientos de la naturaleza, que también se muestran como creación lógica, aunque no se muestre en tan alto grado como en las manifestaciones de los conocidos seres vivos, que pueden observarse muy fácilmente como expresiones de vida. Como los procesos creadores de la naturaleza alrededor de los seres vivos, tanto en el microcosmos como en el macrocosmos, son igual de lógicos, es más, son todavía más lógicos que la creación de los hombres inacabados, ya que todas son en su resultado final para alegría y bendición de seres vivos, también encontramos, de esta manera, aquí, tras los procesos creadores de la naturaleza, este «algo» divino «que es». No son, así pues, sólo las formas y manifestaciones de vida de las plantas, los animales y los hombres las que constituyen manifestaciones de vida inalterables. En las denominadas «fuerzas de la naturaleza», a las que pertenecen no sólo los elementos y las condiciones climáticas, sino también los planetas, soles y galaxias, también encontramos, así, este «algo» divino «que es». Hay, por lo tanto, inalterablemente, un «yo» tras estas fuerzas o manifestaciones gigantescas, mediante el cual éstas también se muestran como «manifestaciones de vida». De este modo, hemos presenciado que todo está vivo. Ningún movimiento, grande o pequeño, puede existir sin ser una parte de una creación. Como esta creación es en su resultado final un proceso lógico al cien por cien, es decir, es para alegría y bendición de seres vivos, expresa un deseo precedente de un yo de manifestar esta alegría y bendición. Hemos visto, por lo tanto, que todas las manifestaciones existentes son sin excepción manifestaciones de seres vivos. Hemos visto que estas manifestaciones o creaciones tienen lugar por medio de los organismos de los seres vivos. Sin ellos cualquier creación sería totalmente imposible. Cada organismo constituye, así, un instrumento de creación condicionante de vida para su origen, es decir, el yo o «algo» divino tras el organismo. Como todos los organismos están construidos de manera que forman instrumentos de manifestación para su origen o yo, pero, simultáneamente, también constituyen un universo o espacio vital o sala de estar cósmica para los microseres que existen en él, de la misma manera que nosotros mismos con nuestros propios organismos somos microseres del universo o cosmos que existe fuera de nosotros, presenciamos aquí que todos los seres existentes, tanto en el microcosmos y mesocosmos como en el macrocosmos, forman una unidad conjunta, indivisible. Es a esta unidad que llamamos «universo». El universo es, de este modo, un organismo vivo que trabaja, a través del cual un «algo que es» divino, eternamente existente, revela, manifiesta o expresa su existencia inalterable, su voluntad, su omnipotencia, su omnisciencia y su amor universal. A través de nuestros análisis cósmicos hemos encontrado, de esta manera, la solución fundamental del misterio de la vida: la Divinidad eterna, viva, que todo lo abarca. Aquí experimentamos la profusión luminosa de su rostro como realidad viva, inalterable y a los seres vivos como sus órganos de conciencia eternos en esta realidad. Así hemos confirmado de manera inalterable nuestra identidad como hijo eterno e inmortal de este Padre eterno de todo lo vivo.


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