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Matrimonios que, en realidad, no de disuelven en virtud del incipiente amor al prójimo y no del enamoramiento ni la sexualidad  2600. Si esta época de luna de miel no se debilita y hace que un matrimonio entre dos seres dure toda su vida terrena desde la juventud hasta la vejez, en la que la muerte física los separa, todavía no es una repetición. Pero estos matrimonios, que, de esta manera, se mantienen y son fomentados por el enamoramiento mutuo y no debilitado de los cónyuges, son cada vez más raros. Aquí debemos recordar que los muchos matrimonios, que vemos, que duran toda la vida de los cónyuges, por lo general no se mantienen debido al enamoramiento mutuo, dado que este enamoramiento hace tiempo que terminó y, con él, la luna de miel. Que estos matrimonios hayan podido, sin embargo, durar toda la vida de los cónyuges se debe a otras razones. Una de las partes o, eventualmente, ambas pueden, por ejemplo, haber desarrollado tanta simpatía de amor al prójimo que, aunque no esté enamorada la una de la otra, y su vida sexual común carezca de fuerza o quizá, incluso, haya cesado, encuentran, sin embargo, gran placer en la compañía mutua. Pero esta vida común no es ningún matrimonio en un sentido absoluto. Sólo es, en realidad, una relación de amistad, o sea, una relación basada en el incipiente verdadero amor al prójimo de los dos seres en cuestión. La verdadera época de matrimonio sólo es, así, la que se experimenta por los cónyuges como «luna de miel», independientemente de lo corta o larga que esta época pueda ser. Donde esta época no dura toda la vida, pero es de más o menos corta duración en relación con la vida de los cónyuges, entonces sólo es, como ya se ha dicho, una repetición. Es esta inestabilidad del enamoramiento lo que da lugar a que los matrimonios se disuelvan y se contraigan nuevos matrimonios. De esta manera, los seres pueden experimentar varias repeticiones del matrimonio en una sola vida. Y cuantas más repeticiones matrimoniales así experimenta un ser en una vida terrena, más rápidamente degenera su facultad para el enamoramiento, para finalmente cesar. Y el ser en cuestión carecerá, después, totalmente de talento matrimonial.


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