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Lo que el matrimonio significa en las zonas primitivas donde el amor todavía no existe  2550. En el hombre primitivo, en el que la facultad de amar o el talento humano sólo está latente, la facultad de enamorarse o el instinto de apareamiento es, por así decirlo, el único factor que puede fomentar algo humano. El ser sólo puede sentir simpatía a través de esta facultad, pero como, para el ser, esta simpatía sólo es un camino para obtener la satisfacción de un apetito vital, a saber, el sexual, dicha simpatía no tiene nada que ver con el verdadero amor, aparte del sentimiento de simpatía hacia la pareja y la descendencia. Esta simpatía no existe hacia otros seres. Aquí el ser es frío y egoísta y, por lo general, sólo encuentra frío y egoísmo por parte de otros seres, mientras el verdadero amor o facultad humana todavía no ha llegado tan lejos en su evolución que pueda hacerse valer. Sin embargo, este frío mental en la relación entre los seres se atenúa donde es una condición de vida para la especie que sus seres tengan que vivir en manada. Pero la envidia o los celos florecen aquí en alto grado. Entre los hombres primitivos, y un buen trecho en la zona del estándar de vida de los hombres civilizados, son, así mismo, provechosos unos intereses comunes y una colaboración condicionante de vida, que hacen que los seres se toleren mutuamente y se asocien. En las zonas o esferas evolutivas más bajas, tales creaciones de tipo masivo y asociaciones no son fomentadas por el amor, sino por el instinto de conservación. Aquí el amor o facultad humana todavía no está tan desarrollada que se haga valer. Pero, en medio de este mundo sin amor e inhumano, el matrimonio es la única fuerza estimulante y sustentadora. ¿Cómo podría, si no, un mundo de seres sin amor e inhumanos soportar una existencia sin este instinto de apareamiento vivificante y generador de vida? Los seres sólo estarían rodeados de una oscuridad mental permanente e impenetrable. No se vería ninguna luz en ningún lugar, ni una sola caricia, ninguna añoranza de seres semejantes. Frío, egoísmo y egocentrismo sería el clima de pensamientos totalmente dominante. Pero, en medio de esta oscuridad, en medio de este infierno, el instinto de apareamiento o matrimonio brilla, ilumina y da calor como un rayo del cielo, del luminoso mundo divino que los seres dejaron una vez, pero al que una vez, más allá de la oscuridad, regresarán de nuevo. El orden universal eterno existe, de manera que ningún ser en absoluto será jamás totalmente excluido de la luz o profusión luminosa de Dios. Y así, incluso, en la zona oscura de la vida, en el lugar de origen del egoísmo y egocentrismo, en el reino del principio mortífero, los seres pueden ser acariciados, pueden ser amados por otro ser. Y en contacto con el enamoramiento mutuo experimentan conjuntamente en el otro ser el momento culminante del despliegue de la luz, sienten la cercanía de la bienaventuranza en medio del infierno. En virtud de esta felicidad o bienaventuranza de la unipolaridad, este divino destello de luz del cielo, el ser puede soportar el infierno o zona de la oscuridad. En virtud de esta felicidad puede luchar y arriesgar su vida por la pareja y la descendencia. En virtud de que el principio sexual conduce a los seres como seres de sexo masculino y seres de sexo femenino, con el consiguiente instinto de apareamiento, dos seres así pueden darse calor mutuamente con la luz y simpatía recíproca en medio del mundo de frío, celos, envidia, egoísmo, asesinato y homicidio que, precisamente, en mayor o menor medida encuentran en las bajas esferas en sus congéneres o seres del mismo sexo, cuya capa de conciencia más importante está constituida por estas manifestaciones. Aquí debemos recordar, como anteriormente se ha dicho, que estos seres todavía no tienen ninguna facultad de simpatía o de amor al prójimo particularmente desarrollada.


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