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El amor es, aunque no consciente para el propio ser, una sensación de la unidad o fraternidad que forma con el resto de seres vivos en el nivel de conciencia más alto  2477. La realidad absoluta se muestra, así, en el campo de sensaciones de los seres como una atracción hacia otros seres vivos. Es esta atracción la que, en su más alta manifestación, se expresa como la verdadera y absoluta simpatía o amor. Es por esto que este amor en los seres da lugar a la necesidad o deseo de complacer y acariciar a otros seres vivos. En realidad es, aunque no consciente para los propios seres, un reconocimiento de la identidad de nuestro yo con el yo de nuestros semejantes y el consiguiente parentesco divino o nuestra vinculación familiar con todo lo vivo. Este parentesco divino y fraternidad cósmica es lo que se expresa a través de la facultad del amor. El amor se siente como una atracción muy fuerte hacia los seres que son su objeto. Se desea hacer la vida más fácil para estos seres. Se desea alegrarlos y complacerlos. Se prefiere sufrir uno mismo a que estos seres sufran. Se siente necesidad de acariciarlos, necesidad de abrazarlos, de ser uno con ellos. Cuando los seres, en virtud del amor, se abrazan con toda la fuerza e intimidad posible, las partes tienen verdaderamente el deseo de ser totalmente uno con el otro, no sólo mentalmente, sino también físicamente. Si los cuerpos físicos de las partes pudieran entrar el uno en el otro y no fueran impedidos por la sólida materia física, de la que están compuestos, se fundirían totalmente el uno en el otro y exteriormente sólo se verían como un cuerpo, aunque mentalmente seguirían siendo dos individualidades. El amor une, así pues, a los seres mentalmente. Donde domina el amor, o sea, el deseo de manifestar luz y alegría a otros seres, allí domina la perfección, la felicidad y la bienaventuranza. Allí los seres están adquiriendo conciencia de que son idénticos a toda la demás vida del universo y, con ello, van camino de convertirse en uno con Dios y aparecer como «el hombre a imagen y semejanza de Dios». Esto quiere, a su vez decir, que cada hombre así se ha convertido en un sol de amor que, de manera desinteresada, ilumina y calienta todo y a todos.


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