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Los 6 reinos de los ciclos de la espiral y las 7 energías básicas. Los dos polos del fuego supremo: «el polo masculino» y «el polo femenino». Unipolaridad y bipolaridad. Seres de sexo masculino y seres de sexo femenino. «Conciencia diabólica». Época de día de juicio final o de cataclismo. «El reino de los cielos». El estado fetal de los hombres 16. Que todas las funciones, movimientos, creaciones y experiencias existentes son impulsadas en forma del ciclo cósmico de la espiral. Estos ciclos cósmicos de la espiral se manifiestan como seis reinos. A estos reinos ya los conocemos con los conceptos: «el reino vegetal», «el reino animal», «el reino humano», «el reino de la sabiduría», «el mundo divino» y «el reino de la bienaventuranza». Estos reinos son soportados respectivamente por seis energías básicas correspondientes: «instinto», «peso», «sentimiento», «inteligencia», «intuición» y «recuerdo». El funcionamiento de estas energías es regulado por una séptima energía, «energía madre» a través de los dos órganos del «fuego supremo»: el polo masculino y el polo femenino. Estos dos órganos de los polos son los órganos generales para la experimentación de la vida. El paso del ser por el ciclo de la espiral se crea en virtud de las cambiantes constelaciones especiales de estos dos órganos en el ser vivo, de la misma manera que también son estas constelaciones cambiantes las que dan lugar a la aparición del ser como ser de sexo masculino en su culminación y ser de sexo femenino en su culminación, cuya unipolaridad es la causa de la aparición del ser como «animal» en su forma pura. Pero después de esta forma pura, la constelación de los polos comienza a transformarse en dirección a una bipolaridad del ser. Es esta incipiente transformación la que convierte al «animal» en «el hombre» incipiente. En la primera época de esta transformación, el ser todavía aparece como especialmente «ser de sexo masculino» y «ser de sexo femenino» y se expresa como «hombre» y «mujer» respectivamente. Pero, aunque sexualmente, y con respecto a los órganos y la reproducción, estos seres todavía son «seres de sexo masculino» y «seres de sexo femenino» respectivamente, en la profundidad de su conciencia ya ha tenido lugar, aunque no consciente, una transformación. Por consiguiente, ya no aparecen como «animales» en forma pura, pero tampoco son «hombres» en forma pura. Una incipiente facultad humana, «la inteligencia», pone al ser en condiciones de practicar su naturaleza animal en un estado sobredimensionado. La naturaleza animal puede brevemente expresarse con las palabras «Que cada cual piense en sí mismo» y constituye el contraste total a la naturaleza humana que, así mismo, puede brevemente expresarse con las palabras: «Que cada cual piense en su prójimo». Pero, para que una manera de ser pueda constituir el total cumplimiento de esta actitud hacia el prójimo, la facultad de amor del ser tiene que estar, de modo correspondiente, total o completamente desarrollada. Pero una perfecta facultad de amor verdadera y absoluta, fuera del estado de simpatía artificial que es la base del estado de apareamiento o reproducción y, con ello, del matrimonio, no puede de ninguna manera alcanzarse sin atravesar la experiencia de la culminación de la oscuridad en el destino del ser. Pero, la culminación de la oscuridad es imposible que tenga lugar en una simple conciencia animal. El animal no tiene la inteligencia necesaria para poder llevar su capacidad de asesinato y egoísmo a un despliegue mayor que el que, precisamente, es una condición vital para su propia existencia. Pero, el incipiente hombre, que todavía tiene el egoísmo animal y la tendencia animal en su mentalidad, puede con la adquirida facultad de la inteligencia, llevar la satisfacción de su egoísmo y los métodos de asesinato a la más alta capacidad de destrucción, tortura, asesinato y homicidio frente a su prójimo, es decir, frente a todos los demás seres vivos, sin que esta manera de ser sea una verdadera condición de vida. Es la mentalidad de estos seres lo que hemos expresado como «conciencia diabólica». Es este estado de conciencia el que se encuentra en la base de todo lo que se agrupa bajo el concepto guerra, muerte y homicidio, tortura y destrucción y semejantes. Es este estado el que se encuentra en la base de la creación de las armas atómicas y de hidrógeno, por medio de las cuales los hombres inacabados pueden incrementar millones de veces su capacidad de asesinato y destrucción contra sus semejantes. Es evidente que un mundo de tales seres tiene que convertirse, de manera correspondiente, en un «mundo diabólico», una época de juicio final o cataclismo, que es el contraste culminante a la más alta forma de existencia, el mundo de luz o el verdadero «reino de los cielos» del hombre totalmente perfecto que se encuentra en la culminación del amor. Esto quiere, a su vez, decir: el mundo de luz que se extiende a lo largo del reino humano perfecto, el reino de la sabiduría, el mundo divino y el reino de la bienaventuranza, reinos que constituyen la residencia del estado de experimentación de la vida verdaderamente acabado y, por consiguiente, primario o más fundamental de los ciclos cósmicos de la espiral. La época de conciencia diabólica o de juicio final es, así, una época de transición del reino animal al reino humano. El reino vegetal y el reino animal son, de esta manera, la época fetal de la experimentación de la vida. En estas dos épocas y, así mismo, en la época diabólica o de juicio final, los seres vivos sólo son fetos en relación con la vida cósmica verdadera. A través de este estado fetal, o esta época culminante de oscuridad de la vida y mayor contraste a la época de luz culminante de la vida, surge en el ser la constelación de los polos y la facultad culminante de amor que lo convierte en el hombre perfecto a imagen de Dios, de modo que es uno con Dios, uno con el camino, la verdad y la vida.


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