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El bien agradable y el bien desagradable o por qué el universo es una culminación de justicia, y Dios es amor  2339. Que el destino del ser se forme y se le aplique según su propia actuación para con su prójimo y su entorno hace que, por medio de él, adquiera conocimiento de su causa y efectos. Así, finalmente adquiere conocimiento de cómo se crea tanto el destino desdichado como el feliz. Y, como tiene libre albedrío para actuar, en virtud del conocimiento que ha adquirido por medio de las experiencias, estará, así, en condiciones de determinar de antemano la naturaleza de su destino futuro a favor de su propia felicidad o alegría de existir. Este conocimiento es lo que muestra que tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, con total independencia de cómo este prójimo pueda ser contra nosotros. Que este prójimo nos considere, eventualmente, como su enemigo no tiene que significar necesariamente que uno también tenga que considerarlo su enemigo. Quizá no se le pueda mostrar directamente que uno, en realidad, es su amigo, dado que esto posiblemente podría provocar en él una desafortunada reacción de ira, pero, en esta situación a uno le está, en todo caso, permitido tener pensamientos amorosos para él, hasta que una vez, con el tiempo, haya vivido el ciclo de su ira y se pueda de nuevo tener un trato amigable con él. Así, hemos visto aquí de nuevo que todos los seres vivos son los dueños de su propio destino. Es imposible que les suceda algo, ya sea agradable o desagradable, bueno o malo, sin que ellos mismos sean la causa primera de ello. Que experimenten destinos desagradables o el presunto «mal», sólo es porque con su manera de ser han desencadenado causas desagradables, de las que dicho mal son, por consiguiente, efectos. Pero, como sin este mal no podrían de ninguna manera adquirir saber o entendimiento, no podrían adquirir conocimiento del bien ni del mal, el mal se convierte, así, en un bien absoluto y verdadero. Y la vida o el destino se divide, de esta manera, en dos clases de bienes: «el bien agradable» y «el bien desagradable». Y dado que, como ya se ha dicho, ningún ser puede hacer injusticia ni sufrir injusticia, el universo se convierte, así, en una culminación de justicia que, a su vez, es lo mismo que amor. De este modo, el viejo dicho «Dios es amor» se convierte aquí en una verdad inalterable.


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