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Por qué «el mal» no existe, y por qué nadie puede sufrir injusticia y nadie puede hacer injusticia  2337. Ser uno con la Divinidad o el Padre divino es, por consiguiente, lo mismo que cumplir el objetivo divino, que la Biblia expresa como la intención de Dios con el nacimiento del hombre en la Tierra, que, a su vez, quiere decir su reencarnación en la materia. Aunque en la estructura del universo hay, de esta manera, mal y bien u odio y amor, el amor es, por lo tanto, la estructura fundamental de fuerza que da exclusivamente la facultad de la sabiduría, el conocimiento y poder y la experimentación en su forma más alta. Por ello, como ya se ha dicho, nos vemos obligados a expresarlo como la conciencia primaria del universo y, con ello, de la Divinidad. Aquí, también hay que recordar que el mal no es mal en un sentido absoluto. Sólo se percibe como «el mal» en la zona del estadio inacabado del hombre terreno. El mal constituye el contraste esencial al amor, este mal tiene necesariamente que experimentarse primero para poder experimentar el amor. Como el amor sólo puede experimentarse por medio de un despliegue real y palpable de energía, el mal, o sea, el contraste al amor, sólo puede, así mismo, experimentarse a través de un correspondiente despliegue real y palpable de energía. Así, las dos sensaciones: placer y malestar pueden ser accesibles a la percepción. Como cada ser vivo es únicamente él mismo el origen o causa primera de todo lo que experimenta, ya sea agradable o desagradable, ningún otro ser puede convertirse en la causa absoluta de su destino. Otros seres sólo pueden ser medios para este destino, de modo que es llevado por ellos de regreso a su origen, y aquí se desencadena como karma o retribución. Esto está en vigor tanto para el odio como para el amor. Como cada ser es, así, el absoluto origen o causa primera de su propio destino, sólo puede, de una manera igual de absoluta, experimentar los efectos de lo que él mismo es responsable o del destino que ha puesto en marcha contra otros seres. En virtud de este fundamento divino para el desencadenamiento de destino o experimentación de la vida, ningún ser puede sufrir injusticia ni hacer injusticia. El concepto «injusticia» sólo expresa, así pues, una ilusión, que sólo puede existir donde el ser todavía no está lo suficientemente dotado de sentidos para abarcar su propia existencia eterna y la estructura de las leyes de la vida, así mismo eterna. En una situación así, sólo ve los efectos de regreso de su anterior manera de ser para con su entorno. Como estos efectos le son aplicados por seres que son medios o instrumentos para el desencadenamiento de estos efectos, y desconoce la verdadera relación de las cosas en la situación determinada, no tiene ninguna idea de que estos efectos son desencadenamientos de energía de su propia manera anterior de ser, que ahora regresa como su destino. Si los efectos son desagradables y dolorosos, se siente ofendido o está resentido contra estos medios de su destino, es decir, las personas que le aplican los efectos desagradables. Y percibe a estas personas como sus enemigos. Si él mismo está resentido o enojado y se venga de ellos, envía, claro está, así otra vez nuevas energías de destino que nuevamente, más tarde o temprano, tienen que regresar como las energías desagradables que son y crear su destino.


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