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La solución de uno de los más grandes enigmas de la vida revelada por la naturaleza o la propia vida  2313. Aquí hemos constatado que el ser vivo no puede encontrarse en las dimensiones de tiempo y espacio. Lo que vemos del ser vivo sólo es su organismo y sus actos. Pero, como, por sí mismos, estos fenómenos sólo pueden ser formas de movimiento y reacciones de movimientos y sus combinaciones en forma de cosas creadas, producidas por un «algo» vivo, este «algo», que, así pues, es lo mismo que el yo del ser vivo, no puede ser idéntico al movimiento o a las cosas creadas. Pero, de este modo, diverge de ellas por el hecho de no haber sido creado. Pero, al no haber sido creado, no puede tener principio ni fin, sino que se nos muestra con una existencia eterna. Como el yo, y con él el ser vivo, no es idéntico al organismo o las combinaciones de materia, por medio de las que se revela, no depende de la naturaleza perecedera o el cese de estos fenómenos, al contrario. Si el organismo y las cosas creadas no fueran, precisamente, perecederos, no fueran mutables, toda forma de experimentación de la vida sería totalmente imposible. Si las cosas no pudieran transformarse, surgir y perecer, la experimentación de cosas nuevas no podría, de ninguna manera, tener lugar. Todo sería eternamente lo mismo. La experimentación de la vida consiste, precisamente, en experimentar mutabilidad, comienzo y cese. Como la experimentación de la vida constituye la realidad eterna inseparable del yo, en virtud de la cual éste aparece como «vivo», la mutabilidad, el comienzo y el cese se transforman en el fundamento inalterable por medio del cual al ser vivo se le garantiza inmortalidad y, con ella, una experimentación eterna y continua de la vida. De este modo, aquí, en estos acontecimientos inalterables encontramos la solución a uno de los más grandes enigmas de la vida. Aquí vemos la inmortalidad o vida eterna de los seres vivos narrada por la propia naturaleza o vida, es decir: revelada por la propia Divinidad.


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