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La redención del mundo del siglo veinte  2290. El principio mortífero y, con él, la culminación del reino animal como transgresión de la ley de la vida sólo puede, de esta manera, tener lugar en el momento en que el ser animal ha recibido el organismo humano y las incipientes facultades y disposiciones humanas relacionadas con él. Estas facultades y disposiciones o esta inteligencia humana eran necesarias para que el principio mortífero culminara. Pero esta culminación nunca habría podido transformar la mentalidad del ser de animal a hombre, si no estuviera ubicada en una época de vida o una zona de existencia donde no era una condición de vida. En caso contrario, nunca llegaría a ser otra cosa que un sobredimensionado cumplimiento, absolutamente sin sentido, de la ley de la vida del reino animal. Pero, como esta culminación del principio mortífero tiene lugar en una zona donde se muestra como un hecho que esta forma de existencia mortífera no es una condición de vida y su manifestación en esta zona es, por consiguiente, una transgresión de la ley de la vida y la causa de que el estado normal de vida y la más alta felicidad de esta zona no puedan alcanzarse, es imposible que no sea combatida en el mismo grado en que los hombres la descubren. Y esta lucha es lo que hasta ahora en el mundo tiene la forma de religiones humanas, y cuyas máximas doctrinas o dogmas expresan que perdonar y amar a los enemigos es la manera de ser absolutamente verdadera. Y la base lógica o científica de esta manera de ser, en forma de la ciencia del espíritu, es lo que Cristo ha prometido como «el revelador de la verdad, el espíritu santo». Y esta ciencia o espíritu divino es lo que se convertirá en la nueva redención del mundo en medio de los horrores de las bombas y de la muerte del siglo veinte.


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