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El libre albedrío normal del hombre y la voluntad de Dios  2285. Toda guerra y todo conflicto o todo lo que puede expresarse como sufrimiento u oscuridad corporal y anímica en el destino de los seres sólo son, por lo tanto en realidad, efectos de abuso o uso erróneo de la voluntad y, por consiguiente, son el fundamento de esta oscuridad. Todo lo que se experimenta como bienestar normal corporal y anímico, todo lo que se experimenta como simpatía o amor, verdaderamente auténticos, hacia todo lo vivo, todo lo que sana y vivifica de una manera normal son efectos de un uso normal del libre albedrío. La adquisición por el ser vivo de la facultad de una voluntad perfecta y el consiguiente destino feliz es, de este modo, el objetivo de la evolución. Esto se convierte en realidad a través del hecho de que sólo el hombre inacabado o no evolucionado puede abusar de su voluntad. El libre albedrío verdadero y normal constituye la voluntad de cada ser que está totalmente en contacto con la voluntad de Dios. Que esto es así se convierte entre otras cosas, así mismo, en realidad por medio del bienestar divino o del sentimiento de felicidad divina que atraviesa a un ser cada vez que su voluntad ha sido verdaderamente idéntica a la voluntad de Dios y, con ello, ha estado en contacto con las leyes del universo, del mismo modo que surge exactamente el estado contrario, es decir, la sensación de malestar, depresión y melancolía, temor, angustia, inseguridad, desdicha y sufrimiento, donde la voluntad de un ser no ha estado en armonía con la voluntad de Dios o las leyes de la naturaleza y del universo. Es, así pues, esta situación lo que la época de juicio o cataclismo pone de relieve. Si el uso de la voluntad de los hombres fuera exactamente lo contrario al uso de la voluntad del que la citada época fue un resultado, la existencia tendría que ser también lo contrario a la época de cataclismo o juicio. Pero la voluntad de un ser sólo pueden cambiarla las experiencias. Las experiencias crean receptibilidad o directamente hambre de comprender la relación de éstas con el resto del universo. Y es esta comprensión lo que la ciencia del espíritu, que desde hace tiempo ya conocemos, y que es lo mismo que el espíritu santo, le puede dar al hombre que tiene hambre de conocer el uso del libre albedrío verdaderamente total y perfecto. Esto pone, de nuevo, de relieve como hecho que es imposible que la humanidad permanezca en el mismo estadio de experimentación de la vida, sino que de manera puramente automática, en virtud de la voluntad y de la consiguiente creación de experiencias se transforma inevitablemente, pasando de menor conocimiento a mayor conocimiento, del primitivismo al intelectualismo, del modo de ser animal al modo de ser humano a imagen y semejanza de Dios. A esta transformación ya la conocemos como evolución, antes de la cual ha tenido lugar una correspondiente «involución».


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