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La estructura cósmica o eterna del ser vivo está por encima de todo lo que puede decidirse con la voluntad  2282. Pero una zona que se encuentra fuera de todo lo que puede ser dirigido por la voluntad, una zona que consta de «lo inmutable», «lo vivo», el creador y el origen de la voluntad jamás puede, así, convertirse en un objeto para la voluntad. Sólo puede ser objeto para la voluntad lo que verdaderamente puede transformarse, dado que la voluntad sólo es la facultad de regular la transformación. Pero, en lo inmutable o eterno, la voluntad es tan superflua como los ojos son superfluos en una oscuridad eterna. Esta situación que el ciclo de espiral origina para los seres vivos, el hecho de que todos tienen que vivir en una repetición de la experiencia de los seis reinos de dicha espiral, no puede formar parte de ninguna predestinación. Este principio no ha sido creado, sino que es una realidad eterna. Nunca ha existido un tiempo en que este principio no haya existido o no se haya desencadenado. Si hubiera habido un tiempo así, no habría sido posible ninguna creación. ¿Y cómo tendrían entonces que haber surgido los principios y leyes del ciclo de espiral? Aquí estamos junto a los principios eternos que condicionan la facultad de experimentar la vida y de manifestarse de los seres. Y algo que es eterno no puede, por consiguiente, ser producto de ninguna predestinación. Sólo puede tener un único análisis, al igual que los demás principios eternos, a saber, que sólo puede constituir «algo que es». Es la combinación de estos principios eternos o esta facultad eterna lo que ya conocemos como «X2». Pero «X2» constituye el segundo de los tres principios que, por su carácter inseparable, se muestran como el ser vivo. Pero como este mostrarse ha existido eternamente no puede ser un producto de la voluntad del ser. Forma, al contrario, parte del «algo vivo», del cual la voluntad es un producto. Si este algo no existiera, jamás podría surgir la voluntad. De este modo vemos aquí con que clara e inalterable soberanía el citado algo vivo está por encima de todo lo que forma parte del concepto voluntad, dado que él es el propio origen de la voluntad. Este origen constituye, por lo tanto, la combinación general eternamente inseparable de los principios eternos que hacen de él un algo vivo u origen de manifestación y creación, existente así mismo eternamente. Esta identidad suya como un algo existente eternamente no puede, naturalmente, deshacerla ni destruirla por medio de ningún acto de voluntad. Sólo lo que una vez ha sido creado puede deshacerse de nuevo. La voluntad del ser vivo sólo puede, así, tener influencia sobre lo que es mutable o lo que constituye una manifestación o creación. Pero, creación es, a su vez, lo mismo que una composición y una descomposición de combinaciones de materia. Y lo que está vivo, lo que es el creador, lo que constituye el principio trino, lo que sólo puede analizarse como algo que es, es totalmente inmune ante el cambio o la descomposición. Todo este campo que, por consiguiente, constituye en realidad la propia estructura cósmica del ser vivo, se encuentra, de este modo, fuera de todo sobre lo que se puede determinar con la voluntad o que está sometido a ella. Pero en cambio, el ser tiene, tal como sabemos, libre albedrío total en su mesocosmos con respecto a todo lo que está sujeto a movimiento, con respecto a todo lo que forma parte de «lo creado» y, con ello, con respecto a todo lo que crea destino en el mismo grado en que con su modo de ser cumple las condiciones de las que el libre albedrío es exclusivamente un resultado. Aquí debemos, por consiguiente, recordar que a la larga no se puede mantener el libre albedrío donde éste bloquea el uso normal del libre albedrío de otros seres.


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