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El principio del hambre y la saciedad y la voluntad  2278. Este contacto de los seres vivos con la materia está organizado en virtud del principio del hambre y la saciedad. Toda la experimentación de la vida del ser aparece como un apetito, un hambre o un deseo. Esta hambre o este deseo produce automáticamente el deseo del ser de buscar saciedad. Por lo que respecta al animal, este estado de hambre o deseo sólo se extiende hasta la zona de las manifestaciones que fomentan la supervivencia de su especie, tal como su instinto de apareamiento y la protección de la descendencia, su obtención de alimento, su creación de protección contra el peligroso acoso de otros animales y contra las condiciones climáticas. En el hombre, más avanzado, el principio del hambre y la saciedad se ha ampliado tanto que no sólo abarca, hasta cierto grado, los mismos deseos que en los animales, sino que ahora también abarca un hambre o un deseo, cuyo objeto se encuentra totalmente fuera de lo de primera necesidad. Así, en la humanidad hay gran sed de conocimiento, necesidad de investigar, necesidad de crear o producir, hambre de posición, hambre de fama y gloria, hambre de riqueza, hambre de condecoraciones y títulos, y muchas otras formas de hambre o deseo además de los deseos de primera necesidad de comida y bebida, alimento y ropa, etc. Todo este principio del hambre o del deseo exige satisfacción y crea, con ello, el deseo de saciedad del ser. Es, por lo tanto, este principio lo que hace que los seres escojan y desechen y los lleva a la alegría y la felicidad o a lo contrario. El principio del hambre y la saciedad constituye, así, el automatismo orgánico que fomenta el surgimiento y regulación de la voluntad. Y es esta situación la que hace que los hombres en cierta etapa inacabada en el ciclo de espiral crean que su vida es automatismo al cien por cien y que, así, en realidad no tienen ningún libre albedrío en absoluto. Esta ilusión o este pensamiento burlón surge porque perciben este automatismo como una intromisión en la voluntad o una limitación de ella. No comprenden que este automatismo es, en realidad, lo contrario, a saber, la condición inevitable para que los seres vivos en cuestión puedan estar, en resumidas cuentas, dotados de la realidad que llamamos voluntad. La voluntad no puede, al igual que cualquier otra realidad, surgir y mantenerse en virtud de nada. Algo no puede, como sabemos, surgir de nada, del mismo modo que algo no puede convertirse en nada. Así pues, es cierto que la voluntad surge y está condicionada por el principio automático del hambre y la saciedad. Si este principio automático no existiera, tampoco habría nada que se llamase voluntad. En virtud del principio del hambre y la saciedad surge en el ser el hambre o deseo de manera totalmente automática. El hambre o deseo exige satisfacción. Esta exigencia da automáticamente lugar al interés y la voluntad de buscar satisfacción o no satisfacción. Y es aquí que surgen las dos situaciones que se expresan como «libertad» y «falta de libertad». Dentro de esta zona temporal, el ser puede, por consiguiente, crear tanto la libertad de su voluntad como su bloqueo. Aquí estamos, por lo tanto, fuera de lo eterno, o sea, la zona de los principios eternos de los que el principio del hambre y la saciedad forma parte, y sobre cuya existencia eterna ninguna voluntad en absoluto pude tener ninguna influencia ni estimular un cambio. Sin experimentar estos dos contrastes, «la libertad de la voluntad» y «el bloqueo de la voluntad», ningún ser en absoluto podría jamás experimentar ser una individualidad independiente y soberana. No tendría más conciencia que una rueda de una máquina. Pero el ser vivo tiene algo que una rueda no tiene. Tiene conciencia y, desde el punto de vista cósmico, tiene libre albedrío soberano en su estadio más elevado.


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