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«Lo temporal» como la zona o residencia del despliegue de la voluntad  2277. Como la realidad que expresamos con el concepto «libre albedrío» es una facultad o capacidad secundaria del ser vivo, depende de la existencia de este ser y no a la inversa. Éste no puede, por consiguiente, destruir su existencia con su voluntad. Si la existencia eterna del ser vivo estuviera sometida a su voluntad, jamás habría llegado a existir, porque la voluntad no puede existir si no es en virtud del ser vivo, que es su origen y en el cual constituye una capacidad secundaria. Si hubiera habido un tiempo en el que dicho ser no hubiera existido, ¿cómo habría, entonces, surgido la voluntad? Debemos recordar aquí que el ser vivo, como ya sabemos, constituye dos realidades: la parte perecedera y la parte imperecedera. La parte imperecedera consta, como ya se ha dicho, de una combinación de principios eternos, existentes todos más allá de las manifestaciones. Y aquí existe esta combinación como el fundamento u origen inconmovible de lo creado o temporal. Este fundamento u origen no puede tener ningún análisis, dado que todo lo que puede analizarse es creado por él. En último término sólo puede, por consiguiente, tener el análisis: algo que es. Pero, este algo se manifiesta. Y esto sólo puede suceder por medio de su contraste, a saber, lo creado, lo perecedero, lo cambiante y, por lo tanto, lo temporal. El dominio o residencia de la voluntad está en su manejo de lo temporal. En la combinación de los principios eternos que constituye el yo o la parte eterna del ser vivo, no existe nada que pueda cambiarse. Y donde no hay nada que pueda cambiarse, es imposible que haya alguna necesidad de voluntad. Vemos de nuevo de que manera tan soberana se le ha garantizado al ser vivo, por medio de la parte eterna de su estructura, inmortalidad o una experiencia eterna, consciente de la vida. Aunque esta parte eterna, debido a que es inaccesible para la percepción, sólo puede expresarse como algo que es, sin embargo se revela indirectamente a los sentidos como una fuerza eternamente reguladora del manejo de la materia por el ser.


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