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Lo que puede ser objeto para la voluntad y lo que no puede serlo  2276. La voluntad de un ser no puede tener influencia sobre las leyes eternas, en virtud de las cuales existe el orden del universo. La existencia se compone, así, de «lo mutable» y «lo inmutable», que, a su vez, es lo mismo que «lo temporal» y «lo eterno». «Lo eterno» es el origen, es el ser vivo, es el creador. «Lo temporal» es lo mismo que lo que puede crearse, lo que tiene principio y fin, lo que puede transformarse. Es evidente que sólo lo que puede transformarse o cambiarse puede ser objeto para la voluntad. Y aquí el ser vivo tiene soberanía o libre albedrío en el máximo grado. Pero es igual de evidente que lo que es eternamente inmutable, o sea, la combinación imperecedera de los principios eternos que constituyen el universo y la estructura cósmica de los seres vivos está, totalmente, por encima de todo lo que puede ser objeto para la voluntad o por encima de todo lo que puede crearse, lo que puede transformarse, lo que puede moverse. Quien aquí crea que el hecho de que con la propia voluntad no se puedan evitar los principios y leyes eternas significa que no se tiene libre albedrío es víctima de una ilusión o un pensamiento burlón. Un ser así está, en esta situación, totalmente desprovisto de comprensión o conocimiento sobre la diferencia entre «lo temporal» y «lo eterno». Cree que todo es materia. No conoce la diferencia entre «el creador» y «lo creado». Percibe al creador como idéntico a la materia, a algo que puede cambiarse o transformarse, a algo que puede comenzar a existir y cesar de nuevo de existir. Percibe los organismos de los seres vivos como idénticos a los propios seres vivos que son el origen de los organismos. No puede ver que si verdaderamente fuera como cree, no podría existir vida ni conciencia y, con ello, tampoco ninguna forma de voluntad, ni retenida ni libre. El universo sólo podría existir de manera no manifestada y sólo con el simple análisis de «un algo eterno que es». Pero este algo eterno no podría jamás experimentar ni conocer su propia existencia eterna. No podría ser de ninguna manera un ser vivo inmortal. Así, no existiría Divinidad, seres vivos ni materia, lo cual es lo contrario a los hechos. Hoy, un universo luminoso brilla y resplandece revelando una Divinidad en forma de un océano de seres vivos y montañas de materia, de movimientos y creaciones, que en su resultado final renueva la experiencia de la vida de los seres vivos hasta el conocimiento y talento más alto, dando así lugar a una soberanía y un libre albedrío que, gracias a los principios eternos, sólo pueden limitarse o inmovilizarse donde no son una alegría y bendición para el uso normal del libre albedrío de otros seres.


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