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Por qué los hombres terrenos colisionan con las leyes del reino humano  2257. Por lo que respecta a dominar las fuerzas de la Tierra o de la naturaleza, los hombres están, como ya hemos dicho, cerca del cumplimiento de la promesa divina. Pero hay otros ámbitos mentales en los que todavía no están tan cerca del cumplimiento de este mandato divino o de la promesa por lo que respecta a dominar la Tierra, que, en realidad, quiere decir la vida y, con ello, el destino. Si observamos estos ámbitos vemos que todos tratan de la relación de los hombres con sus semejantes. Aquí tiene lugar, con unas dimensiones todavía colosales, un océano de colisiones físicas y mentales entre hombre y hombre. El principio «que cada cual piense en sí mismo» sigue siendo, en mayor o menor grado, el principio que se hace valer, o sea, un resto de la mentalidad de la época en que el hombre era un animal en su forma más pura. Mientras este principio era en esta época la condición absoluta de vida, en la época actual del ser como hombre no es ninguna condición de vida en absoluto. El hombre terreno está ahora tan avanzado en su época humana que donde este principio se manifiesta siempre será inevitablemente un sabotaje del bienestar o alegría de vivir de quien lo ha provocado, aunque en un principio pueda, aparentemente, darle valiosos beneficios o mostrarse como de importancia vital. El hombre ya no está en un reino animal al cien por cien. Desde el punto de vista evolutivo o mental ya se encuentra un pequeño trecho dentro del reino humano, que, a su vez, es lo mismo que una nueva forma de vida habitual. Como cada forma de vida habitual tiene sus leyes especiales, que deben cumplirse, para que el ser pueda experimentar en ella la mayor felicidad normal de esta época, el ser tiene que colisionar con las leyes de esta nueva época, es decir, con las leyes del reino humano, mientras por hábito, automática o voluntariamente todavía cumple algunas de las leyes del reino animal, es decir, las leyes y tendencias de un época que ahora está degenerando y tiene necesariamente que degenerar en el ser para que pueda alcanzar el bienestar, la felicidad y alegría de vivir que constituyen la forma normal de vida de el reino humano.


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