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La transformación de los polos y la incipiente creación física de los hombres  2255. En la época anteriormente citada, el animal todavía es un ser a cuatro patas, un mamífero velludo, en el que hay incipientes tendencias a un cambio de estructura. De ser un animal que va a cuatro patas, está evolucionando para convertirse en un ser que, cada vez más, adquiere la facultad de moverse de un lugar a otro con el modo de andar erguido. De este modo, degenera la naturaleza de sus extremidades delanteras como «patas». Se van haciendo cada vez más superfluas con respecto a la facultad de andar. Pero así, se le liberan al ser para una función totalmente distinta. Se convierten en «manos» o los instrumentos por medio de los que el incipiente hombre pudo desarrollar su facultad de creación física, la facultad que, poco a poco, hizo al animal colosalmente superior, lo convirtió en el señor de los elementos. Que las extremidades delanteras de los seres fueran crecientemente liberadas de su facultad de marchar, con la consiguiente facultad de crear, se debe a que tuvo lugar un cambio en la estructura cósmica de los polos de los seres en cuestión. En los animales más avanzados, en los seres de sexo masculino culmina el polo masculino y en los seres de sexo femenino el polo femenino, mientras que el polo femenino está latente en los seres de sexo masculino y el masculino en los seres de sexo femenino. Y, de este modo, aquí tenemos al ser de sexo masculino y al ser de sexo femenino en su forma más pura. Pero, tras esta culminación de las dos formas de seres sexuales, el polo contrario, es decir, el polo femenino de los seres de sexo masculino y el polo masculino de los seres de sexo femenino, comienza a desarrollarse, mientras el polo ordinario de las dos formas de seres sexuales se estanca. Sin embargo, esto tampoco sucede a la velocidad del rayo. Esta época evolutiva se alarga, casi imperceptiblemente para el propio ser, a lo largo de muchas vidas. Pero a partir del comienzo de esta evolución, la manifestación de los seres como seres de sexo masculino y femenino degenera. Esto también tiene lugar lentamente. La tendencia hacia un ser nuevo comienza, así, a surgir en estos seres. Este ser nuevo es el incipiente hombre terreno. Este ser no es, por consiguiente, ningún ser de sexo masculino ni ningún ser de sexo femenino en su forma más pura. Pero es sólo cuando la evolución está muy avanzada que el polo contrario influye sobre la transformación sexual del ser.


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