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«El revelador de la verdad, el espíritu santo» condiciona que «los caminos de Dios» no tengan que seguir siendo «inescrutables»  2243. Mientras no se tenga la facultad de comprender la inmortalidad, la reencarnación y la ley del destino de los seres, es totalmente imposible relacionar estas situaciones normales de la vida de los hombres terrenos con ninguna justicia y ningún amor divino. Es aquí donde temporalmente hay que conformarse con que «los caminos de Dios son inescrutables». Pero sólo esta respuesta a la pregunta de los seres sobre la justicia muestra que, en realidad, se espera y cree en que tiene que haber una justicia tras esta, aparentemente, tan estridente injusticia exterior, aunque esté oculta y, con ello, sea inescrutable. Si no se creyera en esto, no habría ninguna base en absoluto para opinar que, en resumidas cuentas, existen algunos caminos divinos, pero que, simplemente, no se pueden escudriñar. ¿Por qué esta creencia? ¿No es, precisamente, porque en los seres existe una sensación o creencia innata de tipo instintivo de que hay una justicia? Pero la respuesta a esta gran pregunta sobre la justicia en los distintos destinos de los seres es, así pues, inescrutable o inalcanzable sin una comprensión de la reencarnación e inmortalidad de los seres. Si todos los seres vivos sólo han existido en su vida física actual, ¿cómo puede en este caso haber esta enorme diferencia en su psique y destino? Si sólo existe una vida terrena para cada ser vivo, ¿por qué esta vida única tiene que ser una culminación de sufrimiento para algunos seres y una abundancia de bienestar para otros seres? ¿Cómo puede haber justicia en esta situación? Si estos seres no han existido nunca antes de su vida física actual, esta relación con el destino será el más terrible sadismo, la situación más diabólica que, en resumidas cuentas, puede existir. ¿Qué puede ser peor, que un niño pequeño, que nunca ha existido anteriormente y, por consiguiente, nunca ha podido cometer ningún pecado en absoluto, nazca al mundo para una vida con los peores sufrimientos y tormentos desde el nacimiento hasta la tumba, sin tener, así, un solo momento acceso a vivir o experimentar una vida física normal y sana? Es más, tiene incluso una posibilidad muy grande de terminar en un infierno eterno después de su vida física. ¿Qué sucede con los hombres que han nacido ciegos, sordos o sordomudos? ¿Qué pasa con los otros muchos seres que, de otras maneras, han nacido como inválidos y tienen que vivir toda su vida actual bajo una carga tanto anímica como mental así? Está claro que aquí los caminos de Dios no van a seguir siendo inescrutables. Y a los hombres también se les ha prometido por medio de Cristo el «revelador de la verdad, el espíritu santo»: «Y os dará otro revelador de la verdad para que esté con vosotros eternamente. El espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque se queda con vosotros y estará en vosotros. Pero el revelador de la verdad, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas, que os he dicho». Pero, ¿qué es este «revelador de la verdad, el espíritu santo» que les enseñará a los hombres todas las cosas que hasta el momento no han comprendido, o sea, «los inescrutables caminos de Dios»? De la explicación de Jesús se desprende claramente que no es una persona lo que el Padre mandará a los hombres, sino un «espíritu santo». Como espíritu es conciencia, «espíritu santo» es lo mismo que «conciencia santa». Como conciencia es, a su vez, lo mismo que «pensamientos y conocimiento», «conciencia santa» es lo mismo que «pensamientos y conocimiento santos». Pero los pensamientos y el conocimiento santos sólo pueden existir como idénticos a la verdad absoluta sobre la propia Divinidad, el universo y los seres vivos. Pero, una revelación así de la verdad o manifestación sólo puede ser la absoluta ciencia del espíritu. Sin esta ciencia del espíritu, sería imposible una cultura mundial de paz. Sin ella, los caminos de Dios seguirían siendo inescrutables. Y la omnisciencia, omnipotencia y amor universal de Dios, como base de una justicia eterna, inalterable y total en el universo, seguirían siendo un enigma indescifrable para el hombre humano, civilizado, pero aún inacabado.


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