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Los hombres no comprenden que, en realidad, nadie puede matar, y nadie puede ser muerto, y que, por consiguiente, es imposible que los enemigos se liberen el uno del otro por medio de asesinato y homicidio  2238. Mientras la actitud de los hombres frente a la vida sea que combatan cualquier comportamiento desagradable por parte de su entorno y de sus semejantes con un comportamiento de modo correspondiente desagradable y, de esta manera, vivan según el comportamiento ojo por ojo y diente por diente, viven en una lucha con un «enemigo» que es invencible, porque este «enemigo» tiene una multitud de cuerpos. Y por cada uno de estos cuerpos que se mata, crece inevitablemente uno nuevo, y «el enemigo» es igual de invencible. Este «enemigo» es, a saber, la propia Divinidad. Y estos cuerpos son los organismos físicos de todos los seres vivos existentes. Estos seres vivos son, claro está, los órganos vitales de Dios. Es por medio de ellos que crea y mantiene el universo o cosmos. Forman, por lo tanto, parte del cuerpo u organismo de Dios. Como ya sabemos, estos seres son inmortales, dado que sólo es su organismo físico lo que puede matarse, mientras su alma, espíritu y yo constituyen «lo vivo» y, con ello, lo inmortal e inamovible en ellos. ¿Cómo se iba a poder matar a «lo vivo»? «Lo vivo» sólo puede estar «vivo». «Lo vivo» es «el creador». Como todo «lo creado» sólo puede existir en virtud de «lo vivo», es «lo vivo» lo que es el señor de «lo creado» y no al contrario. Por esto, «lo vivo» siempre tiene que ser «lo vivo», del mismo modo que «lo creado» siempre tiene que ser «lo creado». «Lo creado» es imposible que se convierta en «lo vivo», del mismo modo que «lo vivo», que como hemos dicho es «el creador», es imposible que se convierta en «lo creado». Es, por consiguiente, inmortal por naturaleza, dejando aparte los otros fenómenos que se han explicado, que convierten la inmortalidad del ser en un hecho para el investigador evolucionado. El gran problema de la situación mundial actual es la gran superstición de los hombres de que la guerra puede abolirse con guerra, y el homicidio y el asesinato pueden abolirse con homicidio y asesinato. Los hombres no comprenden que es Dios contra quien luchan, y que es la vida de Dios la que intentan matar con sus esfuerzos de defensa y sus geniales armas mortíferas o material de guerra. Durante milenios, es más, desde que han existido como hombres en la Tierra, han luchado contra Dios. Han ejecutado, torturado, perseguido y oprimido a otros seres, que han considerado sus enemigos y creído que podrían deshacerse de ellos matándolos y asesinándolos. Y ahora siguen creyendo, casi veinte siglos después de la revelación del cristianismo en la Tierra, que esclavizando o exterminando a los adversarios pueden crear paz en el mundo. No comprenden que pueden ejecutar y oprimir, pueden destruir ciudades y sociedades de hombres con sus armas atómicas o manifestaciones diabólicas, tanto y tan a menudo como sea, sin jamás ganar de esta manera ninguna victoria en absoluto sobre sus adversarios. No comprenden que Dios y, con ello, la estructura cósmica de los seres vivos, alma, espíritu y yo, es invulnerable, inmortal e invencible. Generación tras generación de los seres matados o asesinados en la guerra y, así mismo, de los seres matados en otras ocasiones a causa de enemistad nacen una y otra vez en la zona física, al igual que sus asesinos y perseguidores. Y, de esta manera, tanto perseguidores como perseguidos siguen viviendo los unos junto a los otros en la zona física, mientras la enemistad entre ellos no se haya disipado en virtud del perdón, la amistad o el amor, y, con ello, una paz absoluta basada en la libertad, y no debido a una fuerza superior, a opresión y amenazas, haya surgido entre ellos. Que se mate a un enemigo no significa en absoluto que, de esta manera, uno está libre de él. Dejando aparte el riesgo de un eventual castigo jurídico y una ejecución en la vida actual, a los que uno se expone debido al asesinato, uno también ha originado el karma de que debe encontrar a este enemigo en su próxima vida física, y en ella ser involucrado de nuevo en la misma enemistad y eventualmente ser uno mismo asesinado. Como uno siembre así cosechará. Todas las manifestaciones o actos vuelven tarde o temprano a su origen y generan una reparación. Y el propio destino seguirá generando esta situación hasta que uno ya no siga ofendiéndose y ya no odie ni se vengue, sino que perdone una y otra vez a sus enemigos.


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