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Los hombres tienen que vivir en la guerra mientras crean que pueden abolir la guerra con la guerra  2236. Aquí vemos cómo el cataclismo o día de juicio final que reposa sobre la humanidad tiene, precisamente, que ser inevitablemente como es. Cómo podrían los hombres tener un verdadero estado de paz mientras crean que puede crearse con armas, y que, cuanto más fuerte y mejor sea la capacidad de matanza y destrucción de estas armas, mayor es la garantía y la posibilidad de paz. Pero, una paz que se mantiene exclusivamente en virtud de las más potentes armas sólo corresponde a la paz que hay alrededor de un malhechor peligroso, al que se le han puesto las esposas. Esta «paz» depende, de este modo, de la capacidad de las esposas. El malhechor no se ha convertido en un ángel de paz porque esté esposado. Como su estado no es natural, odiará a los hombres que tienen superioridad sobre él y que lo han esposado, del mismo modo que, en cada ocasión que se presente, buscará romper las esposas y después provocar odio o represalias. La paz que el mundo cree poseer hoy se basa exactamente en el mismo principio que el principio a que está sujeto el malhechor, cuando lleva las esposas y busca con todas sus fuerzas romperlas o liberarse de ellas. Y, como las esposas son, en realidad, antinaturales, el objetivo de la vida no es que el hombre esté atado o encadenado, finalmente este hombre será libre y podrá manifestar nuevamente actos de violencia. ¿Acaso la paz de los estados es hoy otra cosa que, precisamente, una inhibición o parálisis a causa de «esposas» en forma de temor o miedo a la superioridad de los poderes militares y la consiguiente pesadez agobiante del mantenimiento de un moderno estado de preparación para la guerra, que sobre todo debe preceder a cualquier creación cultural y otros bienes sociales? ¿Cómo se podrá crear una verdadera paz en una sociedad con un arsenal de armas tan impresionante, y cuya religión es, en realidad, la de que la guerra sólo puede abolirse con la guerra? Y aquí se encuentra lo que aún es el gran error y la gran ignorancia de los hombres. Por lo tanto, todavía tienen que seguir viviendo en la guerra, mientras crean que la guerra puede abolirse con la guerra. La transformación de un hombre, desde el primitivismo y la brutalidad innata o las disposiciones animales de su mentalidad al humanitarismo, está exclusivamente determinada por su estadio evolutivo y de ninguna manera por una dictadura exterior o esposas. Se puede atar al tigre y quitarle su poder, pero sigue siendo tigre. Desde tiempos inmemoriales, los hombres han utilizado la guerra y el derramamiento de sangre, la tortura y la opresión de otros seres como el único medio para imponerse y defenderse contra los ataques. De tiempos inmemoriales hay, por consiguiente, la experiencia, de que un mero poder y despliegue da, inevitablemente, lugar a represalias, totalmente indiferente de que este despliegue se perciba como defensa o ataque.


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