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La adoración secundaria a Dios  2234. Aquí hay que comprender que la falta de Dios es, en realidad, lo mismo que falta de amor al prójimo. Como cada ser vivo es idéntico a Dios, y Dios idéntico a cada ser vivo, ninguna adoración verdadera y perfecta a Dios puede tener lugar sin ser determinada por nuestra relación con nuestro prójimo. Nuestra relación con nuestro prójimo es, por consiguiente, lo mismo que nuestra relación con Dios. Esta relación determina la capacidad o grado de nuestra adoración a Dios. Ceremonias con incienso, bautismo, sacramentos, rituales y sermones, que generalmente estamos acostumbrados a llamar adoración de Dios, sólo son, y nunca pueden ser otra cosa, fenómenos secundarios de nuestra relación con Dios. Nuestra relación primaria o principal con Dios es, de manera totalmente inevitable, nuestra relación con nuestro prójimo, o sea, nuestra relación con cada ser vivo con que entramos en contacto. Por esto, una persona que experimenta amor y respeto hacia todo lo vivo tiene una relación mucho más grande e íntima con Dios, aunque no rece ni de otra manera participe en ceremonias y oficios religiosos, es más, quizá incluso no crea que existe un dios, que la persona que reza e invoca a Dios en voz alta muchas veces al día y, así mismo, va a todos los oficios religiosos y recibe los sacramentos y quiere convertir a todos los demás hombres a Dios, pero no siente ninguna necesidad especial de ser algo para su prójimo en situaciones en que éste verdaderamente necesita que alguien preste una ayuda efectiva material o espiritual. Mientras una adoración de Dios sólo se manifieste como ceremonias, sacramentos, crucifijos, imágenes de santos, ornamentos sacerdotales, ornatos más o menos adornados de oro y cosas parecidas, sólo es un fenómeno secundario que, naturalmente, tiene su importancia y puede ser una bendición para hombres en un determinado estadio evolutivo. Pero una «adoración» así a Dios no es ni una adoración verdadera ni la meta final de la evolución de los hombres o de la creación de Dios. Sólo puede, en realidad, ser una manifestación simbólica de la adoración a Dios. Sus hermosos templos e iglesias, sus ceremonias, altares y velas, sus ornatos dorados u ornamentos sacerdotales y cosas parecidas sólo constituyen expresiones físicas, simbólicas que deben llevar el pensamiento hacia la elevación espiritual o ennoblecimiento del alma, cuya primera manifestación es el verdadero amor al prójimo, que en la zona espiritual manda su resplandor como oro brillante desde cada alma que se ha convertido en el hombre acabado a imagen y semejanza de Dios.


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