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Por qué los hombres no hacen el bien que quieren hacer, pero hacen el mal que no quieren hacer  2219. Pero la paz mencionada no es ningún acto de voluntad, al igual que la guerra no lo es. Hoy la humanidad «quiere» verdaderamente tener paz, pero hoy «no puede» crearla. «No quiere» tener guerra, pero «no puede» evitarla. ¿No vemos aquí la verdad contenida en la vieja frase: «El espíritu está pronto, pero la carne es débil»? Por «espíritu» hay que entender aquí la estructura psíquica más alta del ser o la primera incipiente naturaleza «humana» que, a su vez es lo mismo que la facultad humana, a la que posteriormente volveremos. Esta facultad está «pronta». Por «carne» hay que entender aquí las disposiciones animales, instintivas del hombre, cuya tarea es estimular el preocuparse por el propio interés o egoísmo. Estas disposiciones son «débiles» y no tienen ninguna fuerza especial cuando se trata de estimular el altruismo o amor al prójimo. Por consiguiente, para la mayor parte de hombres terrenos son estas disposiciones las que, como quien dice, dominan totalmente en su psique y su modo de ser. La voluntad y el modo de ser del hombre inacabado se basa en estos dos conjuntos de disposiciones. La facultad del modo de ser humano o amoroso hacia el prójimo se basa en las disposiciones «humanas», y el modo de ser del propio interés o egoísmo se basa en las disposiciones «animales». Cada uno de estos conjuntos de disposiciones está en condiciones de generar voluntad en la mentalidad o conciencia del ser. Estas dos voluntades son respectivamente voluntad de humanitarismo o amor al prójimo y voluntad de brutalidad, egoísmo, odio y venganza. Como la naturaleza animal del hombre todavía es en la mayoría de hombres terrenos la fuerza dominante y dirigente de su modo de ser, mientras la naturaleza humana de estos mismos seres todavía es muy débil y está muy poco desarrollada, no es extraño que la voluntad para lo humano y amoroso a veces fracase ante la voluntad para lo brutal, egoísta y vengativo del ser. Y es en tales situaciones que los seres, al igual que Paulus, tienen que exclamar: «No hago el bien que quiero, antes bien el mal que no quiero» Y así seguirá siendo, mientras las disposiciones animales del hombre tengan mayor capacidad de despliegue que las disposiciones humanas. Que esta naturaleza anímica interior, fundamental de los hombres no puede cambiarse por medio de tortura o castigo tendría que ser evidente para el investigador evolucionado. Aunque una inmensa mayoría de hombres ha llegado a tener voluntad para hacer el bien o desplegar el amor al prójimo, este modo de ser es, sin embargo, muy limitado. No es, a saber, suficiente con que se tenga la facultad de querer desplegar un modo de ser totalmente amoroso hacia el prójimo. También es necesario tener la facultad de poder manifestar un modo así de ser. Si no se tiene esta facultad, o sea, la facultad de sentir amor, no sirve de nada que se «quiera» sentirla. Esta facultad no surge repentinamente, como un milagro debido a un acto de voluntad. De igual manera que no sirve de nada que alguien quiera «ver», si ha perdido sus ojos, tampoco puede servir de nada «querer» desplegar amor, cuando no se tiene la facultad en virtud de la cual el amor se manifiesta. Pero esto no impide que uno pueda muy bien tener voluntad para el amor antes de tener la facultad de poder manifestarlo de una manera satisfactoria. La voluntad va siempre delante de la facultad de poder. Muchos hombres primitivos o menos desarrollados han alimentado seguramente el deseo de estar tan avanzados en sus dotes como los genios, pero no a causa de ello se convierten repentinamente en genios. Ningún estadio evolutivo más elevado, ningunas dotes o ningún modo de ser altamente moral pueden existir sin basarse en un talento. Pero, tener un talento no es un acto de voluntad, sino una cuestión de evolución. Es una cuestión sobre en que medida uno ha atravesado la época evolutiva y la creación de experiencias que inevitablemente condicionan el talento. Convertirse en un genio, tanto en amor al prójimo como en otras formas de creación perfecta, es, por consiguiente, un asunto de evolución


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