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Lo que la Biblia denomina «la caída del primer hombre» no es en sentido absoluto ninguna caída, sino al contrario una manifestación errónea producida por la ignorancia  2208. El disfrute del árbol de la ciencia con su efecto fundamental: la experiencia de la muerte cósmica o culminación de la oscuridad por el ser, es, así, un producto de una combinación sensorial especial. Como el ser, en el estadio en cuestión, no tiene ninguna otra combinación sensorial, aquí no puede de ninguna manera percibir, experimentar ni manifestarse de otro modo que, precisamente, el que está condicionado por esta combinación. Su modo de actuar o manifestación es, por consiguiente, imposible que sea ninguna «caída» en un sentido absoluto. Y el concepto «caída del primer hombre» sólo puede, en el mejor de los casos, ser una expresión simbólica de una «manifestación errónea». A su vez, la causa más importante de toda manifestación errónea es, de manera inalterable, «ignorancia». La ignorancia es, a su vez, un asunto del ciclo cósmico, sobre el que el ser en cuestión no tiene ninguna influencia en absoluto. Este ciclo es el que estimula toda evolución e involución y, con ello, los dos grandes contrastes, «la oscuridad mental» y «la luz mental», que crean la base de toda percepción y, por lo tanto, de toda experimentación y manifestación de vida. El principio del ciclo forma parte de la combinación de principios eternos, que están enraizados en la supraconciencia del ser vivo y la comunican con el microcosmos y macrocosmos, y, más allá de la experiencia y manifestación despierta con conciencia diurna del ser, ponen de manera automática en funcionamiento el trabajo preparatorio o funciones de su psique u órganos en forma de rayos que se convierten en pensamiento, conciencia, deseos y voluntad y, con ello, en experiencia, manifestación y destino. Son las funciones eternas de estos principios cósmicos las que estimulan la reencarnación de los seres, las que los dirigen de estadio evolutivo a estadio evolutivo o a lo largo de su paso, de vital importancia, a través de los ciclos cósmicos y determinan, así, su estándar mental, su moral y modo de ser y, además, su relación con todos los contrastes existentes. Todas estas funciones tienen, como hemos dicho, su asiento en la supraconciencia del ser, totalmente al margen de su conciencia y su voluntad diurna, despierta, física. De este modo, constituyen una zona cósmica eternamente en funcionamiento, sobre la que los seres de las esferas mentales inferiores no tienen ninguna influencia o de la que no pueden adquirir conciencia. Ningún ser puede, por consiguiente, hacer nada ante el hecho de formar parte de tal o cual estadio evolutivo. Como cada estadio evolutivo está condicionado por una combinación sensorial especial, las experiencias y la manifestación de la vida por el ser y, con ello, su modo de ser en el estadio evolutivo en cuestión están, naturalmente, condicionados por esta combinación sensorial. Sentidos que el ser no tiene en el estadio evolutivo en cuestión, no pueden, naturalmente, darle la facultad de manifestación ni de experimentación. El modo en que los seres perciben y son depende, por consiguiente, del estadio evolutivo en que se encuentran. Es imposible que seres que no están en el mismo estadio perciban y se manifiesten del mismo modo. Los hombres que se encuentran en los estadios evolutivos inferiores, donde los seres no tienen desarrollada la facultad sensorial ni la facultad intelectual humana, es imposible que tengan el mismo conocimiento, discernimiento, moral y modo de ser que los seres que se encuentran en los estadios superiores, donde estas facultades florecen. Percibir, en sentido literal, a los hombres en los estadios inferiores como «pecadores» y su modo de ser como «pecado» se muestra, de este modo, aquí como superstición y primitivismo en su culminación.


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