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El hombre que ha «muerto la muerte» a causa del «disfrute del árbol de la ciencia»  2207. Este mundo espiritual mostrándose en forma de materia en forma de rayos, o el mundo desde el que se dicta, dirige y conduce toda manifestación y creación en la zona física, no puede, por consiguiente, experimentarse por medio del «disfrute del árbol de la ciencia». Pero, como el mundo espiritual constituye el lado psíquico de toda creación física, o sea, «lo propiamente vivo» o con conciencia del universo, no es extraño que los hombres, que sólo disfrutan del árbol de la ciencia, nieguen el mundo espiritual y crean que todo lo que existe sólo constituye materia física. Por esto, se perciben a sí mismos como idénticos con la materia y creados por ella. Sólo pueden, por consiguiente, percibirse a sí mismos como un fenómeno mortal o perecedero. Los hombres en este estadio han ido a parar a «la muerte» que necesariamente tenía que ser la consecuencia de una percepción que sólo puede únicamente registrar movimientos físicos, reacciones y sustancia, pero no el propio «origen vivo» de las reacciones. Se experimentan, ciertamente, a sí mismos y a otros seres como vivos, como seres que piensan, experimentan y crean, pero aquí también está en vigor que sus sentidos sólo pueden registrar movimientos físicos o reacciones de materias físicas, de las que todas las formas de sustancias físicas también forman parte. Por esto, perciben a los seres vivos como idénticos a sus organismos, que sólo son fenómenos creados y, por consiguiente, perecederos o temporales. Estos seres se encuentran, de este modo, en los campos de la conciencia o de la percepción en los que, ante su propia identidad inmortal y el mundo espiritual o en forma de rayos, duermen o no son conscientes. En su estructura sensorial temporal sólo pueden experimentar movimientos, reacciones, transformaciones o creaciones. Pero todas las cosas creadas así carecen de vida. Ningún movimiento en absoluto puede estar vivo por sí mismo. Siempre será, inevitablemente, una consecuencia directa o indirecta de algo que está vivo. Esto es válido tanto en el microcosmos y macrocosmos como en el mesocosmos. El hombre que sólo vive en «el disfrute del árbol de la ciencia», sólo puede percibir que todo es materia o sustancia. Todo lo que está fuera de esto, o sea, «lo verdaderamente vivo» o el propio origen de la vida, tiene, naturalmente, que ser irreal para un ser así, independientemente de que sea catedrático o doctor en ciencia materialista, independientemente de lo reconocida y mundialmente famosa que sea su capacidad en el campo de la sustancia. La sustancia no puede de ninguna manera ser idéntica a «lo vivo», dado que la sustancia sólo puede existir como combinaciones de movimiento. Y el movimiento no puede pensar ni comprender en absoluto. No puede tener deseos, anhelos ni voluntad. No puede planificar ni manifestar creación lógica. Cuando la sustancia se forma como creación lógica, revela que además de la sustancia también existe «algo» que puede llevar la sustancia a esta configuración o transformación lógica, siendo esta transformación lo mismo que creación. Como este algo no es lo mismo que sustancia o movimiento, no puede, naturalmente, percibirse con sentidos que sólo pueden reaccionar ante la materia o el movimiento o ser influidas por ellos. Es por esto que aquí, en «Livets Bog», hemos tenido que expresar este «algo», más allá de la materia o el movimiento, vivo, que crea lógicamente y por consiguiente piensa, que anhela o desea, como el algo vivo que constituye el principio trino: X1, X2 y X3. Puesto que los seres, en los estadios de conciencia aquí nombrados, no tienen la constelación sensorial por medio de la cual pueden experimentar la realidad absoluta, es decir, el algo vivo, creador más allá de la materia, sustancia o movimiento que, a su vez, es lo mismo que «lo creado», esta realidad absoluta debe seguir siendo un terreno irreal para tales seres, totalmente independiente de lo mucho que investiguen y analicen. No pueden percibir al «creador» o a «lo vivo» tras «lo creado» y, por consiguiente, tienen que vivir en la ilusión de que los fenómenos accesibles a los sentidos materiales constituyen la verdadera realidad. El disfrute del árbol de la ciencia, o sea, la función de la inteligencia dirigida por el instinto no conduce, de este modo, al verdadero conocimiento de la vida. Sólo la muerte se convierte en el alfa y omega de un ser así. Las palabras de la Biblia se han cumplido para un ser así. Esto es «morir la muerte».


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