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El mundo espiritual se convierte en un hecho  2206. El estado en el que vemos aparecer la materia será siempre un eslabón de una cadena de efectos, cuyo primer eslabón físico se formó a su salida del poder oculto antes mencionado. Toda la materia física lleva, del mismo modo, en sí la facultad de disolver su cualidad de sustancia y de nuevo formar parte de este poder, y entonces ya no es materia física. Ha pasado a un estado que pertenece a un campo de vibración más sutil que el campo que los sentidos físicos han sido construidos para poder registrar o percibir. Y, de este modo, estamos aquí en el límite entre dos grandes mundos de materia o vibración. El uno es accesible para los sentidos físicos, mientras el otro, visto desde la zona física, sólo puede percibirse como un mundo de poder o fuerza invisible. Hace tiempo que es un hecho que este mundo de fuerza existe, dado que constituye la misma fuerza que lo que llamamos «electricidad» y que, como ya hemos mencionado, se muestra en las tres dimensiones: la mesocósmica, la microcósmica y la macrocósmica. En este mundo de poder o fuerza invisible, toda la materia existe en un estado en forma de rayos. Y esta materia en forma de rayos es la que constituye la materia de nuestras formas de pensamiento y toda nuestra estructura psíquica o estado de nuestra conciencia. Nuestros recuerdos y conocimiento, nuestra experimentación de la vida y expresión o manifestación en la zona física se forman en esta materia. Esta materia en forma de rayos no es, así, solamente un mundo de fuerza, también es, además de ser el vínculo entre nuestra manipulación con la materia física y nuestra manifestación en ella, un mundo de imágenes, un mundo de sustancia etérea o espiritual y constituye la morada absolutamente inalterable para toda experimentación de la vida. Es desde este mundo ultraterreno luminoso y radiante que nuestro pensamiento y nuestra voluntad son introducidos en la materia física y, con ello, creamos nuestro organismo físico. Y es a este mundo a donde nuestro pensamiento y nuestra voluntad regresan, cuando han terminado su ciclo o misión a través de dicho organismo. Y del mismo modo que los seres desde aquí, desde el plano central de esta vida, dirigen y conducen las manifestaciones físicas de sus organismos, las órbitas y manifestaciones de los planetas, soles y galaxias en la zona física también son dirigidas desde la zona de vida ultraterrena en virtud de la materia en forma de rayos. Esta zona constituye, así, la zona de la conciencia, dado que la materia aquí sólo se encuentra exclusivamente en un estado que le permite al ser crear de ella pensamientos, conocimiento, recuerdos y voluntad, fenómenos que, a su vez, crean la base de toda experimentación y manifestación de vida. Por esto, toda conciencia, manifestación y creación surge exclusivamente de aquí. Como conciencia es espíritu, se convierte así en un hecho para el investigador evolucionado que el mundo espiritual existe. Y como la materia o mundo físico se dicta desde aquí, desde este mundo espiritual o dicha zona de la conciencia, también se nos confirma aquí, de manera inquebrantable, como realidad la verdad de las palabras eternas sobre la creación: «El espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» Sin esta zona de la conciencia o mundo espiritual, la zona de existencia física sería totalmente imposible. Donde sistemas solares, planetas y humanidades revelan hoy vida física con resplandor divino, tanto la existencia eterna del yo de la Divinidad como de nuestro propio yo sólo aparecería en el dominio de una «nada» eterna.


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