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Cuando la incipiente facultad de pensar hizo del hombre un genio en la transgresión de las más altas leyes de la vida  2197. Pero esta facultad de pensar no hace en primer término que el hombre cambie mejorando. Los impulsos o instintos animales, que hasta el momento han sido la fuerza dirigente tras la mentalidad y conducta del ser, todavía dominarán la creciente facultad de pensar de los seres en muchas vidas terrenas o encarnaciones. Y como estos impulsos instintivos, automáticos sólo estimulan el interés propio o egoísmo, lo cual es su misión, y sin los cuales a los animales o formas de vida de los estados inferiores les sería imposible poder mantenerse, ahora, como hemos dicho, también logran tener influencia primordial sobre la primera incipiente facultad humana de pensar. Por esto, el ser sólo puede usar, en primer término, su incipiente pensamiento en virtud del pensar en sí mismo o egoísmo que todavía constituye su instinto de conservación. No puede, naturalmente, actuar según un conocimiento y unas experiencias que aún no tiene. Y mientras su conocimiento y facultad de pensar aún no tengan tal alcance que con ellos pueda mantener su vida o conducirla de manera segura a través de las turbulencias de la vida, se ve obligado a ser dictado y dirigido por las funciones automáticas de su instinto de conservación animal. Y mientras la mentalidad humana no se haya liberado del automatismo de los instintos animales, y los seres en cuestión, debido a ello, fomenten el egoísmo o el pensar en sí mismos como la virtud más alta, la facultad de pensar sólo es empleada, también de manera automática, a favor de una manifestación todavía mayor de estos instintos animales. Pero, con la facultad de pensar comienza a mostrarse una nueva facultad. A esta facultad la conocemos como «inteligencia». Con ella el ser puede comenzar a juzgar y analizar para determinar lo que más ayuda a los intereses de su existencia egoísta. Empieza a poder pensar lógicamente, es decir, comienza a poder organizar una creación metódica, de modo que, así, pueda cumplir objetivos útiles. Pero, como estos objetivos, al comienzo de la época de la inteligencia, están casi exclusivamente centrados en sí mismo o son egoístas, es decir, a favor del propio ser, sin que tenga ninguna importancia cuánto sufrimiento y muerte tenga que costar a otros seres vivos, la evolución del ser comienza muy rápidamente a traspasar la frontera fijada para el estándar normal de los seres que llamamos «animales». Se convierte en totalmente superior a los animales de la Tierra. Mientras antes tenía que salvarse y mantener su vida sólo con sus miembros y habilidades corporales, ahora puede crear grandes ayudas para su manifestación. Puede crear armas, puede crear máquinas y aparatos con un sin fin de objetivos. Y esta evolución ha llevado a la humanidad a ser genial en la creación técnica y química. El ingenio de los hombres en técnica y química se manifestó, naturalmente, a favor del instinto de conservación en el mismo grado en que este instinto de conservación animal o los intereses egoístas seguían dominándolos, a pesar de los preceptos de amor al prójimo y paz de las religiones. Y el hombre se convirtió en un genio en asesinar y matar, en destruir, en crear preocupaciones y aflicciones, en crear guerra y discordia. El hombre, dominado por sus impulsos animales dirigidos por el instinto, no es sólo peligroso y nefasto para sus semejantes y para los animales. Como veremos posteriormente, también es peligroso para los microseres de su propio organismo, que a veces, satisfaciendo deseos o tendencias alimentadas artificialmente hacia el disfrute, sabotea hasta la muerte o destrucción. Este hombre, dirigido por la inteligencia atada al instinto, se convirtió en el mayor y más genial transgresor de la existencia de las leyes eternas de la propia vida.


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