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(1939-2395) 
 
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Dios le muestra al hijo su amor y que «todo es muy bueno»  2127. El Padre divino continuó: «¡Sí, hijo mío querido! Aquí ves lo que te espera a ti, que acabas de atravesar la puerta de la iniciación y ahora, aquí conmigo, profundizas en la solución del misterio de la vida. Pronto estarás entre los seres que yo envío como mis mayores mensajeros a los mundos inferiores. Es por esto que aquí te cubro por última vez con la sombra de mi espíritu para confirmar la validez de mi luz en ti y hacerla inalterable cuando tú, una vez, como un mensajero enviado por mí, con tu vida y tu modo de ser vas a ser testimonio de nuestra luz celestial ante tus hermanos más jóvenes en los terrenos de la muerte. Aquí, en el santo de los santos del templo de la vida se te ha explicado el misterio de la redención del mundo y el mayor objetivo del amor. Ya no dudas de que el amor sea el tono básico del universo. Ahora te has convertido en idéntico a él y, por lo tanto, vibras con su longitud de onda, dondequiera que recargues tus sentidos en el universo o inmensos reinos de mi espíritu. Ves mi amor universal en todos los procesos creadores de la naturaleza, es decir, en mi creación. Ves que no llevo ninguno de estos procesos creadores a su fin sin que en su resultado final sean para alegría y bendición de seres vivos. Sabes que dónde todavía no se muestran así, cuando sufrimientos y molestias, muerte y destrucción marcan la existencia, yo todavía no he terminado con mi creación. Y donde aún no he terminado con mi creación, ni seres ni cosas pueden, naturalmente, ser perfectos y cumplir el objetivo del estadio acabado: amor culminante y alto intelectualismo, belleza y alegría. Pero tú sabes, mi querido hijo, que absolutamente todo en mi creación y, con ello, también cada hombre todavía inacabado llegará a cumplir este objetivo, exactamente como tú mismo has llegado a estar acabado o totalmente evolucionado y cumples dicho objetivo.
      Y, así, has visto mi amor por todas partes. Lo encontraste a través de una pareja de padres o sus representantes cada vez que, en tus muchas vidas, pequeño y débil entraste en el mundo. Viste mi amor en la evolución de tu organismo hacia formas cada vez más elevadas de experimentación de la vida y, con ello, hacia tu perfeccionamiento del primitivismo al intelectualismo. También encontraste mi amor en la transformación de la Tierra, que de ser un incendio devastador para toda la vida vegetal y animal la convirtió en el luminoso y templado habitáculo del universo que hoy es para ti y tus semejantes. Así mismo, viste también mi amor en la creación, a través de la cual cada día doy alimento y condiciones de vida a los seres vivos en sus diversos estadios. Experimentaste igualmente mi amor a través de todos los seres que te amaron, del mismo modo que tú ahora has evolucionado a poder percibir mi amor tras todos los que te persiguieron y odiaron. Aprendiste a amarlos, porque viste que actuaban en la ignorancia y a ciegas. No sabían lo que hacían. También aprendiste a amarlos, porque viste que eran mi mano salvadora para ti en un momento de tus muchas vidas en que ibas camino de ahogarte en los terrenos del cataclismo, el engaño y la superstición. Y ahora, finalmente, has experimentado mi amor, que todo lo abarca, en las facultades y disposiciones cósmicas en virtud de las cuales ahora a ti, como el hombre perfecto a mi imagen y semejanza, se te ha dado acceso a ser, de aquí en adelante, mi mano extendida en ayuda de quienes ahora tienen que ser liberados de la oscuridad y los sufrimientos y ser llevados en dirección ascendente hacia las mismas altas y luminosas cumbres de la vida donde yo, con la omnipotencia y omnisciencia de mi espíritu, tengo el destino de cada ser vivo en mi mano rebosante de amor universal. Así pues, mi querido hijo, comprendes mi amor y estás de acuerdo en que, simultáneamente, es el resultado más alto y la expresión más elevada de mi omnisciencia y omnipotencia, es el fundamento que se encuentra tras todas las manifestaciones del universo, tanto en la oscuridad como en la luz, y en virtud del cual no puede tener lugar ninguna liberación de energía o creación sin ser, finalmente, para alegría y bendición de seres vivos, careciendo de importancia lo oscura que se haya podido revelar. En virtud de tu iniciación o nacimiento del amor al prójimo ves aquí conmigo, en las cimas de la vida, que «todo es muy bueno», del mismo modo que ahora también comprendes por qué mi conciencia es denominada en las religiones mundiales «el espíritu santo».


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