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El hijo de Dios experimenta cómo Dios está en todos los seres, y todos los seres están en Dios y se convierten en brillantes campos de luz de la aureola radiante de Dios  2103. Y Dios continuó hablándole al hijo: «Pero como esta creación, que ahora gradualmente irás viendo, cumple objetivos lógicos, revela, por consiguiente, deseos e intenciones. Pero deseos e intenciones sólo pueden existir como propiedades de un ser vivo. Por esto, ahora tienes que mirarte a ti mismo, porque te he dado un campo dentro del cual tienes al cien por cien la facultad de experimentar cómo fuerza y movimiento sólo existen como activación de impulsos de tu yo y su supraconciencia. Por medio de la subconciencia se convierten en conciencia diurna y nocturna. Si observas toda la liberación de energía que genera creación humana, experimentarás que en todas las situaciones y actuaciones normales expresa intenciones y tiene que cumplir objetivos. Todo lo que los hombres producen, tal como casas, fábricas, máquinas, ropa y calzado y otros objetos de utilidad, ha sido realizado para satisfacer deseos y objetivos. Aquí sabes al cien por cien que todos estos fenómenos no han podido crearse por sí mismos ni son el resultado de un juego casual de fuerzas muertas. Todos, sin ninguna excepción, han sido originados por seres vivos, en este caso hombres o seres de tu misma especie. Todos expresan deseos y cumplen unos objetivos. Así, dan a conocer o revelan que previamente ha tenido lugar pensamiento. El pensamiento ha creado en primer término una imagen mental del objetivo, el propósito o el resultado final a que este proceso creador humano tenía que llevar. Este pensamiento se propaga a la zona material, donde las imágenes mentales son llevadas a la creación en materias físicas. De este modo, todas las producciones humanas en la zona física son imágenes mentales manifestadas. En su primer incipiente comienzo han surgido en una zona de existencia distinta a la física. Por esto, las imágenes mentales no pueden verse en esta última zona antes de que sean manifestadas en materia física. Todo lo que existe dentro del campo de creación humano en la zona física es así, en realidad, una revelación de que hay otra zona de existencia. Esta zona de existencia es un puro mundo de pensamientos. Aquí todo es pensamiento y conciencia. Aquí los pensamientos se convierten en deseos y anhelos, en voluntad y luego en manifestación en la materia física. Y por medio de los sentidos físicos, las manifestaciones en materia física son vividas de nuevo como experiencias que, a su vez, son lo mismo que imágenes mentales. Todo el campo de creación humano es, de este modo, mentalidad o conciencia manifestada. Pero este campo de creación es, a su vez, un pedazo del universo. Tú tienes una visión de conjunto de este pequeño pedazo al cien por cien. Te he dado, precisamente, un campo así en el cual yo, con tus propios sentidos, puedo resolverte todo el misterio de la vida con todos sus principios fundamentales. Por medio de lo que te acabo de mostrar has comprendido que los fenómenos físicos creados en la zona de creación de los hombres no habrían podido surgir sin un pensamiento precedente, y que este pensamiento constituye la función más alta de la vida, de la cual este campo físico es un resultado. Aquí vas a reconocer la expresión del apóstol Juan: «En el principio existía la palabra, y la palabra estaba conmigo, y la palabra era yo» ¿Acaso la palabra es otra cosa que expresión de mentalidad, pensamientos o conciencia? Pero, ¿cómo podría existir conciencia sin tener relación con un yo? ¿Y cómo podría un yo existir sin estar más allá de la zona en las dimensiones de espacio y tiempo? ¿Y cómo podría algo, que está más allá de esta zona, tener otro análisis que el de que constituye «algo que es»? Cualquier otro análisis, que pudiera tener además de éste, sólo puede ser expresión de algo que ha producido, algo que ha creado, algo que ha sido hecho. Pero «el creador» ha tenido, claro está, que existir antes que «lo creado». Este algo creador y experimentador fuera del espacio y el tiempo ya lo conoces como el yo inmortal en ti y en todos los otros seres vivos. Pero como este yo está fuera del espacio y el tiempo y, por consiguiente, no puede ser dividido y sólo puede tener el análisis de que constituye «algo que es», todos los yos existentes tienen que ser idénticos al mismo «algo que es». Que este «algo que es», sin embargo, se le muestre a la percepción como el yo de cada ser vivo y, de este modo, se experimente como muchos yos se debe, precisamente, a una estructura especial de «X2» o el segundo principio del principio trino del ser vivo. En esta «X2», que es lo mismo que la supraconciencia del ser, esta estructura especial genera la posibilidad de percepción y, con ello, de creación y experimentación y, por consiguiente, de formación del mundo en las dimensiones de espacio y tiempo en el que todo se experimenta con una múltiple diversidad de formas y cosas, de las que también forman parte nuestros organismos creados. Pero más allá de la experiencia sensorial existe el elemento sin nombre, eternamente existente, que sólo puede expresarse como «algo que es», pero que por medio de la facultad de percepción se experimenta como el yo de cada ser vivo. Mi yo es, así, el mismo que el tuyo. Por consiguiente, es mi yo el que existe como el yo de todos los seres vivos. De este modo, la vida de todos los seres vivos se convierte en mi vida y sus manifestaciones en mis manifestaciones. De este modo, estoy en todos los seres vivos, y todos los seres vivos están en mí. Pero, aunque es mi vida la que, de este modo, está en ti, es, sin embargo, en virtud de «X2» y su estructura eternamente inalterable que este yo se te garantiza como una propiedad eterna e inamovible, en función de la cual tú sólo puedes existir como una individualidad eterna. Como este es el mismo caso de todos los otros seres vivos existentes, totalmente independiente de cómo se te muestren hoy sus circunstancias en las dimensiones de espacio y tiempo, ahora comprendes porque todas estas individualidades se denominan «hijos de Dios», o sea, hijos míos. Y así comprendes nuestro parentesco eterno. Tú estás en mí y yo estoy en ti. Tú eres un rayo centelleante de la profusión de luz de mi espíritu. Todos los seres vivos son puntos luminosos de mi gloria resplandeciente eterna, a la que todo está sometido.»


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