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El yo y la suprema estructura de su conciencia o su «supraconciencia»  2099. El Padre eterno reveló a continuación la existencia inamovible del núcleo íntimo de su naturaleza y de la de su hijo más allá de las más altas cimas psíquicas del mundo en las dimensiones de espacio y tiempo. «Los hilos de oro son el paso de dicha energía materna o energía madre por zonas fronterizas entre lo no manifestado y lo manifestado. Constituyen la primera o más alta forma de percepción de tu estructura eterna y de mi estructura eterna. Una percepción más alta no puede tener lugar. Constituyen, de este modo, el borde más alto del horizonte de lo manifestado. Más allá de este borde del horizonte sólo existe tu yo y mi yo, además del primer comienzo de todo movimiento. Pero aquí, más allá del dominio de los hilos de oro, este movimiento es inaccesible a la percepción y, por lo tanto, se encontrará eternamente como no manifestado. Pero, sin embargo, este movimiento o vibración es lo que en este lado del borde luminoso de los hilos de oro, es decir, aquí, en el mundo del espacio y el tiempo, se convierte en nuestros organismos, en nuestras funciones de vida conscientes y no conscientes, en nuestro pensamiento y voluntad, en nuestra manifestación y modo de ser. Desde nuestra existencia eterna tras las cimas de la vida, mandamos al mundo material todos nuestros impulsos de vida y recibimos, a su vez, de este mundo sus efectos de regreso o reacciones del encuentro de nuestros impulsos con sus impulsos. Estas reacciones son lo mismo que nuestra experimentación de la vida. Los hilos de oro constituyen, por lo tanto, la reacción del primer encuentro de nuestro ser eterno con la zona del universo manifestado. Esta reacción es, así, la inmensa luz dorada que llena el espacio con sus interminables hilos sin comienzo y sin fin, sin espacio y tiempo, sin formas y sin cosas, sin sonido y sin colores, sólo oro y más oro centelleante en forma de rayos. Esta es la más alta manifestación visible de nuestra alta e inmutable existencia como la eternidad y lo infinito. Bajo esta, nuestra manifestación visible o accesibilidad a la percepción, se encuentran todas nuestras otras expresiones manifestadas o revelaciones de nuestra existencia con formas, colores y cosas en las dimensiones de espacio y tiempo. Pero, son cambiantes, tienen principio y fin y dejan, de este modo, sitio a otras manifestaciones perecederas. Nuestra revelación en lo temporal es, así, una construcción y una destrucción. Pero sin esta construcción y destrucción no podría de ninguna manera tener lugar nuestra experimentación de la vida. Nuestra existencia eterna tendría que convertirse en un silencio o quietud eterna, un estado eterno sin conciencia o sin vida. No habría ninguna posibilidad de poder impregnar nuestra existencia eterna con la alegría y felicidad del amor, con conocimiento y talento. Pero, más allá o sobre el borde luminoso de los hilos de oro existe, por consiguiente, la zona de nosotros, tú y yo, que no es accesible a la percepción, nuestro yo eterno y la parte no manifestada, o inaccesible a la percepción, de la zona de la energía materna o energía madre. El yo y esta parte de la estructura de nuestro ente constituye, por lo tanto, el inamovible núcleo eterno de nuestra naturaleza que está por encima de la reencarnación o la vida y la muerte. En este núcleo de nuestra naturaleza existe, así, nuestra más alta estructura de conciencia y vida, o lo que has aprendido a conocer como «supraconciencia».


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