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La identidad de la Divinidad y del hijo de Dios como el infinito y la eternidad  2093. En este espacio vacío de los hilos de oro, el hijo de Dios estaba fuera de las formas, fuera de los organismos, de hecho, estaba fuera del mundo de todas las cosas creadas. Por esto, el espacio tenía que estar absolutamente vacío, ser una «nada». Pero, ¿qué pasaba con él? Seguía, claro está, existiendo, pero no manifestado en ninguna materia visible o accesible a los sentidos. Pero la experiencia de los hilos de oro luminosos en el espacio vacío o la gran «nada» evidentemente existía y era experimentada por él mismo. Pero, ¿quién era «él» o este «yo»? No tenía ningún organismo. No tenía nada visible que pudiera poner de relieve su presencia o existencia. Sin embargo, era un hecho que existía. Experimentaba, ciertamente, los hilos de oro y el espacio vacío o la gran «nada». Aparte de los hilos de oro, sólo había esta «nada». Él no era estos hilos de oro mentales luminosos. ¿Qué era entonces? Ahora la voz del Padre eterno se dirigió de nuevo, a través del espacio, al asombrado hijo de Dios:
      ¡Mi querido hijo! Este océano de luz de los hilos dorados, en el que te encuentras en este momento, es una parte de la gran iniciación, en virtud de la cual otorgo al hijo con madurez para la iniciación «la conciencia cósmica» como un estado de conciencia diurna permanente. Los hilos dorados son mi espíritu eterno sobre «las aguas», con el cual tu espíritu ahora se ha fundido totalmente. Simultáneamente son una expresión de tu supraconciencia en su propia zona de existencia. «Las aguas», es decir, el mundo material físico y psíquico, el dominio de las cosas creadas o de las formas y tu subconciencia trabajando en este dominio han sido quitados de tu campo de percepción. Es por esto que aquí no experimentas ningún espacio ni ningún tiempo. Pero, donde no hay espacio y tiempo tampoco existe nada creado. Más allá del espacio y el tiempo o lo creado sólo existe el infinito y la eternidad. Pero el infinito y la eternidad no es nada que haya sido creado por medio de sentidos y, por consiguiente, no pueden experimentarse por medio de sentidos. Por esto, el infinito y la eternidad tienen que mostrarse en el mundo de los sentidos como una «nada» absoluta. Pero esta «nada» no puede ser la verdadera solución del misterio de la vida, porque tú ves cómo tú aquí, conmigo, en el dominio de los hilos de oro constatas y experimentas esta «nada». Como tú, al igual que yo, no somos lo mismo que nuestro organismo, que, claro está, hemos producido de materia, tenemos, por consiguiente, una existencia fuera de éste. ¿Cómo podríamos, si no, haberlo producido? Pero tampoco somos únicamente «supraconciencia». Ésta sólo es un instrumento, una facultad eterna que tenemos para poder producir organismos y otras cosas creadas y, con ello, la creación del espacio y el tiempo. Si no fuera así, ¿cómo habrían surgido, entonces, el espacio y el tiempo? Pero, como no somos «la supraconciencia» y no somos los organismos ni las cosas creadas, ¿qué somos entonces? ¡Mi querido y amado hijo! Aquí, en las cimas de la vida, ves ante ti los hilos de oro luminosos vibrando en el inmenso espacio vacío o nada. Tu yo y mi yo sólo y únicamente pueden, por lo tanto, ser esta «nada». De no ser así, ¿dónde tendría que estar y qué tendría que ser tu yo y mi yo? No se pueden encontrar argumentos para negar su existencia, ya que juntos experimentamos y constatamos esta existencia. Pero, por qué nuestros yos se nos muestran como una «nada», replicaras posiblemente. Pero, aquí debo responderte que cuando nuestros yos no constituyen «lo creado», que sólo puede existir como organizado en movimientos mostrándose con diversas velocidades, nuestros yos sólo pueden ser idénticos al silencio o quietud absoluta. Pero una quietud o un silencio absoluto es imposible que reaccione frente a los sentidos. Los sentidos son en sí mismos longitudes de onda, que reaccionan frente a otras longitudes de onda que constituyen movimientos que, en mayor o menor grado, colisionan con otros movimientos. Las colisiones son lo que se convierte en pensamiento, conciencia y manifestaciones que, a su vez, son lo mismo que espacio y tiempo. Este silencio o esta quietud absoluta tiene, por consiguiente, que ser lo mismo que lo no manifestado. En este silencio o esta quietud absoluta no hay ningún movimiento que colisione con otros movimientos. Por consiguiente, allí tampoco puede haber nada en absoluto que pueda llevar los sentidos a reaccionar. Cualquier forma de lo no manifestado tiene necesariamente, por lo tanto, que hacerse visible como una «nada». Nuestro yo, para la negación de cuya existencia no se pueden encontrar argumentos es, de este modo, «un algo no manifestado» que, en sí mismo, se diferencia de lo manifestado o lo creado por el hecho de estar por encima de cualquier forma de manifestación directa. Así, sólo se nos puede manifestar como una «nada». Pero a través de esto, es un hecho inalterable que una «nada» absoluta no puede darse en el universo. Este «algo» o yo nuestro, por encima del espacio y del tiempo, y, por consiguiente, eterno, constituye así en cierta manera un elemento que, por su elevado estado fuera del espacio y el tiempo, ocupa el espacio vacío, manifestado del universo, al mismo tiempo que existe de manera invisible tras todo lo creado o todo lo que constituye espacio y tiempo. Como ves, mi querido hijo, nosotros, tú y yo, estamos, de este modo, presentes en todas partes. Llenamos todo el espacio y todo el tiempo. Esto quiere, a su vez, decir que nosotros, en virtud del elemento ilimitado de nuestro «yo», somos el propio infinito y la propia eternidad.»


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