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La Divinidad le cuenta al hijo de Dios lo que lo llevó al santo de los santos del templo de la vida  2091. Y Dios siguió hablándole a su hijo, que acababa de regresar, y lo inició en su transformación mental interior: «Al mismo tiempo que te volviste cada vez más genial en el asesinato y la aniquilación de hombres y mujeres, comenzaron a surgir en tu interior débiles tendencias en dirección hacia la antipatía a matar. Gradualmente se te fue haciendo más difícil matar directamente a tus enemigos. Poco a poco sucedió sencillamente que, en realidad, no eras capaz de matar, mutilar y destruir directamente. Pero los nuevos, geniales métodos de guerra te pusieron en condiciones de matar a tus enemigos fuera del alcance de tu vista, de modo que no entrabas directamente en lucha de hombre a hombre contra ellos, tal como anteriormente en tu primitiva época de existencia como hombre. Debido a que se llegó a estar en condiciones de hacer guerra a distancia, de hecho, totalmente fuera del alcance de la vista, pudiste colaborar todavía durante un tiempo en el desencadenamiento del infierno mortífero de la guerra sobre «los enemigos» de tu sociedad, es decir, hombres hacia los cuales en tu interior, en realidad, no sentías ninguna enemistad en absoluto, hombres que personalmente nunca habías encontrado y jamás habías tenido nada personal contra ellos y que, por consiguiente, nunca te habían hecho nada. Pero, en la lucha moderna no ves a tu víctima. No ves sus lesiones y no oyes su grito de muerte, y tampoco entras en contacto con la desdichada atmósfera de dolor y preocupaciones que tú, simultáneamente, desencadenas sobre sus parientes, su familia, cónyuge e hijos, amigos y conocidos. Por esto, tú mismo tuviste, finalmente, que pasar por el infierno de la desgracia. Tus enemigos también podían disponer que las fuerzas de la naturaleza te destruyesen o mutilasen a ti o a tus personas queridas. Así, tu temor llegó a su culminación. Seguías creyendo que la guerra era el único medio a través del cual se podía crear paz en la Tierra. Enardecido por la mentalidad de masas de tu sociedad o el poder sugestivo de la mayoría, creíste que los pilares de la paz eran la superioridad que hace posible poder matar, asesinar, mutilar y destruir. En tu ingenuidad e ignorancia, y a pesar de una débil voz de la conciencia que surgía de lo más profundo de tu interior: «No matarás – amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y persiguen...» accediste a multiplicar el principio mortífero en vez de eliminarlo de tu conciencia. Te convertiste en un saboteador cada vez más grande de la vida que tú, en realidad, querías proteger a cualquier precio. La paz que creías crear con la guerra se convirtió en una existencia como encima de un volcán. Persecución, muerte y perdición te acechaban por todas partes. Seguridad, paz y verdadero apetito por la vida estaban más lejos que nunca de tu camino. Caminabas por la zona del dolor y los sufrimientos, tú que con tanta superioridad habías conducido a otros a esta zona. Y aquí se rompió la ilusión de crear paz con guerra. Y con este descubrimiento, sólo tenías un único camino, a saber, eliminar totalmente la guerra de tu esfera de pensamiento y de tu modo de ser. Y, de este modo, aquí desaparecieron los últimos restos del espejismo que te llevó a creer que si no luchabas contra tus enemigos, estabas a su merced. Aquí comenzaste a estar sujeto a tu facultad de amor, desarrollada a través de tus sufrimientos ya terminados. Ya no eras simplemente capaz de matar o asesinar. Preferías aguantar una afrenta que hacerle un daño a tu prójimo, indiferentemente de lo que éste hubiera hecho contra ti. Y aquí empezaste a ganar la victoria que antes creías poder ganar con tu modo de ser belicoso u homicida. Y aquí tu intelectualismo humano, que antes sólo se interesaba por la técnica o el saber y talento material, comenzó ahora a imponerse. Y tú comenzaste a adquirir una ciencia de la conducta, al igual que antes habías adquirido una ciencia de las habilidades materiales. Tu actitud mental hacia tu entorno se hizo, de este modo, cada vez más pura y libre del principio mortífero. Tampoco eras capaz de matar a los animales. Y tu incipiente alto intelectualismo te mostró que la alimentación animal, carne, sangre y grasas, no sólo no era alimento para hombres, sino que incluso era perjudicial y, a largo plazo, mortífera o sustancias que les causaban enfermedades. Viste que el alimento normal y verdadero para el hombre sólo podía ser exclusivamente productos vegetales. Usando estos productos para la alimentación, no tiene lugar ningún asesinato que produzca dolor ni temor. La planta no puede sentir dolor ni sufrimiento corporal y, por consiguiente, tampoco puede sentir ninguna angustia ni temor, tal como sucede con los animales que se persiguen y matan. Con el paso a la alimentación vegetal, debido a que eras incapaz de matar animales, te liberaste de los últimos restos de las tendencias del principio mortífero en tu mentalidad y, con ello, del consiguiente karma de asesinato o destino doloroso y perturbador del espíritu. Y, con esta purificación o liberación del principio mortífero, comenzaste seriamente a percibir mi cercanía. Comenzaste a descubrir que lo que anteriormente buscabas en las cumbres de las montañas y en las profundidades de los mares, lo que buscabas en los terrenos de hielo de los polos y en los desiertos ardientes, lo que buscabas en libros, revistas y enseñanza, lo que buscabas en las estrellas del cielo y los conglomerados de estrellas, lo que buscabas en el mundo microscópico de los átomos y electrones, en fin, lo que deseabas ver en tu prójimo, pero que sólo ahora has encontrado, en realidad era yo, tu Padre eterno, y por medio del cual has adquirido conciencia diurna despierta de tu alta identidad como mi hijo eterno e inmortal. Después de que tú adquiriste conciencia de tu anhelo, todo avanzó rápidamente, y ahora estás aquí, con conciencia diurna despierta, conmigo en el santo de los santos del templo de la vida.»


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