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(1939-2395) 
 
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La Divinidad le habla al hijo de Dios sobre la guerra de este hijo con su macroser y el consiguiente cese de su desarrollo de la guerra y del principio mortífero  2090. «Y a este ritmo ya indicado», continuó el Padre divino, «tú y los afines a ti también estuvisteis aquí en condiciones de dejar que la naturaleza luchase por vosotros. Creasteis bombas atómicas y de hidrógeno, o medios a través de los cuales os pusisteis en condiciones de poder destruir en un momento megaciudades con sus habitantes y bienes culturales. Y, de este modo, alcanzasteis el solsticio del invierno mental de vuestra vida. Con vuestra genial facultad de multiplicar la infracción del mayor mandamiento de la vida, «no matarás», llegasteis no sólo a matar a vuestros semejantes, hombres, animales y plantas, sino que llegasteis, con vuestra sobredimensionada capacidad de matar, a hacerle un daño gravísimo al mundo o planeta que era el fundamento de vuestra existencia física. Os convertisteis en saboteadores del organismo del que vosotros erais simplemente pequeñas células. Aquí tuvisteis, necesariamente, que encontrar vuestra destrucción física. Aquí tuvisteis que hacer la mayor experiencia de vuestra vida, la de que con mal uno no puede protegerse del mal. ¿Qué puede hacer la pequeña célula contra la voluntad y el yo de un macroser? El macroser luchará, naturalmente, contra lo que descubra que, en su interior, es una molestia para su organismo, del mismo modo que vosotros lucháis contra lo que ocasiona enfermedades en vuestro organismo. Y debido a esto, comenzasteis una batalla contra un nuevo enemigo, un enemigo que es millones de veces más grande y fuerte que los enemigos entre los hombres contra los que queríais luchar o a los que queríais exterminar. De este modo, experimentaste aquí que no hay medios para la guerra o el asesinato de tal naturaleza que puedan convertirse en una verdadera protección permanente contra la guerra, el odio y la persecución. Con cualquier ampliación de la facultad de hacer guerra y matar, con las consiguientes manifestaciones mortíferas hacia tu prójimo, no pudiste evitar crear lesiones o heridas en el organismo del macroser, porque tanto tus prójimos como tú mismo sois, claro está, células de dicho organismo. Y cuantas más vidas humanas y otras formas de vida saboteabas o destruías, mayores heridas o lesiones causabas en el organismo del macroser. Aquí no sirvió de nada que tú pretendieses que tu actuación era en legítima defensa o para protegerte, o que era una venganza o castigo justos por asesinatos y afrentas que tus enemigos habían cometido contra ti. Las heridas que le habías causado al organismo del macroser no eran menos peligrosas por esta razón. Y el macroser, sin depender de esto, tuvo que luchar contra ti, porque nada es más nocivo para un organismo que el hecho de que sus células o microseres normales se descarríen y comiencen a sabotear y destruir su estructura matándose y destruyéndose mutuamente. Cada célula peligrosa así, o una asociación así de microseres peligrosos será inevitablemente combatida por el macroser. El macroser fue, de este modo, tu «enemigo» último y absolutamente invencible. Aquí tuviste que capitular y reconocer que una facultad de asesinato y homicidio jamás puede convertirse en una protección verdadera, porque cuanto mayor y más efectiva es, con mayor rapidez y seguridad atrae la atención del macroser, no para ayudarte, sino para ayudar y proteger la vida del organismo del macroser que tú persigues o deseas matar. Y aquí aprendiste poco a poco que tu genialidad en la matanza y la persecución, en realidad, jamás ha sido y jamás podría llegar a ser otra cosa que la verdadera causa de tu descomposición, de tu destino desdichado, tu día de juicio final, tu cataclismo o infierno.»


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