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La transformación del hombre de ser de instinto y sentimiento a ser de inteligencia cuya hambre espiritual sólo puede saciarse o satisfacerse con intelectualismo  2034. A medida que el hombres vivía cada vez más únicamente de pensamientos basados en la fe y la fantasía, es decir, pensamientos y voluntad no intelectualizados, fue entrando en conflicto con la propia vida que, en sí misma, es lógica al cien por cien o totalmente perfecta. Estas colisiones llevaron cada vez más a los hombres a pensar. De modo correspondiente, las experiencias oscuras se le mostraron, cada vez más, a la incipiente visión intelectual como teniendo su raíz en que quienes las sufrían habían actuado de manera no intelectual, aunque quizá hubieran seguido los tradicionales preceptos religiosos dogmáticos. A medida que su inteligencia fue creciendo, fueron viendo que los dogmas o prescripciones religiosas para la vida, heredadas del pasado, no lo cubrían todo en la vida cotidiana. La vida se volvió cada vez más complicada, a medida que los hombres evolucionaban a través de ella. Se encontraron ante sucesos o acontecimientos que no existían cuando surgieron los dogmas o prescripciones. Un nuevo mundo de experiencias creció fuera de las zonas mentales de los dogmas. De hombres religiosos, cuya actitud ante la vida y cuyas preguntas siempre iban dirigidas a las tradiciones heredadas del pasado y sus portadores: los sacerdotes, los profetas y los reyes, se volvieron hombres que, paulatinamente, vivían cada vez más en zonas mentales que daban lugar a preguntas cuyas respuestas se encontraban fuera del ámbito de los sacerdotes y santuarios o iglesias. Estas zonas eran los terrenos de la pura inteligencia o el dominio de la lógica. La creciente facultad nueva de percepción, «la inteligencia», exigía que todas las respuestas a las preguntas fueran lógicas. Tenían que ser respuestas que le ofrecieran a la inteligencia un análisis plenamente satisfactorio, respuestas que uno mismo pudiera investigar o confrontar con sus propias experiencias análogas de la vida y el destino. Esto era desconocido en un estadio evolutivo anterior, cuando uno aún no había desarrollado la inteligencia. Entonces, la conciencia no podía plantear preguntas que no pudieran satisfacerse con una respuesta instintiva o emocional, aunque esto fuera muy poco intelectual. Así, se creía fácilmente en un «infierno eterno» del que a lo largo de toda la eternidad uno jamás podía escaparse. Como consecuencia de esto, se creía además que sólo un grupo muy pequeño de hombres se salvaba y pasaba a vivir con Dios en el paraíso, mientras todo el resto de la humanidad caminaba, en realidad, por el ancho «camino de la perdición». De hecho, esta facultad de creer también ha sostenido a los hombres a lo largo de siglos con la idea del «perdón de los pecados», y de que Dios sólo podía dar este perdón a «los pecadores» en virtud del hecho de que Jesús fue crucificado por estos «pecados». De manera similar, la creencia en «la ira santa» y «la indignación justa» tampoco han podido considerarse pecado, ya que también en el ámbito de la fe dogmática se considera evidente que Dios puede estar enojado y lleno de odio contra algunos seres, al mismo tiempo que favorece y mima a otros, todas ellas ideas con una mentalidad humana corriente e imperfecta como modelo. Pero, debido al todavía muy poco desarrollado sentido religioso intelectual, los seres en cuestión no ven la falta total de lógica que hay y, por consiguiente, pueden vivir confiadamente con la fe en estos dogmas o ideas. Pero esto no es en absoluto pecaminoso. Está claro que no se puede pensar y creer más allá de los ámbitos donde se tienen dones y facultades. Pero, con el desarrollo de la inteligencia y por medio de la vivencia de los muchos sufrimientos o destinos oscuros, en los que la vida envuelve al hombre imperfecto o ilógico, con lo cual la facultad de sentimiento o compasión poco a poco también se desarrolla, el hombre se va intelectualizando cada vez más en su mentalidad o pensamiento. La vida les enseña a los hombres que cada creación material requiere una lógica absoluta. En caso contrario, la creación no puede cumplir su objetivo. Si hay que construir un puente sobre un precipicio, todos los detalles tienen que calcularse con exactitud en relación con el peso que tiene que soportar, en caso contrario, el puente se derrumbará cuando se ponga en uso. Lo mismo sucede con la construcción de casas, rascacielos o en la producción de automóviles, aviones, etc. Este enfoque lógico en cada creación material se convierte, poco a poco, para el hombre en una necesidad cotidiana en la vida puramente práctica, física, material. Pero con esta evolución, se va haciendo evidente para el ser que no hay ninguna lógica en los dogmas religiosos heredados del pasado. Es por esto, que pierde interés por ellos y se vuelve materialista. Ya no puede contentarse con la fe. Sólo puede contentarse a través de conocimiento o hechos absolutos.


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